PSICOLOGíA › SOBRE LA MEMORIA COLECTIVA
› Por Nora Merlin *
Habitualmente la dimensión del amor no se incluye en la política: se afirma que son cuestiones distintas y que no hay relación entre ellas. Nuestra cultura produjo una inédita forma del amor que no puede pensarse por fuera de la política: la memoria colectiva. Cuando en la Argentina decimos memoria colectiva, sabemos que nos referimos a la trama que se tejió con los muertos y desaparecidos por el terrorismo de Estado. Concebimos la memoria colectiva como un amor público, político.
En general el amor de una madre por su hijo, el de un hijo por su padre, el de una abuela por su nieto, etcétera, pertenecen al ámbito privado y allí se mantienen. En relación con los muertos y desaparecidos por la última dictadura militar, el amor y el recuerdo de cada familiar, cada compañero, de uno más uno más uno.., fueron construyendo una novedosa forma del lazo amoroso, en el que lo privado de este sentimiento se hizo público. Al conformarse un espacio de inscripción de las huellas de todos, el amor se fue politizando al punto de adquirir la forma de una memoria colectiva.
Freud afirmó que la memoria está formada por huellas que así devienen defensa contra el dolor o el terror; luego, es necesario saber vivir con dichas huellas. Aquellos que argumentaban, y aún continúan haciéndolo, “hasta cuándo seguir con lo que pasó hace tantos años”, “es necesario mirar para adelante”, “ya basta con el tema de los derechos humanos”, se equivocan y pecan de gran ignorancia. Sólo el recuerdo hace posible la dimensión del pasado; de lo contrario, se eterniza como presente la compulsión de repetición. Política y memoria se articulan.
Los reclamos por la verdad, la restitución, la justicia, impulsados en la década de 1980 por los organismos de derechos humanos se articularon desde sus diferencias y se constituyeron en demandas populistas. Se produjo como efecto una equivalencia: la memoria colectiva devino en una identidad popular. La articulación de demandas conduce a la construcción de hegemonía. Ernesto Laclau considera que la política es un campo de batalla discursivo, en el que las demandas populistas, en relación de equivalencia, hacen visible lo delimitado por el discurso corriente. Esas demandas implican un retorcimiento o pliegue que pone en cuestión una trama simbólica establecida por el Estado o la sociedad: van en contra de su aceptación y pretenden correr su límite dentro de los marcos de la política. Esta alteración en la significación social implica, por un lado, la operación de articulación de una falta y, por otro, la demanda de inscripción de algo nuevo, susceptible de conformar una transgresión democrática.
Cada nieto y cada identidad singular recuperada es también una restitución colectiva, pues una parte mutilada de la historia popular se recupera. La identidad de cada uno de ellos es también la nuestra, la de todos, la del pueblo.
Esta inédita modalidad del amor afectó y transformó nuestra cultura. El derecho a la verdad, la identidad, la restitución, la justicia forman parte de nuestro ideario popular y se constituyen en potencias democráticas.
Queremos recuperar la articulación entre política y amor intelectual, vínculo planteado por Spinoza en el siglo XVII. En su Etica habla de potencias del alma, pasiones alegres, entre las que menciona la generosidad vinculada con el amor. Pero, sostiene, en la generosidad no se trata de mandamientos ni de retórica moralista, sino de un deseo activo que incumbe a la vida buena y a la potencia. Este amor activo es efecto de un deseo cuyo ejercicio no implica pasiones tristes ni impotencia. La generosidad spinozista es una forma de amor que involucra el conocimiento, un amor intelectual del prójimo y de nosotros mismos, una fuerza productiva de comunidad.
Nuestros desaparecidos desearon un mundo más justo, la alegría de ellos era la alegría de los otros, ese deseo tiene una inscripción política que corrobora el deseo de comunidad. Por eso son sembradores de alegría;que la tristeza (en el sentido que le da Spinoza, como impotencia que lleva a la impolítica) nunca sea unida a sus nombres. Ellos siguen presentes y nos causan el entusiasmo en la construcción democrática, una búsqueda colectiva en la que no hay certezas ni garantías: un experimento de realismo popular.
* Psicoanalista, docente en la UBA.
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