Jue 23.01.2003

PSICOLOGíA  › HACIA UNA TEORIA Y UNA CLINICA DE LOS ALLEGADOS AL SUICIDA

“Siento que yo participé en esa muerte”

“Lo que dio impulso a la investigación humana no fue el enigma intelectual ni tampoco cualquier muerte, sino el conflicto sentimental emergente a la muerte de seres amados y sin embargo también extraños y odiados.”
Sigmund Freud, Consideraciones sobre la guerra y la muerte

Por Roberto Urdinola *

En el campo propio del suicida, algo se nombra no nombrándose, algo se muestra como real, un vacío donde desertan las buenas intenciones. El cuerpo muerto del suicida “por su decisión” deviene cosa inenarrable para los afectados.
Tomamos el término “afectado” no en un sentido general, sino en el sentido de quien sufre una influencia exterior; es, según Aristóteles, una de las diez categorías del ser. Ciertamente, cualquier muerte nos afecta. Pero la irrupción del suicidio desborda toda comprensión.
Una decisión ciega alumbra pasiones extremas. Así, esa “máquina de influencia” hace circular en los afectados la figura siniestra (Umheimlich) del doble. Esta figura da pasión al borde de un vacío que llenan con una moral culposa, en silencio y espera. Tal como dice Novalis: “La acción moral es la gran tentativa en la cual se resuelven todos los enigmas de los innumerables fenómenos”.
Un silencio en espera, de cara a un duelo no resuelto. El eterno presente de un objeto que añoran no puede sostenerse en la palabra: de ahí el recurso del silencio. Y el pasado, como el futuro, serán salvaguardados por las prácticas respectivas de la memoria y la espera, no como recurso mnémico, aquélla, ni ésta como virtud anímica, sino como contemplación moral en tanto algo queda fijado.
Los afectados extienden el acto suicida en-el-tiempo, en su silencio, por su espera. ¿Qué elementos orientan a los afectados de forma tal que responden a un no-duelo? Nombramos estos elementos: el enigma, el legado y la participación.
Al tiempo de la muerte de su hija Sofía, el 27 de enero de 1920, Freud escribió, en una carta a Pfister: “Trabajo tanto como puedo y estoy muy agradecido a esta diversión. La perdida de un hijo parece ser una ofensa narcisista, es probable que lo que se denomina duelo no venga sino a continuación”. Este tiempo previo al duelo puede desembocar en la elaboración del duelo o bien encallar fijamente en la espera.
“¿Por qué lo hizo?” “Me aterra la idea que lo repita mi hijo.” “Siento que yo participé en esa muerte.” Estos dichos son partes del espacio de un suicidio, pero son partes extra, en tanto se inscriben en los afectados. Se despliegan, se entrecruzan, sin llegar a ser productos de una estructura. Son determinados por extensión al suicidio, inscribiéndolo, en los afectados, como fenómeno. Al no ser parte de una estructura, no son síntomas. Tienen intención, tiene un sentido pero no son productos de una estructura, por lo tanto no son síntomas.
Si bien tienen una intención, la múltiple significación de un suicidio hace que la intención desvaríe. Si bien tienen un sentido, el sentido que se den los afectados será un contrasentido en galería de espejos que reflejan ese eterno presente, ese tiempo desbocado por el enigma. Estos elementos se muestran como obstáculo al duelo.
¿Qué es el enigma en el suicidio?: el azar interrogado. Ya sea por esto o por aquello, no hay respuesta que estabilice.
En el suicidio la verdad es un enigma.
El enigma supone una presencia. Sea, en Edipo, la Esfinge. El enigma del suicidio se sostiene en una presencia que no merece ser olvidada. Si el suicidio es, según Jacques Lacan, “la libertad que enloquece”, a partir del universo de respuestas que desvarían con él encontrarán los afectados, más tarde, quizá, su propia construcción del acto en las verdades del síntoma.
* Coordinador del Servicio de Asistencia al Familiar del Suicida de la Universidad de Tres de Febrero. Fragmento de un trabajo presentado en las I Jornadas Conjuntas en la Universidad Nacional de Tres de Febrero “Suicidio: prevención, consecuencias y afectados”.

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