PSICOLOGíA
› CRITICA A LA CONCEPCION TRADICIONAL DE LA FEMINIDAD EN UN TEXTO INEDITO DE MARIE LANGER
Oh, madre, libérame de eso que llaman instinto maternal
En un artículo inédito en la Argentina, la recordada psicoanalista Marie Langer (este mes se cumplen 15 años de su fallecimiento) examina diversas investigaciones para arribar a una crítica de la noción de “instinto materno”, que desmonta en distintos factores: desde “el interés de la clase dominante mercantil” hasta formulaciones filosóficas que precedieron a la Revolución Francesa.
Por Marie Langer *
Dedicaré unas pocas líneas al tema de la sexualidad femenina, para comentar después unos aportes a la discusión sobre “el deseo natural de procrear” y sobre “el instinto materno”. Esta discusión hubiera sido, unas décadas atrás, inimaginable. La propongo debido a la presencia de Gisele Halimi, luchadora exitosa en Francia por el derecho de la mujer de disponer de su propio cuerpo. A ella la acusaron, como a todos los que luchan por este derecho, de atentar contra el “instinto materno” y, por ende, contra la moral y la naturaleza. De ahí mi planteo de discutir si existe realmente tal instinto y aún suponiendo que fuera así, si el ser humano en su larga evolución y lucha por el dominio de la naturaleza no demostró su capacidad de moldear las exigencias instintivas, según las necesidades e imposibilidades socio-económicas y culturales.
Antes quisiera ejemplificar, al hablar de la sexualidad femenina, cuán socialmente determinadas somos.
Hasta hace relativamente poco fueron los hombres quienes, escribiendo sobre nuestra sexualidad, dictaminaban qué y cómo debiéramos sentir, nosotras las mujeres. Sus investigaciones demostraban, junto con nuestra inferioridad intelectual y nuestro infantilismo afectivo, nuestra predisposición magnífica para la maternidad. La descripción de nuestra sexualidad resultaba más bien pobre. Solían, además, generalizar, sin tomar en cuenta la pertenencia a la historia, clase y sociedad de las diferentes mujeres. Recién en las últimas décadas son mujeres las que lograron dedicarse al tema. Debemos a la antropóloga Margaret Mead, por ejemplo, el conocimiento de la existencia de “sociedades frígidas” y otras donde se supone que la gran mayoría de las mujeres gozan violentamente. Debemos a la escritora Doris Lessing el conocimiento de la precariedad y de la dependencia emocional de la capacidad orgástica de ciertas “mujeres liberadas” de clase media y país desarrollado. El informe Hite nos ofrece la gama enorme de variedades de formas de goce de la mujer norteamericana, blanca, de clase media.
Podría seguir ejemplificando con las investigaciones de Masters and Johnson o con la literatura feminista muy abundante sobre el tema. Pero me limitaré al comentario de una paciente de clase obrera argentina quien, años atrás, tuve que entrevistar en un servicio psicosomático de ginecología. Cuando pregunté a esta mujer cuarentona y desgastada sobre su vida sexual, me contestó: “Mi esposo es muy considerado. Como sabe lo cansada que estoy de noche, no hace ya uso de mí sino que se arregla fuera de casa”.
Ella me demostró, en forma para mí dramática, cuán moldeable es el instinto sexual. Veamos ahora, a través de los comentarios sobre dos libros, como ocurre lo mismo con el “instinto maternal”.
Tres hombres –Gunnar Heinsohn, sociólogo; Rolf Knieper, abogado; y Otto Steiger, economista– escriben sobre la “Teoría general de población de la era moderna” (Allgemeine Bevölkerungs-Theorie der Neuzeit, Suhrkampverlag 1979). Los autores sostienen que el deseo de descendencia no es innato, sino el resultado del interés de la clase dominante. Este, a su vez, depende de las relaciones de producción y la ganancia correspondiente. La decadencia de la Roma tardía fue resultado del hecho que los esclavos ya no estaban interesados en tener descendencia, con el resultado de falta de brazos para el trabajo y para la guerra. Esclavos y proletarios lograron no tener hijos, ya que en Roma junto con la desintegración de las familias patricias, el infanticidio, el aborto y anticonceptivos primitivos estaban a la orden del día. La necesidad de superar la disminución constante de la población trabajadora fue una de las causas que llevó junto con el hecho que desde el final del siglo II d.C. muchos esclavos y proletarios se habían transformado en pequeños campesinos, necesitados de herederos que trabajen su tierra, a la adopción de la religión cristiana. Era ésta y su herencia judía la que restablecía la familia patriarcal en decadencia y prohibía el infanticidio y el acto sexual infértil. Sin embargo no selogró impedir que las parteras mantuvieran y ampliaran su vieja sabiduría en métodos anticonceptivos y de aborto.
