PSICOLOGíA › A TREINTA Y OCHO AñOS DEL úLTIMO GOLPE MILITAR
El autor destaca que en el agente del Estado terrorista –de igual modo que en “la risa del capitalista” que señaló Marx– se verifica “una satisfacción particular”, de modo que “el golpe de 1976 no sólo tuvo razones económicas, políticas y militares”, sino también las concernientes a “un goce oscuro”.
› Por Osvaldo L. Delgado *
Karl Marx, al referirse a la plusvalía, observa: “Nuestro capitalista lo previó, y es eso lo que le provoca risa” (Marx, K. y Engels, F., Obras escogidas, ed. Ciencias del Hombre, Buenos Aires, 1972, T. 1, p. 201). La risa del capitalista, en el preciso momento de la apropiación de la plusvalía, expresa una satisfacción particular, que en su momento Jacques Lacan designó como “plus de gozar”. Cuando Marx escribe “lo previó”, da cuenta de la subjetividad, de un deseo y cálculo de goce anticipado a la lógica económica de las fuerzas productivas. La risa sanciona la realización de ese deseo, la satisfacción alcanzada de quedarse con algo de otro. Por lo tanto, no es sólo la satisfacción por el producto económico que va a su bolsillo, sino además por el acto extractor mismo, lo cual da cuenta de la economía libidinal en juego. “Lo previó” es la causa de goce en el inicio de la operación. En mi texto “La sonrisa del dictador” (publicado en esta sección de Página/12 el 16 de junio de 2011), me referí a la sonrisa de Jorge Rafael Videla cuando formuló que los desaparecidos no estaban ni vivos ni muertos, eran una entelequia, estaban desaparecidos. Describí a esa sonrisa como la emergencia de un goce oscuro para fundamentar que el golpe de 1976 no sólo tuvo razones económicas, políticas y militares, sino también pulsionales. Infinidad de testimonios en distintas dictaduras dan cuenta de prácticas de torturas que no tenían fundamento militaroperacional. Los nazis distraían esfuerzos militares del frente de batalla para dedicarlos a asesinar. Lacan denominó a estas prácticas “ofrenda de sacrificio a los dioses oscuros”. En contrapartida, las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo se constituyeron en el paradigma ético de nuestra sociedad. Nombrarse a sí mismas “madres” y “abuelas” implicaba dar existencia a lo que se había buscado hacer desaparecer. A los desaparecidos se les dio así existencia para siempre, es un modo de duelo muy particular, quizás único, que borró para siempre la sonrisa de los criminales.
Pilar Calveiro, en su libro Violencias del Estado (cap. 5, “El tratamiento de los cuerpos”, así como Eduardo Luis Duhalde, en El Estado terrorista argentino, aportan elementos contundentes para fundamentar la dimensión pulsional en la práctica represiva. Duhalde señala que “incluso la psicología moderna ha aportado sus experiencias condicionantes para convertir a un ‘buen ciudadano común’ en un experto torturador, sin necesidad de apelar a sádicos locos y criminales natos. Vietnam también mostró la eficiencia de este aporte. Los estudios como los realizados en la Universidad de Yale por Stanley Milgram sobre sumisión y obediencia a la autoridad, son altamente demostrativos de este tipo de contribuciones”. Freud se refirió al concepto de “desmezcla pulsional”, que alcanza el fundamento mismo del vínculo primario entre los hombres, esto es el odio. Sabemos que existen las que Lacan llama “perversiones transitorias”: no se necesita ser perverso para realizar actos perversos. Un neurótico puede realizar actos perversos, si está seguro de no pagar un precio por ello. Su cobardía esencial lo lleva a desplegar todos sus fantasmas sádicos y, por identificación con la víctima, sus fantasmas masoquistas, cuando se encuentra a resguardo de sanción por sus actos; incluso puede ser un modo de “hacer carrera”.
