LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Para Juan Pablo Ringelheim, en la época de las tecnologías de telecomunicación la pantalla es el mostrador tras el cual se exponen todos los signos del mercado emocional.
› Por Juan Pablo Ringelheim *
Parecería que estar de los dos lados del mostrador es algo malo. La moral de la coherencia exige posiciones únicas y estáticas: el hombre noble debería estar de un lado o del otro. Incluso sería mal vista la destreza de que alguien pudiera estar de los dos lados del mostrador al mismo tiempo, comerciando diálogo consigo mismo. Posiblemente, ante semejante hecho, optaría por tomarse una selfie. Luego, en Internet, mostraría el fenómeno con sincero orgullo pero sin saber muy bien qué ha ocurrido. Para que lo sepa, la moral de la coherencia se lo dirá: lo fotografió su propia mano estando de los dos lados del mostrador, y eso es malo. Frente a esta censura, el hombre indefinido intuirá que el problema, aquello que lo separa de sí mismo, no es la incoherencia, es el mostrador.
¿Qué significa “estar de los dos lados del mostrador”? En lo cercano el mostrador tradicional es un mueble comercial que expone mercadería y suele interponerse entre quien va a perder dinero y quien lo va a ganar. El que hace las cuentas con la máquina es el que gana, siempre le dan justas. El mostrador, entonces, define posiciones: de un lado la ganancia y la abundancia y del otro la pérdida y la necesidad. Además del mostrador, entre las posiciones se interpone la palabra, la pregunta por el precio, la mirada esquiva, el regateo o las precisiones, el sucio y pintoresco chichoneo comercial. Pero el hombre indefinido, el que está de los dos lados del mostrador, gusta de comprarse a sí mismo, por necesidad también gusta de venderse a sí mismo, negocios son negocios. ¡Ay! ¡Pero si así es como una flor que quisiera cortarse a sí misma! Para el hombre indefinido la moral poética no es un problema, el problema sigue siendo el mostrador que lo separa de sí mismo.
Pero, ¿qué es un mostrador? El mostrador tradicional, si estaba bien labrado, solía contar con un vidrio que protegía la mercadería. Hoy el mostrador de una carnicería, el que mantiene el frío, todavía cuenta con un vidrio que separa a la costilla del humano. Si el humano se siente identificado con el carneado, si siente hermandad con el animal, ya estará de los dos lados del mostrador: del lado de adentro y del lado de afuera. Entonces hay dos modos de comprender “estar de los dos lados del mostrador”. Uno significa estar del lado del que compra y del lado del que vende; el otro, estar del lado de la mercancía y del lado del humano. Al hombre indefinido le gustan los dos modos y se pregunta si no habrá otro.
Pero, ¿qué es un mostrador actualizado? El mostrador en la época de las tecnologías de telecomunicación es la pantalla, tras ella se exponen todos los signos del mercado emocional: ahora un corazón artificial, un paraíso terrenal, una ley excepcional, el recuerdo de un grupo musical olvidado, la reivindicación violenta por las víctimas de la violencia, provocaciones aflautadas, paradojas coherentes. El hombre indefinido bien quisiera estar del otro lado del mostrador, traspasar la pantalla, vivir en el fantástico mundo de lo virtual. En la época de las tecnologías de la telecomunicación los indefinidos quieren estar de los dos lados del mostrador, pero siendo uno consigo mismos y para lograrlo hay que eliminar la pantalla.
Y, ¿por qué el hombre indefinido quiere vivir también del lado virtual? El lado virtual de la pantalla es pura imaginación y no hay gravedad y nadie puede caer, nada llega a ser real y esto es fantástico, no hay verdad ni autenticidad y cada cosa brilla en su luz, los diálogos se pueden minimizar; en la rompiente la espuma de mar puede ser violácea y frágil y temblorosa, y producir erecciones en los hombres y humedecer los muslos de las mujeres con solamente escuchar su golpetear.
El hombre indefinido no dudaría en atravesar la pantalla y vivir en el mundo virtual si no fuera porque debería renunciar al camino de la conquista real, al dolor amable del trabajo en la tierra; debería dejar de ordenar caracteres laboriosamente para decir algo; debería dejar a un lado el olor a transpiración, la sangre y las dulces espinas. Por esto quiere estar de los dos lados del mostrador, del lado real, de las pasiones, y del virtual, de la imaginación, pero sin mostrador que se interponga, y así llegar a ser uno consigo mismo.
¿Cómo eliminar al mostrador? ¿Cómo quitar la pantalla? Sería como levantar la tapa que separa al interior del exterior. Sería como unir en un solo brazo las dos manos que se estrechan cuando cierran un trato, con la moneda entre ellas, fundida en carne. Al hombre indefinido estas imágenes lo atraen como loco. Pero decide no eliminar al mostrador, tal vez lo pueda vender. El lo compraría.
* Docente UBA y UNQ.
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