Lun 11.02.2002

PLACER  › SOBRE GUSTOS...

Oír y escuchar

Por Eduardo Fabregat
Oír no es lo mismo que escuchar. Esto lo sabe cualquiera, pero no está mal repetirlo a los efectos de esta teoría: así como una buena comida exige total dedicación (¿no suena a insulto dar cuenta de un lomo a la pimienta mientras se mira el nuevo programa de preguntas y respuestas?), la música bien puede ser el centro de una ceremonia exclusiva. Hay músicas que sólo sirven para poner de fondo, pero dejemos esos discos en su estante y digamos lo siguiente. La música es una excelente terapia, y no sólo en el sentido médico. Para amansar a la fiera interna que lo único que quiere es salir a liquidar banqueros, políticos y ministros a golpes de olla –ese instrumento tan poco musical–, vale esta experiencia.
Bajar las luces. Buscar el lugar más cómodo posible, frente a la balanceada influencia de los parlantes: los auriculares son una buena opción cuando el silencio es necesario, pero son también la variante más autista. El estado de ánimo es la única vara para la elección de qué escuchar. Hay quien en tiempos de tormenta elige un antídoto alegre, y hay quien se solaza en la oscuridad de las canciones torturadas. Hay quien no puede dejar pasar el plenilunio sin dejar de escuchar Dark side of the moon de Pink Floyd y quien tiene un tema Beatle para cada día de la semana. Algunos vuelven de romper con su pareja listos para escuchar a Nick Cave & The Bad Seeds. Hay quien pone “No surprises” de Radiohead para que las lágrimas lleguen pronto y se lo lleven todo. Otros necesitan el rock and roll más furibundo para limpiarse el torrente sanguíneo con pura electricidad. Y está el fanático de esto y lo otro, pero –también– será mejor dejar al fanatismo en su estante y concentrar la oreja en lo que sale de los parlantes, sin etiquetas ni banderías.
Robert Fripp suele decir que la música está sonando todo el tiempo, aunque no haya nadie para ejecutarla ni escucharla. El líder de King Crimson siempre fue un extremista, pero cabe darle la razón, quizá porque la idea de un mundo lleno de música es más atractiva que lo que soportamos día a día. El aire puede estar lleno de ruido a latas, de palabras pomposas a cargo de los políticos, de gritos e imprecaciones de la gente contra la gente, del estruendo de las balas y las bombas de gas policial. Pero cada día puede servir para apretar mute y darle entrada a esa canción, ésa y no otra, que nos está esperando. Una vez que nos entre por una oreja, ya no habrá manera de que salga por la otra.

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