PSICOLOGíA › “MILLONES DE CIBERNAUTAS LO CONSUMEN”
› Por Ricardo A. Rubinstein *
Hace once años, en 1997, presentábamos con una colega en el Congreso Internacional de Psicoanálisis, en Barcelona, un caso de cibersexo.
Se trataba de una persona que hacía pasar el grueso de su vida y satisfacción amorosa por su computadora, “Mimí”, encontrando placer en el contacto virtual y fantasmático con otros usuarios de la web. Contacto que servía sólo de soporte a la descarga masturbatoria autoerótica, protegido de cualquier posible “contaminación” viral, bacteriana o afectiva humana.
Hoy el cibersexo es moneda corriente.
Millones de cibernautas consumen sexo virtual en sus diversos formatos.
Casi 120 millones arroja la palabra sexo en Google, siendo los primeros veinte lugares para videos y fotos porno, relegando en las siguientes a escasas citas sobre estudios de sexualidad, humor o literatura relacionada con sexo. Es superado por las citas sobre arte, 255 millones y religión, más de 400.
¿A qué llamamos hoy cibersexo? ¿Qué y a quiénes abarca? Una primera respuesta incluye sin duda el perfil, vastamente extendido, de muchos usuarios como el caso primeramente descrito. También es necesario analizar las consecuencias derivadas de la revolución en tecnología y comunicaciones provocadas por el uso de Internet. Esta ha ido ocupando y supliendo de manera creciente el habitual lugar de la telefonía, como también el de los medios gráficos (libros, diarios, revistas) y fílmicos (videos, películas).
Es así que el público adolescente, ávido y curioso en particular en materia sexual, encuentra un territorio fértil en sus dominios. El consumo de pornografía, la búsqueda de información y la ocasión de encuentros con personas diversas es una vía muy frecuentada, tanto como el estar simultáneamente en compañía, juego o comunicación con pares. Los ámbitos de chat representan otra franja muy amplia para quienes buscan compañía, encuentro o afinidad matizados y condimentados con la posibilidad de conquistas amorosas que a veces son sólo virtuales y a veces escalan a contactos más cercanos y relaciones más estrechas y profundas.
Para muchos otros el espacio virtual es como un remedo de lo que llamamos “espacio transicional”. Es un área de juego, diversión, condición que facilita una mayor expresividad, en particular de sentimientos, tendencias usualmente reprimidas. La pantalla opera como una pantalla de proyecciones sobre la que pueden ser derivados aspectos disociados o escindidos del yo. Se instala un “como si” en el que, de modo paradojal, pueden manifestarse las mayores intimidades en el espacio más público del mundo.
Alguien puede ser o pretender ser de cualquier sexo, condición social, edad, ocupación, identidad real, ídolo, diva, superhéroe o villano, sublime o abyecto, adorable o exquisitamente repulsivo. La otra paradoja consiste en estar mucho tiempo conectado a la PC, experimentar vivencias intensas, con conmoción corporal y sensorial, amar, matar, pero en realidad no estar con nadie. Estar solo, con una máquina.
Es el paroxismo de la era de la imagen, paradigma de la exaltación imaginaria, paraíso de la pornografía, de la sexualidad perverso-polimorfa, voyeur, autoerótica.
Pueden oírse voces, leerse textos al instante, ver caras, cuerpos, paisajes.
Pero no tocarse.
Los estímulos son innumerables, también los contactos, pero vemos en quienes se “cuelgan” frecuente y prolongadamente de la máquina una tendencia a un modo narcisista de desligazón, a preferir la ilusoria no-dependencia de otro (humano), donde reina la búsqueda de un yo de placer purificado, en el hecho de lograr con un simple clic instantáneo la desaparición de quien o aquello que molesta, perturba. La ecuación consiste en que, “como he decidido que no me altere, lo borro o me borro de la pantalla, por lo tanto no existe más”. Esta modalidad es propia de un funcionamiento regresivo y primario del psiquismo.
Para aquellos que padecen ansiedades de tipo fóbico, utilizar la web es un óptimo canal para manejar la distancia vincular a piacere. Se acercan o alejan hasta donde quieren o pueden. No hay angustias de engolfamiento o encierro, como tampoco de soledad o abandono absoluto. El cliqueo del mouse brinda la sensación omnipotente de quedarse o irse cuando lo deseen. Garantiza además un sexo limpio, sin contagios, sin secreciones molestas, pero sobre todo sin compromiso. Con cuerpos que hacen curvas, pero asintóticas, para nunca tocarse.
Ya que no somos solamente espectadores de lo que acontece en estos tiempos sino también actores, esto nos lleva a preguntarnos si estamos observando nuevas entidades clínicas, nuevas enfermedades producto del uso de Internet. La respuesta es que probablemente vemos nuevos ropajes para antiguas patologías.
* Médico. Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
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