Lun 10.02.2003

PLACER

El oficio de contar

Como una artesana, Ana María Bovo enhebra palabras y construye imágenes, retazos de su universo particular. Así, quienes la escuchan pueden imaginar, incluso, eso que no ha sido dicho.

Por Sonia Santoro

“Cuando leí Lo que el viento se llevó me enamoré de Scarlett O’Hara y sus cachetes sonrojados a puro pellizco; y de Rhett Butler, ese hombre fuerte y bello. A tal punto que cuando después dieron la película por televisión trataba de esquivar los avances publicitarios para no descubrir que esos actores no tenían nada que ver con los personajes que yo había inventado en mi cabeza. ¿Por qué alguien tenía el tupé de meterse en el mundo que yo había construido, perfecto para mí? El único acto tan placentero como el de imaginar mi propio mundo a través de la lectura es que otro lo imagine por mí y me lo cuente con tanto detalle, con tanta fidelidad a las reglas que construye él mismo, que yo no tenga que hacer más que relajarme y dejarme llevar.” En honor a quien habla, quien escribe intentará describirla como lo contaría inexperta: Había una vez una mujer llamada Ana María Bovo que era la mejor contadora de cuentos del reino. Donde se presentaba, grupos de niños, adolescentes, mujeres y hombres maduros y hasta ancianos se agolpaban para recibir por lo menos un murmullo de su voz. Hasta que un día...
Después de 15 años de oficio, Ana María decidió pasar su palabra al papel en Narrar es un oficio trémulo, de Editorial Atuel. ¿Qué tiene de trémulo ponerse a contar? “Que si se eligen para contar, como en mi caso, experiencias que me fueron significativas, entonces, mi oficio es conservar ese temblor cuando lo cuento y, al mismo tiempo, apañar a la gente, en el sentido en que lo utilizan los andaluces: de estar abrigado, estar a salvo. Yo comparo también a ese tremolar con el mismo temblor que la brisa produce en los pétalos de los jazmines de mi país (N. de R.: nótese el vicio de contadora), de las enredaderas, que son aparentemente muy frágiles y tienen un perfume de una dulzura y de una violencia muy intensa. Porque cuando pasás por un lugar donde hay jazmines suelen llevarte a algún lugar remoto del pasado. Te arrancan de tu sitio y te ponen en otro lugar. Y yo creo que la narración también tiene esa posibilidad de arrancar al espectador violenta, dulcemente, del sitio que está ocupando”, dice Ana María y uno no puede dejar de sentir que está presente (¡que lo está contando personalizadamente!).
Es un halago ser elegido como espectador. Como cuando de niños las madres encuentran los cuentos que más gustan, como cuando alguien cuenta una noticia que escuchó en la radio o leyó en el diario y reclama “che, mirá, escuchá esto” o cuando un amigo, una novia, un compañero despiertan la atención con el consabido comienzo: “No sabés lo que me pasó”, puntapié inicial para largar una historia, a cuán más enredada, exagerada, divertida o cruel. “Cuando una no es una profesional modela el relato que quiere transmitir para luego contarlo. Si le vas a contar a una amiga una cita importante que tuviste, vas recreando la historia para mejorarla y transmitirla del modo más intenso, o sea que yo creo que es un trabajo que se hace en la vida cotidiana, que bajo el impacto de una experiencia tenés la necesidad de compartirla, ya sea una lectura, un encuentro, un viaje, un disgusto. Y en esa necesidad de abrir un espacio al otro, generalmente, producís placer”, dice Ana María. El placer de escuchar no reside tanto en el contenido de lo que se cuenta como en ese saberse necesario para que el otro pueda contar. En lo público el encuentro entre narrador y espectador genera situaciones maravillosas. “Me pasa que yo hablo del jardín de mi abuela y ni hablo de que había una puertita que separaba la quinta, que tenía el respaldo de una camita de hierro y abajo el tejido. Y sin embargo alguien se me acerca y me dice `vi la camita de hierro de la puerta del jardín de mi abuela’. Como en la base del relato está el deseo, yo creo que lo que se hace es desatar deseo.”
Ana tiene la suavidad y la dulzura de una tía o de una madre, por eso quizá sorprende cuando dice que está convencida de que “surge algo erótico en el deseo de escuchar porque en el uso del cuento por quien cuenta y por quien escucha, cualquiera sea lo que se cuenta, es puro derroche, como el del erotismo; es puro placer, no tiene ningún fin”.
Cómo puede ser que un simple relato desate besos, caricias, miradas cómplices entre los espectadores. Es un misterio.
Contar y escuchar historias alrededor del fuego fue uno de los primeros espectáculos y actos de comunicación de la humanidad. Y a lo largo de su historia, la humanidad no ha hecho más que recrear ese primer momento, infinitamente. Imposible no mencionar a Sherezade, el personaje de Las mil y una noches que para salvar su vida, porque le iban a cortar la cabeza al amanecer, todos los días contaba una historia que continuaba al día siguiente. Y sí, las historias distraen a la muerte.
Como los niños, los espectadores, seres humanos al fin, saben del placer de la repetición de lo que alguna vez dio placer, aunque ya conozca las sensaciones que le provoca, aunque sepa el final. “Al principio creía que tenía que incorporar novedades todo el tiempo. Y luego me di cuenta de que la gente, si el relato le ha gustado, lo puede volver a oír infinidad de veces. Es el placer de volver a pasar por ese sitio, que le confirmen que eso que resultó tan bello sigue estando ahí. Así como tantas cosas de la vida pasan y no se vuelven a recuperar, hay una sensación de eternidad porque aquello que escuchó tres años atrás sigue ahí. Es como un modo de prolongar la existencia.”
Ana María, a su vez, no hace más que recrear cada vez la historia que a ella de niña le dio momentos agradables. “Tengo ligada la oralidad a una sensación de felicidad porque, tanto las mujeres como los hombres, cuando por la noche, terminadas todas las tareas del día iban de visita y conversaban, era el momento en que se veían más libres y más bellos”, dice. Si quiere dejarse apañar por Ana María y sentir que lo arrancan violenta y dulcemente de su presente, los domingos a la noche está en Clásica y Moderna.

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