LA VENTANA • SUBNOTA
› Por Florencia Saintout *
Durante décadas de triunfos neoliberales y exclusión se sostuvo que a los jóvenes no les interesaba más la política. Esto se dijo en dos sentidos no necesariamente contradictorios, más allá de la aparente paradoja. Por un lado, desde los gurúes de la posmodernidad se celebró el llamado desinterés como un modo de anunciar el fin de la política y el comienzo de un nuevo modo de socialización regido por el mercado. Por otro, desde un progresismo nostálgico de lo perdido, se los midió eligiendo como parámetro a los jóvenes de las generaciones del sesenta y setenta y se los condenó por no ser capaces de interesarse. Se dijo que eran individualistas, apáticos, que nada les importaba.
Este discurso sobre los jóvenes se estructuró en torno de otro: el gran relato de que se habían acabado los grandes relatos. La gran mentira de que la historia se había muerto, de que se habían muerto las luchas, la calle... en fin, que se había muerto la política y que sólo nos quedaba esperar mirando la televisión. Sólo había que esperar a ver los modos en que nos acomodábamos a un mundo en el que no había nada que decidir porque todo estaba decidido: el valor del capital, de la vida como mercancía.
Los medios de comunicación hegemónicos reprodujeron durante décadas estas ideas. Es por esto que hoy les cuesta interpretar la existencia de un movimiento estudiantil secundario que sale a las calles reivindicando el poder de la política para hacer sociedades más democráticas.
La actual generación de jóvenes, hija de los efectos del saqueo y de la lucha por la recuperación del Estado luego, se hace cargo además de una verdad: las luchas no han desaparecido, la política no ha muerto. Y no solamente no ha muerto, sino que la única forma de aprenderla es haciéndola, integrándose a la historia (“¿a qué mundo nos trajeron?”) y poniéndola luego en cuestión (“¿qué haremos con lo que hicieron de nosotros?”).
Mientras esto sucede, los grandes medios siguen oscilando entre la condena adultocrática y conservadora, o una incapacidad interesada de análisis complejo que vaya más allá de la pretensión descriptiva del que –a pesar de su desenmascaramiento– se sigue autodenominando periodismo independiente.
* Doctora en Comunicación. Decana de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social UNLP.
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