MITOLOGíAS › LA PáGINA DE ANáLISIS DE DISCURSOS
Un repaso por la idea de mito y de héroe, una costura fina sobre muchas ideas que hemos tenido incluso sin ser conscientes de ello.
› Por Eric Calcagno *
Cuando nos referimos a la definición académica de mito, encontramos que puede ser una “fábula, ficción alegórica, especialmente en materia religiosa”, o un “relato o noticia que desfigura lo que realmente es una cosa, y le da apariencia de ser más valiosa o más atractiva”; sólo en tercer lugar encontramos una valoración positiva: “persona o cosa rodeada de extraordinaria estima”. Así, el mito es presentado muchas veces en la actualidad como un concepto con pies de barro, engañoso o estéril. Una personalidad, una idea, un proyecto, pierden parte de su seriedad y hasta de su legitimidad cuando, en nuestros días, se lo califica de mito.
No parece ser un digno final para uno de los conceptos más importantes de la Grecia clásica, sobre todo por su pertinencia contemporánea en el análisis social y su proyección, a veces decisiva, en el ámbito político.
Desde lo social, es complejo definir qué son los mitos, cómo se originan, cómo funcionan, para qué sirven. Engloban una realidad cultural compleja, que está ligada tanto a los estudios antropológicos como a la historia de las religiones: el mito obra entonces como la posibilidad de protección frente a amenazas ancestrales. Son los mitos recurrentes en la historia humana, como los del principio y el fin del mundo, de los dioses (por ejemplo, en las religiones politeístas), de la transformación del mundo, del sol y la luna, del héroe.
En ese sentido es interesante cruzar la pirámide elaborada por Abraham Maslow, que distingue entre las necesidades humanas, desde las más básicas hasta las más elevadas: las de orden fisiológico, como asegurar el sustento; la seguridad física, propia y familiar; necesidades de aceptación en un grupo social, la participación y pertenencia; aquellas ligadas a la estima que los demás pueden ver en uno o en sus obras... Lejos de ser historia antigua, o material antropológico para el estudio de las sociedades llamadas “primitivas”, observamos que a cada necesidad corresponde un mito, entendido aquí a la vez como el relato de un héroe que cumple con esa necesidad, y por ello mismo legitima la acción conjunta de un determinado grupo social, hace legítima y posible la acción buscada, y le otorga rasgos heroicos.
Muchas caricaturas del siglo XIX mostraban a Marx encadenado como Prometeo, éste por haber robado el fuego, aquél por develar el robo del capitalismo en la plusvalía. Más cerca de nosotros, Perón y Evita devienen los mitos cuyos héroes traen sustento y reconocimiento a la clase obrera argentina, y posibilitan la legitimidad de la transformación social de un país agroexportador con relaciones sociales medievales en un país industrializado con integración social. El Che se convierte en un ícono, que significa imagen sagrada. También otros sectores sociales construyen sus mitos: Blumberg apela a la seguridad, De Angeli al sustento, Macri a la pulcritud (cada cual tiene los mitos que puede –o el que más conviene en la defensa de sus intereses–, por cierto nada irreales). Vemos entonces cómo esas estructuras mitológicas –que Barthes llamó myhtèmes–- influyen en establecer parámetros y posibilitar acciones “en la senda de los héroes”, hasta en los comportamientos cotidianos. La oblea en la luneta “Yo estoy con el campo” no va más allá de remitir a un sentido de pertenencia, confuso pero operativo.
El mito, decía Ruth Benedict, obra como proyección del deseo en un universo de anhelos e intenciones. En nuestro caso diríamos son la respuesta posible para establecer un discurso y abrir el camino a las acciones concretas, frente a una realidad donde existen, para cada clase social, diferentes amenazas según los niveles de satisfacción alcanzados: para algunos será cuestión de parar la olla, para otros continuar con la apropiación de rentas extraordinarias. Los mitos también se pelean, y adquieren una notable corporización cuando la sociedad mediática los transforma en hiperreales. Cuando el mito funciona como única conexión con los elementos sobrenaturales del universo lo llamamos religión (y Dios sabe que están de moda en este siglo); cuando baja entre los hombres para encarnar una épica política en busca de legitimidad hablamos de mística (estadio supremo de la militancia realizada).
Será tiempo de estudiar los mitos locales en su accionar; ningún proyecto político triunfa y avanza sin mitos. Después de todo, hasta Borges consideraba que “el mito es la última verdad de la historia. Lo demás es efímero periodismo”.
* Ex embajador argentino en Francia. Senador.
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