LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
› Por Hugo Muleiro*
La llegada de la derecha al poder, esta vez mediante el procedimiento legal de una votación, se asienta en fenómenos numerosos y no se debe sólo al fracaso evidente del intento por lograr avances significativos hacia la circulación libre de informaciones y opiniones. El sistema antidemocrático de medios que padece el país es sostenido por la colusión entre empresas, un sector del Poder Judicial y dirigentes políticos que son sus beneficiarios, que tuvieron en él un apoyo ostensible para ganar en las urnas y que, claro, no vendrán ahora a afrontar la concentración ilegal ni la miríada de violaciones diarias a la norma de radio y televisión, sino todo lo contrario.
Algunos exponentes de la fuerza derrotada exhortan a un examen crítico de las estrategias de campaña empleadas. Parece apropiado poner en duda, por ejemplo, que las reivindicaciones de la inclusión y el enunciado de convicciones sobre el rol del Estado y las acciones desplegadas y visibles en los campos más diversos haya sido la respuesta apropiada, o al menos la única que debía dar, a lo que descalificamos, muy equivocadamente, como unos meros despliegues de cotillón, unas frases genéricas de buena voluntad propias de predicador televisivo de trasnoche y un no decir político, una negación del compromiso político e ideológico, mientras parecía que era fácil que todo el mundo viera debajo de la piel de cordero, salvo el que no quisiera ver.
El triunfo derechista en lo que fueron hasta ahora inexpugnables bastiones peronistas dio espacio a suposiciones sobre muchos errores y hasta sobre ciertas traiciones. Sin menospreciar esas posibilidades, se abren otras preguntas, más fatigosas, por ejemplo sobre qué incidencia tiene la apelación al sentimiento de pertenencia a un colectivo solidario para millones de sujetos que, podríamos decir a escala universal, están siendo compelidos por un vasto dispositivo de transmisión cultural –en gran parte encriptado e imperceptible– a revalidarse sólo en el plano individual o de la comunidad estrictamente próxima, encerrado entre las paredes propias. Ante la posibilidad de este y otros fenómenos, la noción del bastión político-partidario parece relegada por el surgimiento de un territorio comunicacional y cultural, inexpugnable para los respetables usos de la propaganda política y la conmovedora militancia barrio por barrio, organizada o espontánea. Estos aspectos enfocó, más y mejor, Horacio González, en las notas “¿Quién ganó?” (http://www.pagina12.com.ar/diario/el pais/1-286802-2015-11-24.html) y “Una campaña” (http://www.lateclae ne.com/#!horacio-gonzalez/c1172).
No parece posible construir o reconstruir un proyecto político sin tomar nota de la incidencia de estos y otros entramados –y elaborar las respuestas que demandan–, así como del sometimiento de una parte de la sociedad a falacias de antiguo cuño, resucitadas con hábiles recursos expresivos, como el mandato implantado por las oligarquías permanentes al sistema político para que se sujete a la endiosada “alternancia”, recurso harto eficiente para mantenerlo siempre a raya, debilitarlo y hasta hacerlo volver sobre sus pasos.
En cuanto a la circulación libre de informaciones y opiniones, la noche se cierne sobre la Argentina, a qué negarlo, visto que Mauricio Macri tuvo en los grupos mediáticos dominantes y sus aliados un sostén sin el cual jamás habría ganado los comicios, como ya se explicó en estas páginas. El crepúsculo no está datado el 10 de diciembre: viene siendo visible con infinidad de condicionamientos durante la campaña electoral, que forzaron a buena parte de la dirigencia política a inclinarse ante resumideros del periodismo, como el programa PPT, resumideros del debate de ideas, como Intratables, y resumideros del entretenimiento, como ShowMatch.
El dispositivo ahora triunfante mejoró y multiplicó recursos, lo que incluyó arrinconar al conjunto público de medios como el único segmento que debe ser discutido y revisado, bajo otra falacia de ADN exquisitamente liberal: es el que “pagamos todos”, como si los medios privados fueran entidades de beneficencia o no se financiaran, igual que los otros, con el aporte ciudadano, por vía del sobrecargo por publicidad que aporta, sin que pueda siquiera preguntar, en los precios de cuanto producto consume. Este tipo de perversión, además, es lo que por estos días pone a la altura de asunto estratégico nacional la continuidad del programa televisivo 6,7,8, pero no el estancamiento de la causa por los delitos de lesa humanidad cometidos para que Clarín se quedara con Papel Prensa, gracias a su acuerdo con el genocida Jorge Rafael Videla.
* Escritor y periodista, presidente de Comunicadores de la Argentina (Comuna).
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