LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Analizando el discurso del oficialismo en el primer semestre del año, Alvaro Rosado pone en evidencia los recursos y los eufemismos de una práctica discursiva sólo comprensible en su contexto.
› Por Álvaro Rosado *
El discurso político y los medios o los medios y el discurso político resultan inseparables. Siguiendo la lógica saussureana, es algo así como intentar apartar significado y significante. En el primer semestre del año en curso el discurso del gobierno ha marcado una impronta y necesitó del apoyo de los medios hegemónicos que han sabido actuar libremente naturalizándolo y sin cuestionamiento alguno. Ante todo es necesario comprender que cuando hablamos de discurso hacemos referencia a una práctica social sólo posible con un uso lingüístico en un contexto determinado. Por cierto, todo discurso además de complejo y heterogéneo, necesita de estrategias, metas o intenciones para lograr los fines propuestos. Debe entenderse también a los discursos como signos a ser entendidos, codificados y comprendidos, pero mejor aun, el de ser evaluados, apreciados para luego convertirse en obedecidos y creídos. Barthes lo llamaba “olfato semiológico”, es decir, a esa capacidad que deberíamos tener de captar sentido donde estaríamos tentados de ver sólo hechos o de identificar unos mensajes allí donde sería mas cómodo reconocer sólo cosas.
Dicho esto, analicemos el discurso de Cambiemos. Empecemos con algo de retórica. Es sabido que todo gobierno propone y plasma un relato que hace suyo, que lo identifica y que se impone en los medios. No hablamos un discurso, sino, el discurso nos habla. Todos los términos que utilizamos poseen múltiples significados, pero terminan efectivizándose algunos por sobre otros. La retórica busca persuadir o influir a alguien. Aspira a hacer más atractivo lo posible. Siguiendo con esto, es viable pensar el uso (a veces excesivo) de los eufemismos, procedimiento atenuante, que tiene como finalidad sustituir una expresión que puede chocar con otra que sea compatible con los tabúes y las convenciones sociales. Aquí van algunos: para no decir ajuste, impuestazos o tarifazos se los suele llamar “sinceramiento” o “reacomodamiento de tarifas”; ya no hay más despedidos o echados de sus puestos de trabajo, sino, “reducción de cargos públicos”; la palabra devaluación dejó de existir para dar paso a un viento fresco y alegre de “levantamiento del cepo”. Si bien la forma de los eufemismos pueden variar, llegan a veces a convertirse en lítotes (decir menos para decir más) o cambiarse a hipérboles (exageración). Bourdieu en “¿Qué significa hablar?” señalaría que los discursos en parte son eufemismos debido a que busca hablar bien, de hablar como es debido, de producir productos conformes a las exigencias del mercado lingüístico.
Continuando, el gobierno se empecinó en borrar cualquier atisbo referido a la cuestión política. En Fútbol para Todos se pidió que fuera “completamente despolitizada” prohibiendo frases tales como “en todo el país”, “de Ushuaia a La Quiaca” o “el fútbol grande de la Argentina”. En un clásico, un relator acérrimo detractor del anterior gobierno, llamó al boquense Andrés Chávez “el comandante” en alusión al expresidente de Venezuela Hugo Chávez. ¿Se imaginan dejar de nombrar al estadio de Racing (Juan Perón), Gimnasia y Esgrima La Plata (Juan Zerillo político radical) o de Colón (Brigadier López, gobernador y caudillo santafesino) por considerarlos hombres de la política argentina?
Para Nietzsche somos voluntad de poder. Somos en tanto potencia y por eso acción. Todos nuestros actos se convierten en políticos y se vuelven voluntad de poder. Es imposible salir de “lo político” (como lo antagónico e inherente a todas las sociedades) por eso las frases confrontativas como “grasa militante”, “infectados de mala ideología” o “pesada herencia”. Por otro lado está “la política” (conjunto de prácticas, discursos e instituciones que busca instituir un determinado orden) como algo que nos trasciende, inunda todas las cosas, busca, se instala y permanece. La/lo política/o está siempre presente.
Por último, en el discurso por el Bicentenario (y sin nombrar a los angustiados San Martín, Belgrano o Moreno), el Presidente reiteró en varias oportunidades palabras como diálogo, juntos, verdad (más de diez veces), solidaridad, escuchar, compromiso o las frases “sean protagonistas de su futuro”, “seamos capaces” o “esfuerzo de cada uno”. Como un gurú del management y mezcla de pastor electrónico, apeló a convencer, sumergido en un universo narrativo y creíble. Como en el marketing narrativo, se buscó un efecto de creencia.
Debe quedar claro que acceder al sentido es siempre lingüístico. Toda conceptualización se produce en el plano del lenguaje y el lenguaje no es neutral, ni inocente ni desinteresado. Como alguna vez dijo Antonio Carrizo, a veces una palabra vale más que mil imágenes.
* Licenciado y profesor en Ciencias de la Comunicación. Docente universitario (UBA). [email protected]
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