Jue 12.12.2013

PSICOLOGíA  › MAX HORKHEIMER Y EL PSICOANáLISIS

El “nihilismo burgués”

› Por Rubén H. Ríos *

En la modernidad, para Max Horkheimer (“Egoísmo y movimiento liberador. Contribución a una antropología de la época burguesa”, en Teoría crítica), la dominación política se disimularía por medio de la aparente autonomía de los sujetos económicos, por el idealismo de la libertad absoluta humana y por la interiorización de este mismo concepto en la domesticación de los instintos y el refrenamiento de los impulsos de placer. La civilización burguesa, en la que prosigue un proceso civilizatorio anterior, ha producido y afianzado tipos determinados de subjetividad. Lo que ordena la moral burguesa, según Horkheimer, es el egoísmo. El sistema económico burgués no se apoya en la cooperación social para conseguir la felicidad o el placer, porque su principio vital es otro: cada uno está obligado a trabajar para sí mismo y autoconservarse. Si cada individuo produce aquello que le permite procurarse lo que necesita, la producción se administra a sí misma de tal manera que la sociedad se reproduce en un círculo virtuoso, pero nada hay en el individuo aislado burgués que se resuelva contra la explotación de otro. El extrañamiento como concepto antropológico (uno de los efectos del trabajo enajenado, según Marx en los Manuscritos económico-filosóficos) deriva de la liberación del individuo dentro de las relaciones económicas como un puro sujeto de intereses, una mónada aislada de los otros, con quienes sólo entra en contacto a través del mecanismo ciego del intercambio de mercancías.

Claro que, para Horkheimer, el psiquismo no sólo está afectado por la propaganda de la moral burguesa, sino, a la vez, por la contradicción entre ella y la realidad de hecho. Por eso en el humanismo moderno hay un doble aspecto. Ante todo, idealizaría al hombre como dueño de sí mismo, pero los sujetos reales aparecen –en comparación con este arquetipo y en primer lugar para sí mismos– como imperfectos y miserables. Y son más idealizados aquellos que parecen poseer una personalidad de excepción. El aplanamiento moral difundido por la doctrina protestante, su aborrecimiento de la soberbia de los seres caídos terrenales, su creencia en la predestinación, desnudarían más bien la faz antihumana del humanismo burgués, en todo caso, su versión humanista para las masas. La envoltura ideológica de la época burguesa procede del esfuerzo por reducir, mediante técnicas espirituales, las exigencias del placer debido a los condicionamientos de una organización clasista de la sociedad.

Para Horkheimer también en un orden social donde la libertad humana estuviera limitada por las fuerzas de la naturaleza exterior, y no por las relaciones sociales, se haría necesario interiorizar una parte de los deseos y trasmutar su energía, sólo que las nuevas formas de placer no se ejercerían bajo el fetiche de lo excelso y mágico. La moral burguesa coloca a las masas en una encrucijada donde restan para el individuo dos conductas posibles: o bien la lucha contra el estado de las cosas a través de los reclamos de libertad y justicia de la moral burguesa, pero expurgados de sublimidad; o bien su adopción, lo cual supone el rebajamiento de la propia vida y, en síntesis, el nihilismo.

El nihilismo de Horkheimer delimita un estado de ánimo del individuo que se autodesprecia a causa del desajuste entre ideología burguesa y realidad y de la magnificación de la libertad o la alegría propia o ajena y que se encauza, en su transcripción política, hacia la barbarie y la destrucción. Más: en ciertos períodos de crisis, este nihilismo específicamente burgués toma la forma del terror y se desplaza a medio de dominación política, desde los actos iniciales de hostilidad y violencia contra el enemigo hasta el favor a los adeptos. Si la Revolución Francesa utiliza el terror, ello se explica por el desprecio a la felicidad en general y el ascetismo que demanda la moral burguesa.

Desde el momento en que el individuo masificado descubre que el placer es valioso, toda su vida se le muestra como un error, y la ideología que glorifica la dignidad de la pobreza y la abstinencia como un engaño; intenta entonces darse los placeres de los privilegiados (tales como él se los imagina) y trata de trasgredir todas las prohibiciones, pero la rigidez de su personalidad suele entorpecerlo. El resentimiento erótico pequeñoburgués contra el aristócrata y el amoralismo judío, contra el epicureísmo y el materialismo, compensaría las frustraciones de aquel impedido psíquicamente de proporcionarse el jardín de las delicias de sus ensueños.

A fin de comprender la lógica de estos retorcimientos psíquicos, los primeros estudios del psicoanálisis de Freud sobre las pulsiones agresivas son, para Horkheimer, un prerrequisito. En ellos las prohibiciones sociales, en el contexto familiar y general, entran en juego en la fijación de o la regresión a la fase de la pulsión sádica. Otros conceptos de la teoría freudiana, como las pulsiones parciales y la represión, y el concepto de ambivalencia, también le parecen útiles para comprender el psiquismo del odio y la crueldad.

* Texto extractado de Horkheimer, una introducción, de reciente aparición (Ed. Quadrata).

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