PSICOLOGíA › CINCUENTA AñOS DEL PERSONAJE DE QUINO
› Por Sergio Zabalza *
Esta semana Mafalda cumplió cincuenta años. El jurado que semanas atrás distinguió a su creador con el premio Príncipe de Asturias consideró que Mafalda es “una niña que percibe la complejidad del mundo desde la sencillez de los ojos infantiles” y la juzgó “inteligente, irónica, inconformista, contestataria y sensible”. Me gustaría aportar, desde el punto de vista psicoanalítico, algunos trazos que distinguen a este genial personaje de historieta.
Aunque Mafalda muestra una decidida vocación por el lazo social, su rasgo más destacable es la capacidad para convivir con su propia soledad. Mafalda no cede ante las impresiones que su afinada sensibilidad le reporta a cada instante: puede alienarse en ideales, comprometerse en causas que el sentido común juzga como justas y nobles, sufrir o disfrutar junto a los objetos y personas que la rodean, pero nunca renuncia a la diferencia que la constituye como sujeto responsable de sus actos y decisiones.
El resultado es una notable disposición para convivir con las contradicciones y el absurdo. Mafalda tiene el rostro del asombro. Ante sus ojos, el Otro de los códigos, la ley y el sentido –encarnado en su madre, el entorno adulto, las noticias o su grupo de amiguitos- desfallece a cada instante: deja ver, como decía Borges, “que el hecho de vivir es rarísimo, que el hecho de que haya tres dimensiones es raro, que el fuego y el tiempo son rarísimos” (Borges en la Escuela Freudiana de Buenos Aires, ed. Agalma, 1993, conferencia del 16 de enero de 1981).
Pero Mafalda no juzga; le basta con formular las disparatadas conclusiones derivadas de tomar a la letra los solemnes postulados que las personas solemos creer que creemos. Freud, en su artículo “El humor”, señaló que, en el humor, el superyó deja ver su faz más permisiva y habilitante: “El humor sería la contribución a lo cómico por la mediación del superyó”. En ese mismo texto propone que, en el humor, el sujeto “se trata a sí mismo como a un niño y simultáneamente adopta frente a este niño el papel del adulto superior”.
Mafalda no es autista, pero tampoco altruista; no se traga los síntomas del Otro, le alcanzan los propios (la sopa, por ejemplo). Ante la esencial inconsistencia de las imposturas y los semblantes prefiere, más bien que el rechazo, el asombro. Es poeta: juega con el sin sentido hasta hacerlo estallar bajo la forma de la agudeza, el chiste, el humor.
Hoy que vivimos en la época del “niño generalizado” (Jacques Lacan, “Discurso de clausura de las jornadas sobre la psicosis en el niño”, París, 1967), donde nadie se hace cargo de su goce, Mafalda propone una inédita dignidad.
Para terminar: después de mucho batallar, el Equipo de Trastornos Graves Infanto Juveniles del Hospital Alvarez, dirigido por Nora Villa, logró conformar en un hospital público un dispositivo de hospital de día para niños autistas y psicóticos. No debe ser casualidad que el nombre elegido para bautizar el nuevo espacio haya sido Mafalda.
* Psicoanalista. Integrante del Equipo de Trastornos Graves Infanto-Juveniles del Hospital Alvarez.
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