PSICOLOGíA › EL PSICOANáLISIS Y LA CREACIóN ARTíSTICA
› Por Raquel Rascovsky de Salvarezza *
El psicoanalista y el analizando recorren juntos un camino parecido al del artista. En el artista observamos que, en un primer momento, debe destruir lo que lleva dentro de sí mismo para acceder a nuevas formas o imágenes. Este primer período de la creatividad es doloroso y angustiante, hasta que, buceando en el agujero negro del inconsciente, logra realizar su obra. Los psicoanalistas somos creadores de infinitas interpretaciones, imágenes reconstruidas de mundos internos en crisis o simplemente derrumbados. Estas creaciones surgen de la consonancia entre dos mundos internos permeables, el mío y el de mis analizandos, dos inconscientes resonando al mismo tiempo.
Estas creaciones no solamente ayudan y alivian a nuestros pacientes, sino que reformulan y amplían nuestras propias perspectivas y emociones. Somos artífices de nuestro propio crecimiento al develar los sufrimientos ajenos hechos carne en nosotros. En tanto más creatividad en las interpretaciones, nuestro mundo interno se llena de esperanza como el del artista que proyecta en sus obras sus desvalimientos y necesidades y queda, aunque sea por un momento, inmerso en el deleite de sí mismo al poder verse en su obra.
En un segundo momento, el frenesí creador es un entusiasmo exigente que lleva a terminar la obra para, en un tercer momento, desprenderse de ella. Ya expuesta frente al público, podrá verla, el artista podrá mirarla, leerla o escucharla con auténtico placer, orgullo y embeleso, con la sensación cabal de su realización. La mirada del Otro le da sentido.
Creo que si el proceso de creatividad completa su desarrollo, es decir, si el autor logra desprenderse de su obra, esta dejará de ser un síntoma para convertirse en una realización de alto contenido sublimatorio. En cambio, si queda adherida a él para su contemplación solitaria, allí sí se trata de un síntoma, que se va a repetir sin descanso en tanto no irrumpa un Otro en la escena para modificar el curso de este desarrollo trunco. Esta dificultad para aceptar la finitud contiene, por supuesto, la negación de la castración y de las pérdidas a las que está sometido el ser humano.
El psicoanalista, al internarse en las profundidades del proceso primario, debe permitirse la confusión y, muchas veces, ante la falta de representación, la primacía de lo corporal será lo que lo haga vibrar y lo guíe hacia eso inexistente que provocó, seguramente, la situación traumática. Introducirnos en él nos provoca la fascinación frente a lo desconocido inimaginado mientras nos despierta el deseo de conocer, pero al mismo tiempo exige el esfuerzo para que, junto con el analizando, organicemos nuevas representaciones que obturen las falencias y llenen las ausencias, creando, muchas veces, una ilusión de felicidad y completud compensatorias del gasto emocional sufrido.
Como el artista que pierde su inspiración, el psicoanalista se siente a veces paralizado frente a su paciente, despojado de la disponibilidad afectiva adecuada o del tiempo necesario para la comprensión de lo que está pasando en ese mundo en tinieblas. Urgido por su malestar, siente que no está habilitado a tomarse el tiempo necesario de reflexión en este mundo cambiante y acelerado que lo presiona y apura. Difícil tarea la del psicoanalista, que debe lidiar con situaciones nunca siquiera imaginadas que nos incluyen y amedrentan. Los nuevos holocaustos, los fundamentalismos eso que pensábamos privativo del pasado y que renace: ¿seremos capaces de seguir con nuestra verdad alejada de las propagandas mágicas y de las seducciones del mercado?
En los países latinoamericanos, donde las democracias han sufrido constantes golpes de Estado, la problemática social incide permanentemente en nuestro trabajo. Cuanto más autoritario es el régimen de turno, mayor es el nivel de amedrentamiento social, lo cual intensifica el sometimiento de la comunidad. Es decir, tanto de los pacientes como de los psicoanalistas. La condición ideal para el desarrollo del psicoanálisis es un clima de libertad donde pensar sin censura o disentir no sea un delito. Parte de la grandeza de Freud residió en contar con la fortaleza interior para continuar su obra frente a las vicisitudes históricas que le tocó vivir.
El constante trabajo con los elementos inconscientes nos diferencia de otras teorizaciones que por la índole de su trabajo no logran la modificación de los elementos inconscientes que definen las creencias. Recordemos que, al decir de Ronald Britton, la creencia es a la realidad psíquica lo que la percepción es la realidad material, y que la creencia subjetiva antecede a la realidad objetiva. E insiste en que las creencias tienen consecuencias, hacen surgir sentimientos, influyen en las percepciones y promueven acciones. ¿Será éste el tipo de creencia que promovió la actitud de los kamikaze o de los suicidas fundamentalistas? Tal vez no sea ajeno a los psicoanalistas poder transformar esas creencias inconscientes en conscientes para, como dice Britton, poder abandonarlas.
* Miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
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