PSICOLOGíA › NUEVAS FOTOGRAFíAS, NUEVOS VíNCULOS
› Por Enrique Carpintero *
La fotografía fue uno de los primeros ritos sociales de la modernidad. Desde finales del siglo XIX, la fotografía se transformó en un instrumento privilegiado para la representación de las familias. Cuando ir a un estudio fotográfico se hizo habitual y se extendió a las clases medias, la fotografía permitió eternizar los grandes acontecimientos de la vida familiar. Es así como la fotografía solemniza los rituales que se consideran necesarios para su funcionamiento: el casamiento, las reuniones de los padres con los hijos, las vacaciones, los amigos. Estos lugares, socialmente asignados, son comúnmente estereotipados al dar cuenta de un lugar idealizado donde uno puede observar sonrisas y abrazos que dejan de lado los resentimientos y las rivalidades que también forman parte del grupo familiar.
Esta mirada familiar reproduce lo que Pierre Bourdieu llama “la manufactura doméstica de emblemas domésticos” propios de la cultura dominante. Es decir, las normas que organizan la captación de la imagen son indisolubles del sistema de valores implícitos propios de una clase o sector social, en la medida que participa del imaginario simbólico de esa época. Dicho de otra manera, la subjetividad objetivada en una fotografía remite a la interiorización de las condiciones sociales de posibilidad de esas significaciones que expresa la imagen. Por ello dice Bourdieu: “Aun cuando la producción de la imagen sea enteramente adjudicada al automatismo de la máquina, la toma sigue siendo una elección que involucra valores estéticos y éticos”. Puesto que es una “elección que alaba, y que su intención es fijar, es decir solemnizar y eternizar, la fotografía no puede quedar entregada a los azares de la fantasía individual y, por la mediación del ethos –interiorización de singularidades objetivas y corrientes–, el grupo subordina esta práctica a la regla colectiva, de modo que la fotografía más insignificante expresa, además de la intenciones explícitas de quien la ha tomado, el sistema de los esquemas de percepción, de pensamiento y de apreciación común a todo grupo” (“La fotografía: un arte intermedio”).
Desde las décadas de 1950 y 1970, con el inicio del capitalismo tardío, se va imponiendo un tipo de familia basado en la relatividad de los vínculos, donde las separaciones y las nuevas recomposiciones familiares son un destino posible de la organización familiar. A principios del siglo XXI encontramos que junto a la familia moderna ha aparecido una diversidad de organizaciones familiares que cuestionan la hegemonía de la familia patriarcal tradicional: familias monoparentales, monoparentales extendidas, homoparentales, unipersonales, familias ensambladas, etcétera. Los roles están compartidos y a veces invertidos en relación con la familia tradicional. Hay más mujeres jefas de hogar. Baja el número de casamientos y de divorcios, crecen las uniones consensuadas. Nos encontramos con un gran incremento de familias monoparentales y hogares sin hijos. Se consolidan las familias ensambladas. Hay madres solas, parejas sin papeles, hijos fuera del matrimonio, uniones de parejas gays y lesbianas, estructuras de familias ensambladas donde se integran hijos de parejas anteriores y nuevos hijos. Hay una pérdida del modelo de la familia nuclear. Esto nos lleva a que, si las nominaciones definen lugares establecidos, en esta época de transición no hay nombres para definir relaciones que sin embargo ya son habituales: ¿cuál es el nombre para un niño de la pareja del papá y/o de la mamá? Si esta pareja tiene hijos de anteriores matrimonios, ¿cuál es el nombre de esa relación entre sus hijos? Y, si la pareja tiene hijos, ¿nombrarlos como medio hermanos no alude al modelo de la familia nuclear patriarcal? En el caso de las familias homoparentales, ¿si son dos mujeres el niño tiene dos mamás y si son dos hombres dos papás? Y podríamos seguir en toda la línea de filiación con abuelos/as, tíos/as, primos/as, etcétera. Esto pone en evidencia la dificultad para dar cuenta de los procesos de subjetivación que se dan en la actualidad y la necesidad de reformular los instrumentos teóricos y clínicos que tiene el psicoanálisis.
Al mismo tiempo, con la aparición de la cámara digital, el acto de sacar fotografías ha cambiado. Si en la era predigital se tenía una cámara por familia, la cual se utilizaba para acontecimientos importantes, hoy todos tienen dispositivos que permiten tomar fotos, usados para registrar diferentes momentos de la vida. De esta manera se redefinen los límites de lo que es fotografiable. Pero es con la incorporación de la foto digital en las comunidades virtuales, para ser compartidas y difundidas, donde encontramos una transformación de la cultura visual. La nueva configuración de los usos sociales de la fotografía en el actual contexto tecnológico, social y cultural deviene en la integración de la imagen fotográfica en un conjunto de prácticas comunitarias propias de la denominada cultura digital. Al álbum familiar sólo tenían acceso los conocidos: hoy, la posibilidad de archivar imágenes en el ciberespacio permite que puedan acceder no sólo familiares, amigos y conocidos, sino también personas que no conocemos. La fotografía digital no sólo existe para retratar a la familia, pero en los que suben las fotos a las redes virtuales podemos observar un esfuerzo para integrarse a un grupo reafirmando el sentimiento que se tiene de sí mismo y de su unidad, al ampliar el límite de lo posible que señalaba la cámara predigital. Como resultado, se desarrolla una cultura digital que recién se está definiendo. Es algo similar a lo que ocurre con la multiplicidad de organizaciones familiares que aparecen como alternativa a la familia nuclear.
* Texto extractado de El erotismo y su sombra. El amor como potencia de ser (ed. Topía), que se presentará el sábado a las 17 en Corrientes 1660.
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