PSICOLOGíA
› UN COMENTARIO PSICOANALITICO SOBRE EL “DAVID” DE MIGUEL ANGEL
El hombre que miró de frente la “terribilità”
Una célebre escultura de Miguel Angel permite aproximarse al enigma de la mirada, eso tan inmaterial que, para Lacan, es un “objeto”. Según la autora de esta nota, la mirada del David “atrapa al espectador en su propia trampa”.
Por Cecilia Collazo *
La mirada del David de Miguel Angel nos presenta la terribilità. Algo en las obras de este artista ha sido definido por críticos como Gianni Vassario mediante esa palabra que refiere al orden de lo terrible, de lo que Sigmund Freud llamaría Umheimlich; lo siniestro, lo ominoso. El término fue aplicado a otra escultura, los Prigioni, bloque de piedra donde el prisionero, más bien que roca tallada, es una forma que brota de la roca. En el David, se trata de la mirada, cuyos poderes de penetración se extienden desde el mármol hasta quienes hemos osado ser atrapados por ella.
El David fue esculpido por Miguel Angel entre 1501 y 1504, en mármol; tiene una altura de 5,17 metros. La obra fue encargada a Miguel Angel por la Obrería del Duomo de Florencia para decorar la Catedral, y en 1504 fue situada frente a la fachada del Palazzo Vecchio. Apodado “El Gigante”, fue adoptado por los ciudadanos como símbolo de la libertad y de las virtudes cívicas de la Florencia republicana.
El Gigante, futuro rey de Israel, con cuerpo y actitudes triunfantes al estilo de los griegos clásicos, no coincide con otras versiones del David, a quien se lo suponía delgado y joven, y sin conciencia de la acción que se le encomendaba. Este David se presenta imponente bajo la luz del lucernario.
Otras obras de Miguel Angel también se vinculan con la mirada. En la Pietà, se trata de la mirada entre la madre y el Hijo. En el altar de la Capilla Sixtina hay figuras en las que el artista representó a sus enemigos personales: allí los puso para que fuesen vistos.
La mirada viva de David, como una lanza, es capaz de apropiarse de Goliat, su enemigo, y de los visitantes que alzan la vista hacia ella.
Es cierto que todos los artistas ofrecen sus productos a los ojos de los demás pero, en Miguel Angel, se plantea el enigma de la captura de su autor en esos ojos, propios y ajenos.
“Me miras donde no
te veo”
Según una lectura de la obra de Freud, las pulsiones sexuales parciales se unificarían en la pubertad bajo el primado de la zona genital. Para Lacan, en cambio, la pulsión es siempre parcial. Siendo el deseo uno e indiviso, la pulsión es su representación particular. En su teoría del “circuito pulsional”, la pulsión bordea un simple y puro agujero llamado objeto “a”. Va por el borde, tal como las que Freud llamó zonas erógenas son bordes del cuerpo. La pulsión se satisface en los recorridos que efectúa una y otra vez, tapando, velando, cubriendo el objeto “a”. Algo del cuerpo y del goce quedan allí nombrados, tocados.
Lacan destaca que la ventana desde la cual nos ubicamos para ver el mundo –la realidad subjetiva y fantasmática– consta de la relación del sujeto con su objeto: ese objeto puede ser bordeado, atravesado, pero también puede ser velado, vestido con ropajes pulsionales que evitan nuestro conocimiento de él y lo mantienen a raya. Mantienen a raya la castración, ese vacío que debe ser velado.
¿Cuáles serían esos ropajes? Para Lacan, las especies de objetos pulsionales son: la especie oral, la anal, la escópica y la invocante.
En lo escópico, la mirada se ubica como deseo al Otro: hay aquí una pretensión del sujeto de que el Otro se abra en su deseo.
En cuanto a la pulsión escópica, en primer momento Lacan se une conceptualmente a Sartre, quien sostiene que la mirada es lo que le permite al sujeto comprender que el Otro es también un sujeto, lo cual implica la posibilidad de ser visto por el Otro. Para Sartre, la mirada funciona en el acto de mirar, donde hay reciprocidad en el ver al Otro y ser visto por él. Pero Lacan se aparte considerablemente de esta linealidad al advertir que el ver y la mirada, no son recíprocos. Sartre no ve el objeto, no ve el “a”, no ve el deseo, en cuyos términos esa reciprocidad no puede sostenerse. Lacan dice que la mirada es un objeto, yque no está del lado del sujeto sino del lado del Otro. La relación entre el Otro y el sujeto en la mirada es antinómica, y en este plano debe situarse la mirada del David de Miguel Angel.
Lacan, en “La esquizia del ojo y la mirada”, que integra el Seminario XI, diferencia entre el ojo, como órgano de la visión, y la mirada, que queda del lado del objeto: éste devuelve la mirada al sujeto; el objeto es mirada para el sujeto. Pero desde un lugar o un punto desde el cual el sujeto no puede verlo. Dice Lacan: “Ustedes nunca me miran desde el lugar en el que yo los veo”; “Nunca me miras donde te veo”.
Dice Lacan en ese mismo seminario: “El ojo y la mirada, esa es para nosotros la esquizia en la cual se manifiesta la pulsión a nivel del campo escópico”. Y agrega: “En nuestra relación con las cosas, tal como la constituye la vía de la visión y la ordena en las figuras de la representación, algo se desliza, pasa, se transmite de peldaño en peldaño, eludido; eso se llama “la mirada”.
Mientras el ojo es el órgano de la visión, la mirada es el aporte de la visión integrada al campo del deseo. La mirada implica al sujeto y al deseo que está en juego. Mientras el sujeto ve, la mirada se pierde, queda elidida; cuando hay mirada, no ve.
En la mirada hay un llamado al Otro. A que el Otro se abra en su deseo, a que en el Otro haya hendidura; a que haya en él un lugar.
“Terribilità”
En su fascinación, la mirada del David de Miguel Angel es peligrosa. La mirada terrible de David está en relación con su enemigo, Goliat. El espectador está en el lugar de Goliat, el enemigo de David. La mirada causa terror, y el espectador se vuelve a su vez mirada: no sólo mira esa mirada sino que, al volverse mirada, se vuelve objeto. El espectador, que se ha dispuesto a mirar, queda atrapado. La mirada del David atrapa al Otro en su propia trampa.
Miguel Angel Buonarotti nació en Caprese, Italia, el 6 de marzo de 1475, y murió en Roma a los 89 años de edad. Basándose en el neoplatonismo, Miguel Angel consideraba al hombre como buscador de la perfección de lo divino más allá de los instintos. Ejemplo de esta concepción es el David, en su gigantismo, en la precisión de su anatomía viril y en la exaltación de la belleza del ser humano, que otorgan la fuerza expresiva para dar cuenta del ataque al enemigo. En los ojos del David habla el sujeto que en Miguel Angel habla: bordea, contornea un espacio pulsional y, como recorte, cae un pedazo que otros nombraron con un significante, terribilità.
* Psicoanalista.
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