PSICOLOGíA › LA FIGURA DE PICHON-RIVIÈRE Y LA CONDICION LATINOAMERICANA
Al indagar sobre la condición latinoamericana de Enrique Pichon-Rivière, Horacio González concluye en que “el latinoamericanismo no es otra cosa que la visita absolutamente libre, libertaria, a los textos más importantes de la contemporaneidad, que son los textos rotos, los rezagos de una civilización a la espera de que otra los complete”.
› Por Horacio González *
Latinoamericanizar a Pichon-Rivière me parece una gran oportunidad para pensarlo, para invocarlo y para reflexionar en torno de esta figura, que personalmente a mí siempre me interesó mucho. Quiero entonces, remontarme a una época un poquito más lejana que la de Pichon-Rivière, que es aquella en la que Buenos Aires recibe la noticia de la obra de Lautréamont, cuya lectura tendría tanto interés para él. Los primeros que lo leen en la Argentina son psicólogos o psiquiatras, a los que no les podríamos decir psicólogos sociales. Y lo hacen de una manera muy particular, que me parece inspiradora para replantear el interés por esos psicólogos y literatos que son sus primeros lectores y que me producen cierta invitación a relacionarlo con algunas cuestiones que veo alrededor de la presencia de Pichon-Rivière en la lectura y en las prácticas psicosociales en Argentina.
Los primeros que leen a Lautréamont en Argentina son los miembros de un grupo humorístico, un grupo intelectual de características dramatúrgicas, digamos así, que es el grupo La Siringa: se reunían en el actual edificio de las Galerías Pacífico, que en algún momento fue un gran centro cultural donde participaba muy especialmente Rubén Darío, quien es uno de los que trae la lectura del Conde de Lautréamont a Latinoamérica. Y uno de los lectores importantes de Lautréamont es José Ingenieros, del cual se puede decir que, en la historia de la psiquiatría argentina, es un psicólogo social, aunque esa expresión no existiera. Ingenieros imagina que la obra de Lautréamont es una invención humorística y sarcástica de grandes simuladores. Su tesis es la idea de que hay una simulación que constituye esencialmente el ideal del Yo o la presencia del Yo en la sociedad. Y en ese sentido, imagina que textos inventados podrían dar lugar a una terapéutica. Y supone que esa invención es también un pacto literario, vinculado a un simulacro de capillas intelectuales de vanguardia. Es así que llega a Latinoamérica la lectura de Lautréamont. Los cantos de Maldoror es un gran libro, su gran reflexión onírica es el gran sacudón de la modernidad ese libro, el origen del surrealismo.
Ingenieros, erróneamente, y no sé si Rubén Darío, lo dan como la base inicial de un gran simulacro que podría transformarse en una terapia. Y es así que esta terapia vinculada al modo de desatar los núcleos de simulacro de la personalidad tenía que estar vinculada a la broma, al humor, a la invención de personalidades, al enmascaramiento de la personalidad, y el psiquiatra o el psicólogo debían asumir un enmascaramiento. En ese sentido, tenemos el caso de un pobre paciente de la época, uruguayo. Un caso que relata Ingenieros. Lautréamont, cuyo nombre civil era Isidore Ducasse, nació en Uruguay por una de esas raras peripecias del destino: el fundador del surrealismo es uruguayo, esto en un sentido amplio, latinoamericano. Su padre era cónsul en Montevideo, nada menos que en la época del sitio de Rosas. Y el paciente del caso que relata Ingenieros cree ser hijo del propio papá de Isidoro Ducasse y, por lo tanto, hermano del Conde de Lautréamont. Ingenieros sigue con la burla, le toma la palabra a este paciente porque piensa que la vía de la curación es explotar la cuestión Lautréamont, esto es, la cuestión del padre, de la ficción o, dicho de otra manera, del padre ficcional. Es decir, inventar textos o dejar que se inventen en fórmulas enigmáticas y ficcionales para la personalidad y que eso permitía de algún modo una suerte de intervención muy firme a través de un shock teatral humorístico, en el cual participaban el psiquiatra y el paciente del mismo modo. Por lo tanto, podemos suponer que la primera intervención en la historia de la psiquiatría, de la psicología o del psicoanálisis en Argentina, como lo quieran llamar, es este pequeño episodio alrededor de escritores, donde están implicados ni más ni menos que Rubén Darío y José Ingenieros.
Los intereses sociales y políticos de José Ingenieros y su contradictoria intervención en todos los ámbitos de la cultura nacional son evocaciones muy firmes de lo que se puede hacer con este mismo tema. Sería un error muy grande ubicarlo en categorías que ya no pertenecen enteramente a la comprensión analítica de este período: positivismo, biologismo, incluso racismo. Algo de eso hubo pero la primera experiencia de la psiquiatría en la Argentina, a pesar de que proviene de una escolástica positivista, es más libre de lo que pensamos. Y hoy la podemos rescatar de otra manera, porque es una fórmula irremplazable para dar cierta pertenencia en términos de una memoria psiquiátrica en la Argentina relativa a la cuestión del surrealismo.
