PSICOLOGíA › ACERCA DE LA LEY, LA REVOLUCIóN, LA DIGNIDAD
La autora se plantea “conocer algo sobre la verdad del saber en un campo sembrado de especulaciones sobre ‘el loco’ del régimen, saber de una sociedad marginal, que es paradigma de la exclusión”.
› Por Silvia Bolotin *
En el reino de huracanes, con saltos caprichosos entre redes de éxtasis circulan enigmas bajo una realidad que embrutecida y opaca recibirá apenas una luz de segunda mano (1) hasta devenir una letra en un más allá. De ese modo Charcot teatraliza la histérica quince años después de la Comuna de París, en el momento de calma republicano. El inconsciente, en esa circunstancia, comenzó a participar, tal vez velado tras crisis de civilización que marcaron los últimos siglos, donde los analistas permanecen cautivos de esa ciudad que deviene tema dominante con políticas legendarias, que no son un campo de operaciones programadas y controladas (2).
Por lo tanto, intentaremos conocer algo sobre la verdad del saber en un campo sembrado de especulaciones sobre el loco del régimen, saber sobre una sociedad marginal, que es paradigma de la exclusión. Algunas de las víctimas del marasmo se escabullen en el decir de Blanchot: “Leer, escribir, cómo se vive bajo el control del desastre, que se da fuera de la pasión. Exaltando olvido. No serás tú quien hablará, deja el desastre hablar en ti” (3). Quedan de esa manera las huellas de pérdidas de Víctor Hugo puestas en una producción inconsciente que hablara de su tristeza dentro del exceso romántico, dando cabida al realismo de seguidores como Balzac, Flaubert, Stendhal. Estas corrientes indican a la ciudad como campo determinante en donde se mezclan la vida del escritor y sus héroes.
Corresponde señalar lo interdicto que nace en el siglo XVII (1690) en una sociedad que asoció el encierro a los insensatos, es decir condenando a pobres y desocupados, surgiendo el desastre a ser desarrollado en obras. A eso se adjunta la confiscación de bienes, una vez constatada la supuesta imbecilidad, demencia, o furor (4).
Esta suerte de relatos mostró el valor del dinero, donde subyace el “vocablo problema” que en un vértigo devorador bloquea toda reflexión. Ese “vocablo problema” en todas las lenguas sería el Terror. Fue durante la Revolución Francesa cuando Hegel, en su libro Fenomenología del espíritu, denominó a ese tiempo: “El tiempo del terror” (Schreckenzeit). Y se vuelve bastante problemático establecer el lazo semántico entre Derecho del Hombre y Terror (5).
En el fondo de los interdictos, en el año 1790, se ilustraría cómo los hombres se iban derrumbando a causa de golpes sobrevenidos por leyes que encomendaron al ciudadano a determinaciones del cuerpo policial, según premisas en códigos esgrimidos por Scipion Pinel. Su intervención hizo que la ley fuera destinada a esos llamados insensatos, que los vio cual animales errantes, rodando entre enunciados propios al discurso burgués. Un discurso que es cuna del discurso médico, conjugando indiscriminadamente criminalidad y locura. Pero, en los pliegues de la ambigüedad, se abre una brecha cargada de violencia, entre la subjetividad del futuro y del presente, a menos que se apele a la utopía.
