PSICOLOGíA › CUANDO “LA PULSION GOLPEA LA CARNE”
› Por Liliana Donzis *
Hace un tiempo recibí a Uriel, un joven de trece años, que, en su segunda entrevista, dijo: “Vengo para decir la verdad: hay algo que preocupa pero no me animo, es demasiado complicado. Mi tema es que no sólo me cuesta integrarme con mis compañeros de la escuela, esto ya te lo dije, por otra parte los de mi escuela son mis únicos amigos posibles..., pero mi problema es otro. No me animo a decírtelo, ni a decírselo a nadie... Esta sesión es para mí, no para que se lo cuentes a mis padres”. Luego de unos minutos en los que habló de cualquier otro tema, me preguntó si podía darme un papel donde escribiría lo que le pasaba. Acepté su propuesta y me entregó una breve oración: “Soy homosexual”. Desde muy corta edad había tenido indicios de su diferencia de posición respecto de los otros chicos. “Cuando empecé la primaria, jugaba siempre con nenas; no me gusta jugar al fútbol ni me preocupa en lo más mínimo qué equipo gana o quién pierde”. También con pudor comentó que lo avergonzaba que sus compañeros le dijeran “gay”. Ese término era una “cargada” habitual en su escuela, pero él quedaba perplejo, sin palabras, inhibido; no sabía cómo defenderse porque consideraba que podría ser una verdad que sus compañeros advertían. Suponía que, si se lo decían, era porque tenía esa condición sexual. Quedaba preso del silencio porque la palabra gay expresaba sus pudores más íntimos.
Un púber reconoce que puede diferir su elección vocacional o laboral, pero su definición sexual lo apremia, particularmente el encuentro con lo real del sexo. Con el advenimiento de la pubertad, comienzan las transformaciones que han de llevar la vida sexual infantil hacia su definitiva constitución; no se trata sólo de la adquisición de los caracteres sexuales secundarios, sino también de la reedición de las operaciones edípicas. La pulsión ataca, impacta el cuerpo y transforma las respuestas del sujeto; el “no pienso” de la pulsión golpea la carne, destrona lo que hasta ayer fueron los pilares del niño. En la niñez, el juego amortiguaba el recorrido del trayecto de la pulsión proponiendo una relación con el objeto que, como dice Lacan, sitúa un fantasma inofensivo.
Freud, en “La metamorfosis de la pubertad” (Tres ensayos para una teoría sexual), dice que la vida sexual de los humanos comienza dos veces. La primera vuelta corresponde a las experiencias iniciales de la vida, pero el segundo inicio de la vida sexual, en la pubertad, conlleva una verdadera metamorfosis del sujeto e implica un trastrocamiento de los goces y de los placeres en juego, así como un renovado florecimiento de fantasías que abren las puertas a la exogamia. Para Freud, la pubertad no es el inicio, no es la primera vuelta, sino que en ella se absorben y se recomponen, en una segunda vuelta, las inscripciones primeras.
Freud señala, sin posición moralista alguna, que el joven puede tener, y no sólo ocasionalmente, inclinaciones tanto homo como heterosexuales. Inclusive, a partir de lo que considera la bisexualidad constitutiva, algunos sujetos pueden alternar a lo largo de su vida elecciones sexuales y amorosas con partenaires de su mismo sexo o del otro sexo. En Tres ensayos..., el psicoanálisis no juzga la sexualidad, sino que trata de explorar las causas por las que el sujeto adviene y se posiciona de determinada manera.
Y es importante preguntarnos si la elección de objeto que se produce entonces coincide con la puesta en escena de la asunción sexual definitiva.
Me parece interesante distinguir la pubertad de la adolescencia: podemos situar la pubertad como la irrupción pulsional, mientras que podemos llamar adolescencia a ese tiempo en que la pulsión se estabiliza en lo que Lacan denominó el fantasma y, con él, la posición sexual del sujeto en relación con el objeto.
Pero ese tiempo lógico, que distingue pubertad de adolescencia, no es el cronológico, y para el púber surge, no sin dificultades y angustias, esa zona de interrogantes ante lo sexual en la que está apremiado por la puesta en juego con el partenaire. Llegada la pubertad, tal como escribió, en “Final de juego”, Julio Cortázar, “los veranos ya no serán los mismos a la hora de la siesta”.
Ahora bien, ¿quién se dirá hombre, quién se dirá mujer? Y aun ¿quién se dirá hombre o mujer a los que les atraen hombres o mujeres respectivamente? Asimismo ¿cómo se afrontarán las múltiples variaciones subjetivas que se arraigan en el inconsciente y que sólo advendrán fantasmáticamente? La anatomía no es el destino.
“Más allá de cualquier zona prohibida hay un espejo para nuestra triste apariencia” (Alejandra Pizarnik, “El árbol de Diana”). El púber aún no conoce ese futuro imperfecto del amor y del sexo. Encuentro fallido, imaginariamente posible, siempre incierto y contingente. Si la fortuna del deseo lo acompaña, apostará a la exogamia. La ilusión del deseo, como un hilo de Ariadna, lo conducirá por los laberintos insondables de una posición sexuada.
¿Qué es la homosexualidad en un joven que aún no ha tenido ninguna experiencia?
En aquellas primeras entrevistas con Uriel, se agolpaban interrogantes que tocaban una zona de riesgo y de enorme responsabilidad clínica: entendí que no era necesario que encontrara ninguna respuesta inmediata. La pregunta por su debut sexual lo puso en el camino de una duda que puede resumirse en la siguiente frase: si aún no tuvo relaciones, ¿cómo podría afirmar su decisión? En los primeros tiempos de su análisis, su angustia y preocupación no menguaban; aplazar una certeza no implicaba ningún cambio sino sólo un tiempo de demora. La pubertad fue para este joven un tiempo que se conjugaba en futuro imperfecto.
Uriel, sin experiencia pero leyendo su letra, fue interrogando, entre muchas otras cuestiones, lo que él llamó “la atracción”. Fue teniendo más amigos, se mostró más tolerante con ellos, un día comenzó a jugar al fútbol y no le fue nada mal. Compartía con los otros un lugar en el mundo, a distancia de su tan amada madre. Uriel iba definiendo sus atracciones sexuales. Un día, casi sin dudar, me dijo que le interesaba conocer la ley del matrimonio igualitario, porque concluía que a veces lo jurídico y lo legal iban más rápido que los prejuicios de la gente.
* Extractado de un trabajo que aparecerá en el próximo número de la revista Imago-Agenda.
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