PSICOLOGíA › ANTE LA FALTA DE REFERENCIAS SIMBóLICAS
› Por Sergio Zabalza *
En la casa de Andreas Lubitz, de 28 años, copiloto del avión de Germanwings que cayó el 24 de marzo, los investigadores encontraron los restos de un reciente informe médico que le desaconsejaba cumplir con su función a bordo de una nave: una ruptura amorosa amenazaba con volver a sumirlo en la peligrosa depresión que ya había padecido años atrás. Es probable que estas dos contingencias que desalojaban al sujeto de sus referencias simbólicas más estimadas –trabajo y amor– precipitaran la caída libre que esta persona luego concretó en lo real. En este caso, la palabra “caer” cobró un sentido unívoco y literal desamarrado de todo efecto metafórico. En su artículo “Lo inconsciente”, Freud advertía que, para algunos sujetos, vale “el predominio de la referencia a la palabra sobre la referencia a la cosa”.
De hecho, el malogrado copiloto quizá se encontrara caído desde siempre. Según su ex novia: “Por la noche, se despertaba y gritaba ‘¡nos caemos!’”. El dato más revelador del difícil equilibrio que mantuvo mientras pudo es el testimonio –también referido por la ex novia– de su anhelada aspiración: “Un día voy hacer algo que va a cambiar todo el sistema, y todo el mundo conocerá mi nombre y lo recordará”. ¿De dónde sale esta voluntad megalómana si no es del empuje por lograr un reconocimiento que jamás había cobrado vuelo?
En el seminario Las psicosis, Lacan establece las dos enunciaciones que determinan el destino de un sujeto: “Tú eres el que me seguirás” supone un reconocimiento del Otro que nomina; en cambio, “Tú eres el que me seguirá” deja ver un trato indiferenciado que sume al sujeto en el anonimato. Luego cada quien y cada cual, con lo que tiene y puede, intenta hacerse un nombre, que no es el del documento aunque se pronuncie igual. De hecho, según Lacan, James Joyce, merced a su escritura, logró hacerse el nombre que jamás le había sido donado.
Aquí concurre una inmensa cantidad de contingencias para que un sujeto constituya, o no, una nominación que le brinde consistencia a su cuerpo en la escena del mundo. De lo contrario, la amenaza de despedazamiento se cierne en el desencadenamiento psicótico. Ahora bien, ¿por qué hacer que todos mueran? En el primero de los Relatos salvajes de Damián Szifron, el piloto, para vengarse, reúne a todas las personas significativas que conformaban ese fantasma que lo excluía, humillaba o castigaba. En cambio, el copiloto que nos convoca no necesitó de semejante maniobra preparatoria: excluido de las coordenadas que hasta entonces lo sostenían, es probable que tanto la novia como la empresa y todo el pasaje fueran ese Otro indiferente y cruel que nunca lo reconoció. En su caída, Andreas Lubitz consumó su acto de nominación. Vale preguntarse por los locos que lo dejaron subir.
* Psicoanalista. Integrante del dispositivo de hospital de día del Hospital Alvarez.
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