En esta marcha por textos e ideas voy a tratar de contar-contarme que es importante recordar la ambigüedad que rompe la linealidad, disuelve la desolación del nunca más tanto del reposo como del para siempre. Así esa década se caracterizó también por una subjetividad colmada de utopías, como esa imagen de mujeres del ancien régime que ocuparon un primerísimo plano durante revueltas callejeras, incitando a hombres a la violencia. Creo que eso nos conduce a las prácticas de clases dominantes y sus usos en el lenguaje narrado por Balzac, Hugo, Brecht, con respecto al estilo del tratamiento sobre la locura en sus argumentos. Es el momento, pues, de subrayar que posteriormente el alienado tendría una identidad de sujeto del Derecho en 1789 (6), como esas mujeres intrépidas que alcanzarían el “Derecho de la mujer”. Ambos ingresan de lleno en la manipulación del lenguaje en torno de la oscura alienación y sus contradicciones en lo relativo a la libertad, circunstancia en que el loco accedió a la posición sujeto-enfermo, dando a luz la construcción de la pareja; enfermo-médico. Materia de comunicación que lleva al corazón mismo del psiquismo y sus avatares, cuyo origen en el ágora, el discurso de la polis, hizo desprenderse cosas similares a un texto socrático en esa suma de sensaciones y de memoria. Este filósofo griego bienhechor de la Cité pensó en la enseñanza de una virtud, que nos traslada de inmediato a esa voz de Víctor Hugo con su memorable personaje Jean Valjean en Los miserables. Este autor salta al otro lado del espejo, construye le “double Paris de Hugo” a través de un mapa que deviene clave en la novela. Esa doble ciudad se pareció a una Roma vencedora en esa interpretación que los griegos le daban a la polis, como los romanos a la res pública, una y otra eran garantía contra la futilidad de la vida individual, eran la región de permanencia de los mortales, pero más bien para su inmortalidad (7). Hugo pensó que testimoniar sobre París era una continuación de la vasta liberación individual. Por eso, su obra es afirmación. Jean Valjean perseguido por Javert transita con su bellísima hija Cosette por laberintos trazados desde una invertida realidad geográfica, como si estuviera en épocas medievales bajo el toque de queda. Los miserables pasaría a ser un texto inmortal del exilio voluntario, en un intento de inserción en el deseo de las masas por la pasión de lo real: “Pasión de libertad y de justicia”.
Nos aproximamos a la increíble paradoja del cuerpo médico, a ese falso proceder en lo interdicto, que era realizado precisamente en nombre de la libertad y justicia; una apología de la internación, que ubicó dichos términos de pasión en plena ambigüedad (8), como ocurriera en el histórico Hospicio de Charenton, un espacio donde murió el Marqués de Sade, cerca de grandes políticos criminales; se toca así el problema semántico propuesto.
En esta zona pareciera albergarse el destino de resistir a partir de cierto efecto dionisíaco, donde, quizás, el simple hecho de que estos escritores nombren las cosas, creen palabras, será la manera de apropiárselas y, por decirlo de alguna forma, desalienan a ese mundo en el cual, después de todo, cada uno nace extranjero y nuevamente (9). En realidad, el fragmento que impone el clímax de Los miserables será cuando Jean Valjean confesó ser el convicto extranjero, naciendo nuevamente al nombrarse ante el Tribunal, que sentenciaba a un loco en lugar suyo. Cuando la máscara se desplomó, agregó: “Me quitaron mi dignidad por robar pan”, instante solemne que abuele la razón social. Desde esta sinrazón, personajes de leyenda entre el horror y el complot remiten a la ley que se lee, pero que a la vez no se puede leer aunque posibiliten salidas, un modo de salir y de entrar (10) en epopeyas, como aquellas propuestas de los jacobinos al pueblo, que promovieron la desaparición de la indigencia y la opulencia; de esa manera quedó prohibida la mendicidad, declarándosela contraria a la dignidad humana. Y el despotismo de la libertad contra la tiranía se instaló en toda su magnitud.
Momento crucial en estas narrativas que destacaron cómo se empezó reclamando medidas para los sospechosos, para luego subordinarlo todo a la Defensa nacional. No fue una creación sistemática, sino continua, que adaptadas a las circunstancias pone el Terror a la orden del día. El concepto del terror pareció sacudir a Hugo, inventando un singular género, en una singular arquitectura de novela, seguramente por un desasosiego inclasificable, que conllevó medidas de excepción; donde se denunció que no se expulsó a traidores, sino que se los exterminó, como lo recordarían sentencias de Robespierre. Mientras tanto, Maximilian Robespierre agregaría algo más a este propósito, sobre esas elites que despreciaban “la grandeza del hombre”, y que estaban prestas a “destruir la civilización” en simultáneo con lo respetable. Es el deseo en desnudar una hipocresía referida a la violencia (11).
Por esto que precede, en esos días que vivieron la infamia, a Javert, el personaje clásico romántico se lo exterminó en la trama; el peso sobre sus espaldas de una ley maldita lo hizo tirarse al Sena. Aunque Valjean empezara a respirar con este suicidio del perseguidor bajo ley moral, la atmósfera completa de aquella Francia quedaría bañada aún por el ruido metálico de aquella “máquina de la muerte”, esa obra del diputado Guillotin, que se la empezó a ensayar con corderos para después darle paso a la guerra escarlata con la cabeza de mujeres: María Antoinette, Charlotte Corday (que asesinó a Marat) y Philipe Egalité, como también a burgueses y a gente del pueblo.
