LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Motivado por el impacto televisivo de Las mil y una noches, Marcelo Gómez ensaya explicaciones sobre los motivos del éxito, relacionados con cuestiones de clase y de género.
› Por Marcelo Gómez *
El éxito de la producción turca Las mil y una noches posee un cierto carácter enigmático. Un enlatado envejecido (de lanzamiento original en 2006 y exitoso en muchos países... ¡ex repúblicas soviéticas no rusas! con las cuales no hay proximidad cultural) con un peculiar doblaje chileno, llegó como relleno o última opción de programación y se convirtió rápidamente en un suceso de rating (20 puntos promedio) que obligó a colocarla en horario central, repetir capítulos los domingos, llegando a condicionar horarios del mismísimo Tinelli.
Parafraseando a Joaquín Sabina podemos decir que un éxito es el mejor guión, las mejores actuaciones, el mejor montaje, la mejor musicalización y algo que nadie sabe qué es pero es lo más importante. Ahí la sociología de la comunicación puede darnos elementos o al menos añadir el cuento 1002. Uno de los posibles motivos de tal capacidad de llegada a la teleaudiencia argentina y latinoamericana (éxito en Chile, Bolivia, Perú, Panamá, Paraguay y Uruguay, no tanto en Brasil, Ecuador y poco en Colombia) puede estar relacionado con la contextualización clasista en que se enmarca la tira y el papel central de las clases medias y la condición femenina en ella, que sintoniza muy bien con el proceso de expansión de los sectores medios y de la participación femenina en la vida política y económica en nuestro continente.
La excelencia de la factura técnica y dramática se orienta a resaltar un tópico común a toda “telenovela”: el fondo social de la trama sentimental. Como en las mejores tradiciones del género, las peripecias amorosas se convierten en un decodificador popular de condicionamientos sociales. En la tira turca desfilan el patriarcalismo en la familia y en el lugar de trabajo, la lucha de la mujer por su autonomía económica y profesional, la violencia y el abuso de género, la trata y el tráfico de personas, los conflictos generacionales, el contraste entre lo tradicional y lo moderno, los regionalismos, la influencia de la globalización económica, las estrategias de ascenso social, las despiadadas luchas intercorporativas del mundo de los grandes negocios, la lucha por la tierra urbana y la contaminación, el papel de funcionarios estatales, policiales y políticos y hasta el papel de los medios de comunicación en su relación con los grandes empresarios. Todos ingredientes que le dan a la tira el aspecto vivaz de un fresco de una sociedad y un tiempo.
Pero la innovación narrativa reside en dos claves con pocos antecedentes porque presentan relaciones interclasistas de manera directa pero apartándose de las convenciones del género: a) abandona el eje clasista del encuentro amoroso que se sobrepone a las distancias sociales extremas (la eterna Cenicienta) y se tematizan, con mucho detalle, espacios sociales adyacentes entre clases medias y clases altas a tal punto que hay casi una completa omisión de las clases populares; y b) hay múltiples historias amorosas que muestran una gama amplia de conflictos y estrategias de mujeres de clases medias y hombres de clases altas, esmerándose en presentar la variedad de los atravesamientos clasistas de la condición femenina y evitando caer en estereotipos uniformizantes.
La teoría del framing muestra la posibilidad de que los desencuentros sentimentales y familiares sean ofrecidos de forma tal que las marcas de clase y género presentes induzcan al televidente a entender las peripecias de cada trama amorosa en claves de asimetrías sociales. Es esto lo que explota con ahínco la serie turca. Hay cinco historias amorosas principales de parejas que incluyendo los personajes secundarios –las terceras en discordia– muestran mujeres de distintas posiciones de clases medias y los condicionamientos típicos a los que se exponen frente a hombres de clases altas. Son mujeres profesionales que luchan por abrirse camino en la gran empresa con empresarios exitosos de grandes y despiadadas corporaciones modernas, laboriosas empleadas o del pequeño comercio (clases medias bajas) con las ovejas descarriadas de los hijos rentistas y holgazanes de las clases altas tradicionales, familias que buscan sus posiciones sociales mediante el matrimonio de sus hijas con hombres de clases altas. Lo innovador y a mí juicio lo más interesante es que en cada caso estas mujeres y hombres ensayan estrategias amorosas que pueden ser traspuestas a códigos clasistas como estrategias de alianzas o conflictos de clases: las mujeres que se someten mansamente a los dictados de los hombres de clases altas que las terminan manipulando, las que intentan manipularlos o presionarlos aprovechando sus debilidades, las que no aceptan las condiciones que imponen las clases altas y se desvinculan retirándose a sus propios espacios sociales, y las que –como Sherezade, el personaje central– ensayan un siempre tenso modus vivendi de intentar construir el eterno sueño imposible de todas las clases medias ascendentes: aceptar la asimetría con los de arriba pero ¡sin subordinación!
* Sociólogo, docente e investigador, UNQ.
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