Lun 27.01.2003

PLACER  › SOBRE GUSTOS...

La chica del tren

Por Martín Braga Menéndez *

(Para la Anabella que conocí cuando no nos conocíamos)

Te vi subir en La Lucila abriéndote paso entre la gente, que miraba sin ver. Fue cuando entendí que la pasión sólo dura el tiempo que se tarda en llegar a destino. El momento nos invitó a que nos miráramos de reojo a través del reflejo de la ventana; así nos unimos fugazmente.
Yo escuchaba a Vinicius y a Toquinho recordando su tarde en Itapoa. Y vos... no sé, quizás a Calamaro o a algún otro que oía tu ruego para que te llevase a Madrid.
Por tu celular avisaste a tu jefe que llegabas tarde. Yo te miraba y me enamoraba, todo se precipitaba, mis sentidos querían atraparte en ese instante, porque mañana sería sábado y podría estar con vos.
En Vicente López soñaba con invitarte a mi juego preferido, el de la vida. A mi ajedrez de pensamientos, donde no importa si sos reina o si sos rey, si sos peón o alfil, mi juego sólo sabe que todos terminamos en el mismo lugar. El café que saboreábamos nos ponía en la boca frases de inesperada presencia, que disfrutábamos sin saber por qué.
Ya en la estación Núñez me preguntaba qué hacíamos separados cuando no nos conocíamos y divagábamos desprotegidos por diferentes vías.
Menos apretados, nos sorprendieron las Santa Rita de Lisandro la Torre. Aunque había espacio, yo no me resignaba a perder la proximidad de tu cuerpo y vos no hacías nada por alejarte.
Llegando a destino entendí que nuestro viaje era como estar en la caja de esos relojes que heredamos de nuestros abuelos, las estaciones marcaban implacablemente los minutos, ese paso del tiempo que nos pertenece, y del que tantas veces no logramos adueñarnos.
Por eso, sueño que hoy nos escapamos juntos a la China y abandonamos esta inútil rutina que se nos prende como garrapata en nuestra piel y nos hace envejecer rápidamente, llevándose nuestra sangre.
LIegamos a Retiro. Las puertas se abren ante mí trayéndome tu última mirada, ésa que me devolvió a una realidad que hubiese preferido retardar.
Saliste rápidamente entre la gente sin dejarme reaccionar. Te perdí de vista.
Te busqué sin suerte. Lo que presentí de tu sospecha se va a borrar para siempre cuando estés en la calle o en el trabajo, y mi sueño se me escapa. La parodia dejó ya de ser esperanza. Quizás te vuelva a ver. Pero tengo que decirte que te seré infiel, porque siempre habrá trenes que hamacarán en su mágico vaivén a otras chicas que me harán soñar como una vez lo hiciste vos.

* Lector
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