LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
En la película argentina El desierto, Daniel Rosso encuentra la ocasión para volver sobre viejas discusiones como las generadas por el situacionismo de Guy Debord en torno de la alienación y algunas funciones de los medios en la vida social
› Por Daniel Rosso *
El desierto es una película argentina, actualmente en cartel, dirigida por Christopher Behl, un joven director de origen alemán radicado en la Argentina.
La película comienza mostrando micrófonos de distintos tamaños, en distintos planos. Hay una casa donde tres jóvenes, Ana, Axel y Jonathan, permanecen recluidos portando armas de guerra, rodeados de zombis a los que ametrallan. En esa sociedad de tres, los aparatos técnicos que constituyen los medios de comunicación también intermedian las relaciones. Por eso, ya en el comienzo, ese dispositivo técnico aparece en primer plano.
Estos tres jóvenes, aislados y rodeados por zombis rabiosos, intentan separar de sí –y recluir en cintas filmadas– su mundo íntimo. En lugar de que lo íntimo circule y se sostenga en los vínculos, es retirado de allí, expuesto ante una cámara y archivado en secreto. Una suerte de extradición del alma hacia un aparato técnico que filma y guarda. Un diario adolescente electrónico en donde recalan pasiones no autorizadas.
En esa casa no hay pasado. La película no lo cuenta: hay un exterior devastado, un territorio apocalíptico, pero ni una palabra de cómo se llegó a esa situación.
Tampoco en esa casa hay futuro: en ese espacio cerrado y agobiante el tiempo está detenido y no se acumula en una dirección, una línea de progreso, un recorrido ascendente. No hay lugares a dónde llegar. Allí sólo se permanece.
En esa casa hay presente absoluto: en ese tiempo detenido los protagonistas juegan a distintos juegos, arreglan viejos artefactos en un mundo devastado, escriben las paredes, se tatúan, se miran. Permanecen encerrados en una estrecha geografía y en un tiempo restringido. Sin pasado y, sobre todo, sin futuro. Sin proyecto. Tal como sucedía con la mayoría de los jóvenes doce o catorce años atrás. Jóvenes encerrados en un presente absoluto. Sólo permanecen. Resisten. De algún modo son zombis.
El desierto describe una geografía y un tiempo de zombis: los de afuera y los de adentro.
Los unifica como zombis carecer de interioridad. Los de afuera porque les ha sido extraída. Son animales con rostro humano. Muerden como perros rabiosos. Y los de adentro porque deciden suspenderla. Así consta en las reglas que Ana se encarga de describir: la más extrema es la prohibición de tener relaciones sexuales entre ellos. (Pero, salvo pequeños planos de Jonathan y Ana en la cama, hay muy poca intimidad en general o espacios de intercambio personal o afectivo.) Es casi todo sobrevivencia. Cuerpos vacíos. Pura superficie.
En el comienzo Ana sorprende con una invención: el traslado de la intimidad/interioridad suspendida a un paradójico espacio filmado y secreto. Se trata del confesionario, un lugar privado donde los tres, por separado, se filman contando su mundo personal.
Allí comienza un film dentro del film: el director filma a los protagonistas cuando se filman y luego cuando se ven filmados. Se trata de escenas que los protagonistas de esas filmaciones no pueden ver. Así lo establece una de las reglas de convivencia. Son mirados por las cámaras, por el dispositivo técnico, pero sin que ellos puedan mirarse: imágenes capturadas pero no divulgables. Hay allí una intimidad/interioridad sigilosa: extraída de los vínculos y guardada en imágenes secretas. Pero el dispositivo técnico no está sólo: el director de la película y su equipo, desde esa exterioridad disimulada, lo mira todo, lo filma todo, y lo comunica todo. Es una comunicación que rompe las reglas.
Los protagonistas también rompen las reglas: Axel mira las imágenes secretas de Ana cuando se filma en el confesionario. Y luego Ana mira las de Axel. Hay una intimidad que se desborda: deja de estar recluida en la pantalla y vuelve a los vínculos reales.
Lo que los conduce a mantener la diferencia con respecto a los zombis de afuera, es traicionando esa suspensión de la intimidad/interioridad. De allí que los de adentro se diferencian de los de afuera porque su proyecto de suspender lo íntimo fracasa.
Hacia el final todo se desbarranca. La intimidad/interioridad ya no está retenida en la pantalla y retornan a los vínculos. La superficialidad desa-parece.
El desierto es ese lugar sin futuro en el que se intenta clausurar la interioridad. Y en donde los dispositivos de comunicación tienen la función de separar, clausurar, alienar la vida.
Pero la intimidad, la interioridad, la subjetividad reaparecen. Y o producen el futuro o, como en este caso, chocan contra un presente absoluto. Un buen estímulo para volver sobre viejas discusiones como las generadas por el situacionismo de Guy Debord en torno de la alienación y algunas funciones de los medios en la vida social.
* Periodista y sociólogo.
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