Según los autores fue recién al principio de la época moderna cuando el auge de un nuevo mercantilismo –la nueva economía representada por Jean Bodin– lleva a una eliminación radical de estas medidas limitantes del crecimiento de la población y de sus causantes. Según los autores la decisión de aumentar la población por todos los métodos factibles sería la causa del –hasta la eliminación masiva de seres humanos en los campos de concentración nazi– más horrendo crimen y masacre de la humanidad: la persecución, tortura y matanza de millones de mujeres, acusadas de brujería y trato con el diablo, pero de hecho por ser conocedoras de vieja sabiduría ginecológica, adquirida durante siglos y milenios. A través del terror –la letra con fuego entra– se impone la nueva consigna: no hay que tener los hijos, de los cuales uno puede responsabilizarse, sino los hijos que Dios manda. El placer sexual de la mujer es secundario y hasta indecoroso, lo importante es su función de madre. La familia adopta la moral cristiana, el “deseo natural de descendencia” y la maternidad y paternidad sin límites. Esta evolución provoca en nuestro siglo la explosión demográfica del tercer mundo junto con una liberalización de normas en el mundo desarrollado. Resurge la lucha por la libertad del aborto, se descubren anticonceptivos cada vez más seguros y mejores y se planifica a la familia. Sin embargo, en los países desarrollados esta planificación implica a menudo tener un sólo hijo o prescindir del todo de descendencia.
Las ventajas de una vida libre de las preocupaciones que causa la crianza de los hijos, parecen de más peso para muchas parejas, que el supuesto “deseo natural del hijo”.
En resumen, los autores sostienen que, la causa y el recuerdo del horrendo crimen cometido contra las brujas fue reprimido, hasta por los marxistas y sustituido por la creencia de un instinto maternal.
La tesis de los autores me pareció muy estimulante y digna de tomar en cuenta. No concuerdo con las deducciones que hacen para el futuro, o sea, que la única manera de aumentar de nuevo la disposición de las mujeres a la maternidad sería transformar a ésta en fuente de ingreso y, cuasi, en profesión. Creo que en este punto la integración de una mujer al equipo de autores hubiera sido de bastante utilidad.
Mencionaré ahora nuevamente “el amor en más” (L’amour en plus) de Elizabeth Badinter, que demuestra que no siempre bastaba, tener hijos, para despertar al instinto y amor maternal. Ella describe, como, desde el siglo XVII en delante, hasta bien entrado el siglo pasado, la población urbana francesa solía desembarazarse de sus recién nacidos mandándolos al campo, al cuidado de amas de leche campesinas. El resultado fue una mortalidad infantil enorme y una baja preocupante a la larga, para los gobernantes, del índice de aumento de la población. Demuestra la autora, a través de su libro, como las madres de entonces carecían totalmente de “instinto maternal”, pero también, como éste fue creado, “el amor forzado” lo llama Badinter, con el tiempo por el desarrollo de una filosofía y moral impuesta. Fue Rousseau, quien inventó a través de la pareja ideal, Emile y Sofie, a la mujer suave, indefensa, de inteligencia práctica y dedicada totalmente a la atención del esposo y a la crianza de sus hijos. Sostiene que Freud y sus seguidores, especialmente Helene Deutsch, Melanie Klein y Winnicott, serían los últimos herederos de la ideología roussoniana. Predice una época nueva, en la cual ya no toda la responsabilidad para la crianza y salud mental de los hijos, recaiga sobre la madre, sino donde se estaría despertando el “instinto paterno”. Daré como ejemplo el éxito de taquilla que obtuvo, unos años atrás la película Kramer vs. Kramer como también una nueva modalidad en los divorcios. Hay madres que deciden “hacer su vida” y padres que eligen quedarse con los hijos.
* La autora ha publicado bajo el título “Feminismo y sexualidad” en Seminario: “Feminismo, Política y Movimientos Feministas”. 1-3 marzo 1982. Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo. México.
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