Lun 22.04.2002

PLACER  › AFRODISIACOS

Palabras de amor

Comer y oír, vieja receta de monasterios, adaptada para el placer erótico. Todos los viernes, Ingrid Pelicori y Horacio Peña mezclan comida afrodisíaca con textos amorosos para alentar casi todos los sentidos.

› Por Soledad Vallejos

En los conventos medievales, el ritual de sentarse a la mesa, de comer y compartir el alimento venía acompañado por otro gesto significativo: la lectura de textos sacros. A manera de agradecimiento al Señor, la mancomunión de los comensales podía nacer de esa escucha, pero también podía llevar a cada uno de los asistentes por caminos propios, individuales, bajo la luz del misticismo gourmet, si se quiere. Algunas de esas imágenes andaban por la cabeza del actor Horacio Peña cuando propuso a Ingrid Pelicori, colega con la que suele compartir escenarios, “hacer una comida afrodisíaca con textos eróticos”. La mirada sutilmente exquisita del director Rubén Szuchmacher terminó convirtiendo la lectura de esa selección de textos (realizada íntegramente por Pelicori y Peña) en los “Martes eróticos” que supieron desarrollarse en Babilonia, y que ahora han retornado, algo más íntimos, en un día ideal: los viernes.
La “velada de placeres”, explica Ingrid, comienza cuando los comensales se sientan a las mesas de La Biblioteca Café (Marcelo T. de Alvear 1155), un ámbito a medio camino entre la melancolía del anochecer en el microcentro y Barrio Norte que propone distintas combinaciones de arte y savoir manger. Sobre una pequeña tarima, la mesa destinada a Peña y Pelicori permanece vacía hasta que todos los asistentes hayan elegido sus platos de entre una oferta afrodisíaca (y casera). Recién entonces ellos llegan, se sientan, comen con los demás, y con el fin de la entrada dan lectura a la primera parte. “En la selección hay para todos los gustos, y la idea era que fuera buena literatura, pero organizada de manera grata para la escucha, entretenida, variada. En realidad, siempre decimos con Horacio que fue una excusa para hacer una selección de textos que a nosotros nos gustan mucho. El hilo, que es el erotismo, es lo suficientemente abarcador y amplio, porque tratamos de tomarlo en muy variados tonos, en variados aspectos. Hay textos románticos, otros más graciosos, otros más pícaros, francamente subidos de tono. La idea era tener muy en cuenta que están siendo escuchados, que haya una variedad de climas, de lo íntimo a lo divertido. Y con el placer que nos da a nosotros decirlos, y el hecho de comer junto con el público. Es muy relajada la situación.”
La entrega a los sentidos comienza con la entrada, una degustación de panes caseros, crudités, mascarpone con salmón ahumado, y tapenade cocinados por Edith, música, sibarita y dueña del lugar. La música, la luz suave anuncian que los primeros momentos del fin de semana han llegado. Con el fin del primer plato, Pelicori y Peña despiertan a los textos. Si la apertura rompe el hielo, sacude un poco con la fuerza del primer contacto y propone dejarse seducir por la escucha (“arranca con un fragmento de El amante, de Marguerite Duras, porque arranca con la desfloración. Arranca fuerte, sí, pero con lo primero”), el camino rescatará la delicada “Definición del amor” de Lope de Vega, recaerá en “Amatista”, de Alicia Steinberg y cerrará con un soneto de Pietro Aretino. Antes que un compendio ecléctico, el recorrido resulta un relato, una dramaturgia (“se trata de armar algo que conduce a climas”) construida a partir de palabras de otros muy distantes en el tiempo y no tanto, cercanos en lo cultural pero no demasiado, y demostrando cierta universalidad, cierto estar en el mundo desde siempre, de lo erótico. Porque “¿qué autor no ha escrito sobre el tema?”, se pregunta Ingrid. Las aristas pueden ser infinitas, revestir tantas formas como estilos, dispararse como ideas rectoras de obras o como detalles enternecedores. “Un poema, aunque algo más romántico, hasta Borges tiene.”
En ese retorno a la oralidad de la palabra escrita, por lo demás, cada uno de los textos gana cuerpo, intensidades, intencionalidades. Y, por supuesto, otra vida. Leer “12”, de Oliverio Girondo, en la privacidad, libro en mano, con los ritmos propios, definitivamente no puede ser lomismo que escuchar cómo un hombre y una mujer se alternan, cómo enfrentan esa seguidilla de verbos en particular, cómo los respiran desde esa tarima.
–Tanto a Horacio como a mí nos gusta muchísimo la literatura, pero especialmente la palabra dicha. Decir, leer poesía, decirla en público. Entre los dos tenemos bastante historia de haberlo hecho en diversas circunstancias, y es como un placer especial. Ofrecer un texto, ponerle la voz, es un intento como de revelarlo en el momento de entregarlo. Más allá de lo estrictamente actoral, es algo que nos gusta mucho.
Terminada la primera lectura, un breve descanso permite seguir con el plato principal. El disfrute de crêpes de remolacha con semillas de amapola, o cerdo ahumado con chutney de frutas da paso a otro bloque de textos: Georges Bataille, el Marqués de Sade, Cortázar, Anaïs Nin, Susana Villalba, Roland Barthes. La lista es extensa, incluye, como en el resto del programa, consagrados, clásicos, argentinos contemporáneos y no, culmina con “una pequeña sección de citas breves de varios autores” (ver recuadro), y da la razón a Ingrid: “el erotismo es algo muy amplio”.

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