LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Rodrigo Fernández Miranda advierte que, más allá del manejo del relato que hace el PRO, parece difícil que las políticas del hoy oficialismo se apliquen sin rechazo y resistencia social creciente.
› Por Rodrigo Fernández Miranda *
En una comunicación de gobierno signada por constantes anuncios de medidas de ajuste, es interesante observar en el armado discursivo del PRO el uso de los tiempos para explicar a la opinión pública el origen, las responsabilidades y los impactos de las políticas que adoptan en la actualidad. Un juego retórico en el que el pasado y el futuro se instrumentalizan para la legitimación y aceptación del presente.
El pasado todo lo origina: en el presente aparece un Estado y una economía en “crisis” que, aunque comienza a manifestarse en diciembre de 2015, su génesis se encuentra en el pasado. La escalada inflacionaria forma parte de una “inercia” de las políticas monetarias del Ejecutivo anterior. Los despidos masivos en el Estado tienen como causa los “ñoquis”, “el clientelismo, el despilfarro y la corrupción” kirchnerista. La devaluación es el “sinceramiento” de una falsedad de los años precedentes. En el pretérito, la “herencia K”, un balance que sólo tiene pasivo, depositario de las causas y los responsables del rumbo económico y social que, hoy, adopta el Gobierno.
El futuro alberga los beneficios: la eliminación de las retenciones a los agroexportadores fortalecerá las economías regionales. El aumento de tarifas repercutirá en la mejora del sistema y la soberanía energética. Pagarle a los fondos buitres y arreglar con el FMI permitirá atraer inversiones extranjeras y acceder al endeudamiento en los mercados financieros internacionales, condiciones para el crecimiento futuro de la economía, la creación de empleo y la reducción de la pobreza. Con el actual achicamiento del sector público se podrá, en otro momento, gozar de un Estado “moderno”, “eficiente” y “transparente”. En un porvenir más lejano también habitan las esperanzas: la “revolución de la alegría”, “el país del acuerdo y el consenso” y los mentados mantras de la “pobreza cero” y la “unión de los argentinos”.
En este juego del tiempo el relato sobre el pasado y el futuro confluye en un objetivo: la aceptación del ajuste en un presente en el que los recursos económicos van desde el sector público al privado concentrado, se reduce el poder adquisitivo y empeoran las condiciones de vida de clases medias y populares con una celeridad inquietante. Ahora, los sacrificios, en un proceso de “normalización”.
Este esquema, en virtud de un armado mediático y de comunicadores afines sin precedentes, a fuerza de repetición y de pantalla se quiere instalar como una lógica y una verdad inapelables. Sin embargo, estudios de opinión publicados a partir de febrero muestran una rápida caída de la imagen del Presidente (Ricardo Rouvier y Asociados, Poliarquía, Haime y Asociados) y de la aprobación de su gestión (Poliarquía); que el 43,1% de los ciudadanos es pesimista en cuanto a las expectativas sobre la situación económica del país para 2016 (Analogías); que la preocupación por la inflación llegó hasta los niveles de la inseguridad (Analogías); que la imagen que los ciudadanos tienen del futuro es más negativa que positiva, y que “incertidumbre” y “temor” lideran el ranking de malas perspectivas (Ibarómetro). Más allá del relato que clama por el “optimismo” y diagnostica que “la negatividad es el principal problema de la Argentina”, a principios de marzo un informe del consultor Hugo Haime destacaba que “el clima social cambió, la bronca y el desánimo hoy superan a la esperanza”.
Este juego del tiempo es otra herramienta discursiva con la que se intenta avanzar en el camino del neoliberalismo con la mayor aceptación social posible, desviando los costos políticos y postergando la consecución de las esperanzas construidas en sus votantes durante la campaña electoral. Un artilugio que aspira a diluir el peso del presente y generar una resignación sobre la inevitabilidad de este modelo. Aunque, atendiendo a esas encuestas, la eficacia persuasiva de la propuesta de intercambio temporal entre gobierno y ciudadanía empieza a ser limitada.
Una mayoría de los que votaron por la continuidad y al menos un sector de los que optó por la alternancia, habiendo vivido estas mismas políticas en el pasado, saben o empiezan a atisbar qué futuro espera. No por nada, en ese pasado en el que el gobierno quiere sepultar las responsabilidades políticas de sus decisiones, sus dirigentes negaron y maquillaron sistemáticamente estas medidas tomadas en el presente. Los hechos superan el mundo de las palabras, y parece difícil que estas políticas se apliquen sin rechazo y resistencia social creciente. Justamente, a medida que transcurra el tiempo de gobierno con este rumbo, menos creíble será ese juego del tiempo en el relato PRO.
* Docente e investigador social.
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