Por Soles*
Quién puede negarse al vocativo de un niño de seis años que implora que le cambie las figuras que tiene repetidas de su colección? Este ruego me llevó a la convocatoria de una famosa editorial en día y hora específicos para canjear las letras repetidas que evolucionan a pequeñas figuras. Semana a semana él estuvo aguardando la llegada de la tradicional revista infantil, y anhelando por favor que no tuviera la letra que venía en este nuevo número, pero inevitablemente, son las reglas del coleccionista, algunas se repitieron. Había cola a la intemperie de ese día frío y siempre a punto de llover. Pocos niños, muchos adultos, que aprovechando la cercanía del trabajo se abocaron a calmar las ansiedades de colección. El que comenzó a disolver la cola antes de llegar a la ventanilla fue un niño, sacó sus pertenencias y comenzó el canje con el que tenía adelante y detrás. Nos fuimos animando: a ver ¿cuál tenés? Esta, la tengo, me falta ésta, y así fuimos salteando los vecinos cercanos, rompimos filas y comenzamos a formar grupos de tres o cuatro. Me retrotraje a mi recreo del colegio, muchos años atrás en un patio también a la intemperie. Allí descubrí qué maravilloso autito era el acento del alfabeto de la colección y pude acceder a él a cambio de alguna letra que yo llevaba. Logré canjes satisfactorios, no hizo falta llegar a la ventanilla, y cuando me volvía con las nuevas letras, descubrí en los demás una sonrisa de colección en sus semblantes de microcentro.
*Lector/a.
Los lectores que deseen colaborar en esta sección pueden dirigirse a
[email protected] (pueden firmar con seudónimo, pero firmen).