Pichon-Rivière entra de alguna manera surrealista a esta historia, y de ahí la posibilidad de enlazarlo a esta formulación humorísticapsiquiátrica de Ingenieros. Y es surrealista de por sí su vocación personal, artística, estética, por sus compañeros de viaje, digamos. Son historias muy conocidas, no es necesario recordarlas aquí. Y se puede decir que este ciclo de la psiquiatría argentina va del Lautréamont de José Ingenieros, que lo considera falso, al Lautréamont de Pichon-Rivière, quien no lo considera falso porque efectivamente son escrituras que no han sido falsificadas. Pero que de alguna manera supone cierto nivel de dramatismo en la construcción del sujeto, lo cual no deja de tener cierta relación con el modo en que se estructuró ese grupo humorístico de principios de siglo XX, vinculado a los comienzos de un cierto psicoanálisis en la Argentina. José Ingenieros recibe el psicoanálisis pero lo desvía; no le interesa, porque le interesan más estas experiencias. Primero de base más biológica, podría no interesarnos ahora eso, y segundo de base más dramatúrgica, y eso sí puede interesar. Y en ese sentido, el compromiso de Pichon-Rivière con el surrealismo es la otra veta para interpretar lo presuntamente latinoamericano, puesto que el surrealismo es lo más latinoamericano que hay: es la formulación de textos, vinculados a la manera de escrituras que surgirían de los lugares innominados del “yo”, lo llamemos como se quiera, no quiero pronunciar los nombres canónicos, porque todos estos nombres para mí están bajo fuerte discusión. El surrealismo sería la irrupción de la diversidad temporal proveniente de un barroquismo del inconsciente, que da origen a una extensa literatura. Pero no solo eso.
En Breton, no hay ninguna duda de que hay una relación con Pichon-Rivière importante. Una relación parisina. Pichon-Rivière es hijo de franceses que están en Argentina, en el Chaco. Y no sólo Breton, sino que también convendría indagar sobre ese latinoamericanismo de los personajes de Horacio Quiroga. Los desterrados y Los destiladores de naranjas, por ejemplo, son personajes muy pichonianos, hay un desarraigo del francés que busca un arraigo finalmente imposible, como quizás es la categoría de lo imposible en materia de arraigos personales con cualquier cosa que sea. Ahí yo revisaría, en la perspectiva de colocar a Pichon en ciertos cánones latinoamericanos, la vinculación con la cuentística de Horacio Quiroga, que son todos personajes con una inmigración hacia la zona chaqueña y misionera muy parecida a la familia Pichon-Rivière. Es el ámbito ficcional, se dirá, pero no es tan diferente del vínculo intelectual que establece Pichon-Rivière con André Breton, es decir, su interés por la obra del autor del manifiesto del surrealismo.
Cuando hablamos de latinoamericanismo estamos hablando de un objeto muy difícil de aprender: no es una categoría preexistente, no es un concepto que ha sido construido por alguien que, efectivamente, nos obligue a ser latinoamericanos. No es una prohibición al universalismo ni al surrealismo, ya que ha dado lugar a la gran obra de Carpentier, a la gran obra de Lezama Lima, que no dejan de tener vinculación con algunos aspectos de la obra de Pichon-Rivière, sobre todo con sus grandes artículos sobre la noche, el fútbol. Me parece que también hay que buscarlo por ahí. Es un viaje a Latinoamérica: el latinoamericanismo no es un estar siempre ahí. Y es un viaje de un descubrimiento incesante, que llega hasta nuestros días y que no se va a agotar. En ese sentido también me parece que hay una posible latinoamericanización, si entendemos por esto una interconexión que involucra sorpresas territoriales, viajes y exploraciones que tienen el desarraigo como tema fundamental del existir y cierto prematuro existencialismo que está muy presente, es un capítulo interno de cierto extraño existencialismo que en este caso sí tiene vertiente latinoamericana.
En el esfuerzo de pensar esta latinoamericanización, me atengo a ciertas biografías, encuentros y familias de ideas que tienen algunos puntos convergentes. Pienso, a través de los textos y su irradiación, a veces casual, de significados coincidentes, en explorar otra posibilidad, un gesto que no me animo a definir claramente, por la envergadura que tendría. Me refiero a la posibilidad de que ciertas corrientes indigenistas contemporáneas puedan encontrarse, de alguna forma, dentro de la psicología social, de la psiquiatría o del psicoanálisis existencial de la Argentina, en cualquiera de sus vertientes. Esto podría ocurrir en la medida que se acudiera a los cimientos mitológicos y legendarios del pensamiento de los pueblos que originariamente habitaron estas tierras y cuyos legados viven de maneras muy secretas, muchas veces imperceptibles. Por eso, no es un nudo que alguien vaya a deshacer fácilmente, es tarea de una generación, es una invitación intelectual a reflexionar con los más altos instrumentos del pensamiento.
