PSICOLOGíA › LOS DEPORTISTAS Y EL RETIRO
› Por Sergio Zabalza *
“Domesticando su alta voltereta, dirige su homenaje ambiguo hacia el palco donde tiene él mismo su lugar, el del amo que no puede verse” (Jacques Lacan, “Función y campo de la palabra y el lenguaje”)
La decisión de abandonar la práctica deportiva, en atletas de alto rendimiento, suele comprometer los pliegues más íntimos de la subjetividad. El atleta, sea jugador de fútbol, tenista, boxeador o golfista, tiene un poderoso espíritu competitivo, necesita de los desafíos, le gusta la pelea, la euforia del triunfo. Las horas en el vestuario, la exigencia del entrenamiento, la adrenalina antes del partido, la prueba, la lucha, constituyen oportunidades para sublimar la indispensable agresividad que estas personas necesitaron desarrollar para alcanzar niveles de elite en su disciplina. Ni hablemos del eclipse de la dimensión corporal del guerrero en el momento del retiro. Hablamos de personas cuyo principal medio de expresión y fuente de satisfacción pasa por su habilidad e idoneidad en el manejo del cuerpo (un talento que, por plasmarse en la actividad lúdica, despierta poderosas identificaciones en el público espectador).
Claro está que una nueva etapa inaugura nuevos horizontes, tanto en la vida laboral como en la familiar o personal. La pregunta es dónde se ubicará todo aquello que por largos años condensó el ámbito de la competencia y que a la vez permitió evadir otro tipo de responsabilidades, quizá más vulgares. El atleta de alto rendimiento suele estar rodeado de un entorno que, en pos de facilitar el éxito deportivo, despeja todo tipo de dificultades en la vida cotidiana. Una suerte de filtro logístico que cesa de funcionar no bien se cuelgan los botines, los guantes o la raqueta.
Esta problemática alcanza dimensiones extremas cuando quien adopta la decisión de abandonar la práctica es una estrella rutilante, acostumbrada a ocupar los titulares de los diarios, a ser objeto de todo tipo de comentarios y centro de las más encendidas polémicas. Pasar a ser uno más en la calle, por más gloria o dinero que se haya acumulado, no es un trago fácil para quien supo ser artífice de la felicidad o la desgracia de millones de personas: nada puede reemplazar ese privilegio capaz de colmar el narcisismo de los más fríos e indiferentes. Podrá haber cosas mejores, pero como aquello jamás.
Se trata por cierto de la inminencia de un duelo, pero no sólo del atleta. Un amor se ha terminado y no fue cualquiera. La dimensión que alcanza la pasión en el fútbol, por ejemplo, habla de un ideal del yo en el que se reflejan las expectativas de muchos: un Otro demandante a quien hay que satisfacer mediante la consumación de la hazaña. En el espejo de las grandes figuras deportivas se suelen condensar las ansiedades que agitan un colectivo humano. Dejar los pantalones cortos puede ser una entrada en la adultez: la asunción de responsabilidades, como un mortal más, también exige grandeza. Quizás es una oportunidad, para quien sepa ponerle el cuerpo a semejante desafío.
* Psicoanalista. Licenciado en psicología. Profesor Nacional de Educación Física, ex entrenador de equipos deportivos.
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