Aunque en ese combate por lo terrible, el peligro es que se haga caso omiso de que al hombre se lo amalgamó a animales en albores de la psiquiatría, y de la República, recordándonos de Scherezade que en cada noche de las noches de los tiempos regresan sus cuentos, igual que el tema de la antigua “neurosis de guerra”. Esto nos lleva a indagar cuánto perturban las tragedias sangrientas, a pesar de que en esos períodos son raras las eclosiones de locura, pero ciertos síntomas dejan desamparados y vulnerables al ser ante el trauma.
Entonces, en ese contexto, cabe refugiarse en inolvidables aportes de Hugo, Balzac, Kant, próximos a las palabras en el pórtico del templo de Delfos: gnôthi sauthon ‘conócete a ti mismo’. Porque, esas dos palabras de la variante agustiniana se vuelven un imperativo en relación con la justicia y la verdad (12). Eso sí, haciendo esa salvedad de Freud que desmanteló esos vocablos en su inclinación por el sentido, pero que se aborda algo sobre otro saber de la verdad. Algo similar a una emoción singular que se reconoce con el saber político, y si es auténtico, habrá un entusiasmo colectivo. Kant reparó ese entusiasmo cuando leía los textos sobre la espectacular Revolución Francesa (13).
Cierto es que, a posteriori del 14 de julio de 1789, Kant, igual que estos autores, escribieron bajo la impronta de esa revolución que brotaba de lo más hondo del alma. En esa facultad pulsional de vacilación intelectual, se apreció al genio melancólico, recalcándosenos que los poetas como los filósofos tienen aptitud para pensar, pero pueden ser incapaces de juzgar nada pertinente con respecto a la política (14). Sin embargo, hacen de la polis un monumento de memoria y creación. Construirla es pensar una salida, como en esa nostalgia de Víctor Hugo, que hizo en calles imaginarias una afirmación del clamor universal por la democracia, la paz; es la afirmación de los siglos. Por lo tanto, esas páginas niegan algo. ¿Acaso, es posible hallar mejor fórmula para concluir sobre el doble que en ese itinerario fantástico? (15), aunque Jean Valejan cobije el olvido como hecho peligroso a punto de estallar en la injusticia. En esto Arlt se aúna al poeta hoy: “Creo que a nosotros nos ha tocado la horrible misión de asistir al crepúsculo de la piedad, y que no nos queda otro remedio que escribir desechos de pena, para no salir a la calle a tirar bombas o a instalar prostíbulos”. Tal vez, desde ese recoveco de impugnación lírica, se vuelva al inconsciente y sus fábulas en una nueva ética por el sabor de la palabra y su práctica en la política del malestar.
1. Musil, R. Essais, Ed. Seuil, 1978, París.
2 De Certeau, M. L’invention du quotidienne, Ed. Christians Bourgois, 1980, París, pág, 177.
3. Blanchot, M. L’écriture du désastre, Ed. Gallimard, 1980, París, pág. 12.
4. Laporte, M.C., Le fou de la republique, Ornicar, Champ Freudien, 1976, París . pág. 46.
5. Faye, J. P. Dictionnaire politique portatif en cinq mots, Ed. Gallimard, 1982, París, pág. 100.
6. Idem 4, pág. 48.
7.Hannah Arendt. La condition de l’homme moderne, op. cit.,p.67. Tomado de J. Kristeva en Le génie féminin Hannah Arendt, Ed. Fayard, 1999, París, pág. 129.
8. Idem 4, pág. 70.
9. Idem 4, Ibid, pág. 118 y pág 142.
10. Idem 1, pág. 193.
11. Corresponde tomar a Eloy, Martínez, T.
12. Lledo, E. La voz detrás de las palabras, El País, Babelia, 2002, Madrid.
13. Badiou, A. Entrevista inédita de Silvia Bolotin, 2001, París.
14. Idem 7, pág. 155.
15. Guide de Paris mystérieux, Ed Tchou Princesse, 1981, París, pág. 42.
* Trabajo presentado en las Jornadas “El psicoanálisis en la ciudad: Política del síntoma”, Museo Nacional de Bellas Artes, 2002.
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