Y no dije “existencial” en vano. Voy a mencionar a Sartre. El ECRO (“esquema conceptual referencial operativo” de Pichon-Rivière) personalmente me produce cierta una incomodidad, esa sigla. La razón dialéctica de Sartre tiene la misma disposición para decir algo en relación a lo espiralado, al modo en que se producen los contrastes, al concepto anterior que se cancela para llegar a una experiencia superior, que son las fórmulas del pensar. Lo de Pichon es más o menos simultáneo a la Crítica de la razón dialéctica de Sartre, pero Sartre lo llama de otro modo, lo llama método progresivoregresivo. No le veo tanta diferencia, porque son todos los hijos de la dialéctica. Lo menciono porque, sin duda, si Sartre hubiera venido a Latinoamérica y se hubiera quedado, como los destiladores de naranjas de Horacio Quiroga, hubiéramos hablado de una latinoamericanización de Sartre, que no hubiera sido sólo la del huracán sobre el azúcar y otros compromisos que tuvo con Latinoamérica a través de la Revolución Cubana.
Lo latinoamericano sería, entonces, una apertura fuertemente evocativa de un conjunto de lecturas que provienen también de desterrados, provienen del gran pensamiento europeo, que no vamos a negar, mucho menos porque en este caso proviene de un pensamiento de exiliados, de ese pensamiento europeo que está en las márgenes, que está en la disidencia, que está vinculado a las grandes transformaciones sociales y cuyo eco está en Latinoamérica. Pero el latinoamericanismo es más que un eco, es un diálogo acuciado por la innegable historicidad que, si no hace diferente a la conciencia humana, la hace diferir en relación a sus experiencias de temporalidad y territorialidad. En cualquier época se escucha un eco que algunas veces es un grito dormido de las civilizaciones primitivas o que estuvieron primero en este lugar. Y también de todo aquello que se construyó en términos de una gran conjunción de ideas, que es la palabra surrealismo, que también yo pongo en discusión, pero que supone que hay una realidad, una otra cosa que la hace otra, que la arenga desde otro tiempo quebradizo, que la espiraliza, como diría Pichon-Rivière, que la convierte en una grieta existencial, que le permite una cura, en todas las enormes extensiones que tiene esta expresión.
Y en ese sentido me parece que la épica pichoniana, que es una ética terapéutica, científica, artística, existencial, es sumamente prometedora para este país y esta ciudad, podemos decir que para Latinoamérica, porque efectivamente, supone un escritor con un texto que se parece mucho al de Lautréamont, es un texto compuesto por sueños rotos, por símbolos enigmáticos, por el misterio de la escritura, y eso se parece mucho a lo que definiríamos como cierto inconsciente individual y social. Por eso, cuando esta historia comenzó puede haber uno que haya creído que el texto de Lautréamont era una mera invención de una capilla literaria que hacía de la terapéutica una burla y de la burla una terapéutica capaz de desentrañar las sujeciones del individuo que no le permitirían comprender el fondo irónico de toda experiencia. Y concluiría o tendría una estación primordial en un Pichon-Rivière que también, con esta misma imagen de Lautréamont, indica que el latinoamericanismo no es otra cosa que la visita absolutamente libre, libertaria diría yo, a los textos más importantes de la contemporaneidad, cualesquiera sean, que son los textos rotos, los rezagos de una civilización que espera que otra los complete. Los textos que tienen la carga del enigma son los que, quizás, un continente como Latinoamérica pueda desentrañar.
En ese sentido me parece que el viaje mismo de Pichon-Rivière, el intento de economía familiar de su padre desde el Chaco, la fundación del Partido Socialista de Goya, que es una experiencia extraordinaria de Pichon-Rivière, y su venida a la Buenos Aires de la calle Corrientes y del Luna Park, me parece que ahí se constituye un tipo de experiencia urbanoexistencial que no hace fácil el concepto de Latinoamérica, porque, frente a todo lo que dije, parece una abstracción. Pero que lo hace una efectiva promesa. Y como promesa, ya no como abstracción, el concepto Latinoamérica aún me parece que nos está esperando. Y el nombre de Pichon-Rivière va a tener mucho que ver con eso. Pero va a tener que ser leído como parte de una literatura universal que se hace latinoamericana y de ninguna manera desvinculada de las grandes fuentes del pensamiento filosófico, fenomenológico también y existencial de su época. Y sólo como individuos de una época que no tiene fronteras, me parece, podemos construir ese latinoamericanismo.
* Director de la Biblioteca Nacional. Transcripción de una conferencia pronunciada en el seminario “Pichon-Rivière como autor latinoamericano”, realizado en 2011. Incluida en Pichon-Rivière como autor latinoamericano, de Fernando Fabris (comp.), recientemente publicado por Lugar Editorial, que se presentará el próximo lunes a las 19 en la Biblioteca Nacional.
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