Lacan, en el Seminario 16, “De un otro al Otro”, se refirió a las Cruzadas, donde los caballeros, al arrasar con todo, encontraban la perversión que iban a buscar. Advirtió también que hay que estar atentos ante otras cruzadas, actuales. En los testimonios de los sobrevivientes de los campos de concentración encontramos el relato de los fantasmas perversos que proferían y realizaban los torturadores, con una fijeza inaudita y una repetición al mejor modo del marqués de Sade. Sostengo que en las llamadas perversiones transitorias, en los actos perversos de tantos neuróticos represores, se ponía en juego asumir la posición de ser un instrumento del Otro para buscar completarlo. “El sádico también intenta, pero de manera intensa, completar al Otro gritándole la palabra e imponiéndole su voz, pero en general falla. Baste en este sentido referirse a la obra de Sade, donde es verdaderamente imposible eliminar de la palabra, de la discusión, del debate, la dimensión de la voz”, sostuvo Lacan en aquel mismo seminario. Desde la posición sádica, la voz viene al lugar de completar al Otro, produciendo en la víctima el desgarramiento de angustia. Se trata de volverse un mero instrumento para realizar con ese acto perverso la división angustiante del sujeto. A eso lo llamaban “quebrar”.
Jacques Alain Miller, en Piezas sueltas, subraya que Lacan “construyó ese plus de gozar como el análogo de lo que en Marx es la plusvalía. No lo esconde, lo dice con claridad: el plus de goce está construido del mismo modo que la plusvalía”, hasta tal punto que “si decimos que la plusvalía es plus de gozar, el plus de gozar es plusvalía”. La obtención tanto de la plusvalía como del plus de goce hizo necesaria la dimensión del terror de la dictadura cívico militar. En la Argentina, no es sólo la sonrisa de Videla al referirse a los desaparecidos lo que testimonia el goce oscuro, sino también el primer discurso de José Alfredo Martínez de Hoz como ministro de Economía, donde profiere la frase “piedra libre para los empresarios”. La piedra libre se garantizó con el terror, con 30 mil desaparecidos, con 500 bebés secuestrados, con la destrucción del aparato productivo, con la pérdida de derechos ciudadanos. Fue así: ¡sonriamos, piedra libre al goce!
Jorge Rafael Videla se refiere a un error táctico que cometieron los militares: “El uso excesivo que hicimos del término ‘desaparecidos’; al principio nos resultó cómodo, porque encubría otras realidades y dejaba el problema como en una nebulosa. Pero tendríamos que haber dejado en claro rápidamente lo que sucede en toda guerra: que hay muertos, heridos y desaparecidos. Desaparecidos que están muertos, pero cuyos restos no se sabe dónde están. No lo hicimos, y ahora eso favorece la manipulación de las cifras de desaparecidos” (Ceferino Reato, Disposición final). Sabemos perfectamente que se buscó producir la figura del desaparecido, del sin lugar, que eso tuvo razones tácticas, estratégicas y de psicología del terror para el conjunto de la sociedad. Aumentar el horror, para producir el desgarramiento de angustia y desesperación de los familiares, con una versión más horrenda que la muerte misma. La frase de Videla expresa claramente la ética sadeana de estar bien en el mal.
Pero desde otra perspectiva, en verdad fue un error estratégico. Ante la pérdida de un ser querido se puede hacer un duelo, sea normal o patológico. El patológico implica un proceso de melancolización por la dimensión regresiva que se pone en juego, y la inclemencia del autorreproche. En todo caso, ante la pérdida de un ser querido, perdemos el lugar de falta que representábamos para él. Ante la pérdida, por muerte, por abandono, está en juego dejar de ocupar el lugar de una falta para ese Otro. Pero si el otro está desaparecido, ni vivo ni muerto, es imposible dejar de ocupar un lugar de falta para ese Otro. Más bien se produce todo lo contrario. Se encarna mucho más ese lugar. Madres, abuelas, familiares, compañeros, hacen de su vida el encarnar ese lugar de ser una falta en el Otro. Se produce un deseo potente de seguir encarnando ese lugar. Esa fue la respuesta, que continúa, al piedra libre de la fiesta sadeana a la que llamaron los golpistas.
* Profesor de psicoanálisis en la Facultad de Psicología de la UBA. Texto extractado del trabajo “La indignidad del Estado terrorista argentino”.
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