PSICOLOGíA › SOBRE UN “SANTO REFERENTE” DEL PSICOANáLISIS
› Por Sergio Rodríguez *
En épocas en que el diván era un santo referente, atendí a una dama que atravesaba su segunda juventud. La analicé unos diez años, durante los que se prestó gozosa al diván. Se cumplían todos los reglamentos, todo iba transcurriendo como un muy buen análisis. Ella llegaba puntual, raramente faltaba, asociaba libremente, mi atención flotante escuchaba atenta y agudamente sus formaciones del Inconsciente y mi voz interpretaba puntualmente. Se separó de un marido que en buena medida había tomado por resignación, debida a una suposición degradada sobre su femineidad. Había dado también pasos importantes en su vida laboral.
Ella tenía bellos ojos, pero su mirada reflejaba esa suposición que tenía sobre sí misma como mujer poco mirada por su padre. En cierto momento, después de mucho tiempo de análisis en el que no venían produciéndose cambios, le propuse que trabajáramos frente a frente. Había una fuerte transferencia positiva y aceptó sin reticencias. El trabajo parecía seguir de la misma manera. Sin embargo, en determinado momento padeció una fuerte conjuntivitis que la obligó a ir a un oculista de guardia. La atendió un médico joven y apuesto que la trató con mucha dedicación, y se desencadenó una relación que duró, amorosa y fogosa, un tiempo. A partir de la misma, comenzó a terminar lo que había sido un largo análisis.
En un sueño que daba expresión metafórica al fantasma de la paciente, apareció un fuerte cambio. En forma recurrente y dolorosa, soñaba con un canario encerrado en una jaula, mirando a un gato que a su vez lo miraba agazapado. Se tornaba evidente el goce sadomasoquista encadenado entre ambas miradas, haciendo de obstáculo al deseo de volar. Un día, después de haber transitado su romance con el oculista, soñó con la misma escena, pero con una variante: la puerta de la jaula estaba abierta y el canario, luego de unos revoloteos alrededor, volaba hacia otros rumbos. Advenía el momento de concluir ese análisis. No recuerdo si medió alguna interpretación importante. Sí me resultó evidente el peso que tuvo la presencia del entrecruzamiento de miradas entre analista y analizante. Algo de su fantasma se iba comprendiendo, se aproximaba el tiempo de concluir y el pasaje al acto consecuente. Para que fuera tal, debía sofrenarse la impaciencia del analista y dejar que la analizante lo llevara a cabo. Así ocurrió.
Sé por terceros que su vida siguió razonablemente bien, en función de sus principales deseos. No sé si cursó algún otro análisis después. Mientras relato esto, recuerdo por mi parte cuántos pajaritos enjaulé de chico, y una siesta desgraciada en que un tío idealista, jefe de boy scouts, les abrió la puerta haciéndolos volar. Pero uno de ellos, nostálgico, siguió revoloteando junto a la jaula hasta que, por la misma puerta, volvió a entrar. Gozaba enjaulado y llamaba a los otros a compartir su destino. Estar en analista –como decía Fernando Ulloa– exige dejar de lado ideales, para que sean los analizantes los que decidan sobre su vuelo; y esto muchas veces se hace sublimando el sadomasoquismo. El sadomasoquismo daba combustible a la resistencia del ello de la paciente, vehiculizada a través del sometimiento pacífico a la voluntad divaneadora del analista; a la vez que, desde esa posición, lo impotentizaba como tal. Sus ojos y su rostro sonreían satisfechos, en el final de cada sesión en el diván.
No siempre el diván es una condición necesaria para psicoanalizar. Lo es, sí, cuando el paciente viene muy condicionado a suponer que un análisis sólo es tal si transcurre en un diván; o cuando el analista observa que es muy prematuro para que un determinado analizante soporte su mirada mientras habla, sea porque la evite como efecto de enredos obsesivos, defensas histéricas o fóbicas. Recordemos el consejo del Martín Fierro sobre que hay que desconfiar del paisano que se mira las alpargatas mientras habla.
La mirada, en la transferencia, siempre está presente, in effigie o in absentia. Estoy en desacuerdo con Lacan, cuando fundamentó el diván en ausentar la mirada del analista. Vuelvo a acordar con él cuando, posteriormente, se fue centrando en la función de semblant del analista para la cual la mirada es fundamental. Pero tengamos siempre presente que, según el paciente esté o no en el diván, se establecen contextos muy diversos. Hay que observar en detalle, y en relación con la lógica temporal de cada análisis, la indicación o no del diván.
* Fragmento de un artículo incluido en Psyche Navegante N° 88. www.psychenavegante.com
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