PSICOLOGíA › TRAS UN DISCURSO INSUSTANCIAL
› Por Diana Litvinoff *
La capacidad de convocatoria del programa Gran Hermano probablemente se deba a que conjuga satisfacciones y fantasías ocultas que excitan la imaginación a partir de lo que no sucede y siempre está por suceder. No sólo reaviva al antiguo espía infantil interesado en los secretos de los padres, sino la pretensión de poder verlo todo. Esta propuesta nos da la opción de espiar con permiso lo que quedaba reservado a la intimidad. Quien curiosea desde la pantalla televisiva la casa del Gran Hermano cree estar frente a la vida misma y no discierne la ficción que existe en el armado de este tipo de programas, la imagen construida que intentan los integrantes para no ser eliminados. El sexo y la violencia explícitos en la época actual nos ubican en una especie de “era pornográfica”, que presenta a la vida como un show donde todo puede ser mostrado. El propósito de llevar la curiosidad y el conocimiento a su saciedad tiene el efecto de transformar a la persona en un objeto; no necesariamente se busca destruirlo sino arrancarle sus secretos. Pero el reality show miente con la verdad. No termina de estar allí eso que aparentemente se muestra y se busca: la respuesta al enigma acerca del erotismo y la violencia, que siempre se escapa y no es algo que se pueda “ver”.
Los anónimos participantes saltan a la notoriedad y a la fama. Esta hubiera de ser la consecuencia del esfuerzo, constancia y mérito, pero en nuestra época se la exalta como valor en sí misma y hace que se desee, como dice el chiste: “que se habla de uno, aunque sea bien”. La tendencia a que lo privado se haga público tal vez tenga que ver con necesidades políticas o del mercado de consumo de “conocer” íntimamente a sus potenciales clientes.
La figura del Gran Hermano, tomada del libro 1984 de George Orwell, es un ojo omnipotente vigilante que condena la emergencia de conductas y afectos considerados inapropiados en la población; en la novela, ante esta amenaza los individuos ocultan o directamente sofocan mucho de lo que sienten y el resultado es la chatura de la vida. Esta situación, de alguna manera, es reproducida en el programa televisivo; los diálogos y las situaciones suelen ser triviales. Frente a lo intrascendente de las conductas de los habitantes de la casa, se ha intentado introducir tensión y erotismo convocando a personalidades con características singulares en su elección sexual o laboral, aunque esto no siempre dio el resultado esperado, ya que fueron absorbidos por el aplastamiento del contexto. Pero el éxito de Gran Hermano no es a pesar de la banalidad de lo que sucede, sino que, al contrario, refleja una modalidad de la época: esconder la subjetividad, lo propio, tras un discurso insustancial, como modo de defenderse de la tendencia a hacer de lo privado un objeto de exhibición.
* Psicoanalista. Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).
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