PSICOLOGíA › “FORZAMIENTO PSICOLóGICO” Y LIBRE ALBEDRíO
En los últimos años, la psicología experimental ha entablado una fecunda relación de trabajo con los magos, los ilusionistas, cuyas técnicas de “forzamiento psicológico” se utilizan para examinar y cuestionar nociones como la del libre albedrío.
› Por Andrés Rieznik *
Alrededor del mundo, ilusionistas y académicos están trabajando codo a codo para estudiar la mente humana. Los ilusionistas traen un conocimiento milenario y práctico; son los hackers de la mente. En los primeros años del siglo XXI, un conjunto de conocimientos floreció a partir de la colaboración entre magos profesionales y científicos cognitivos. En 2008 se publicaron dos artículos sobre neuromagia en revistas científicas de primer nivel mundial. Uno fue tapa de la prestigiosa Nature Neuroscience y el otro apareció en Cell. Desde entonces, las investigaciones desarrolladas por ilusionistas y científicos contribuyeron al estudio de la percepción en áreas tan diversas como el movimiento ocular, los límites del sistema visual, el autoengaño, el procesamiento cerebral de relaciones causales o la atención. Nuestro grupo de investigación en la Argentina se concentró particularmente en el estudio de la sensación de libertad.
Los científicos suelen separar nuestros comportamientos entre los que son producto de un acto reflejo (como cuando el médico golpea levemente nuestra rodilla) y los que son producto del libre albedrío. Pero, como bien saben los ilusionistas, existe un continuo de sensaciones internas, que van del acto reflejo a la sensación de libertad absoluta de elección. Los magos saben de esto: Dani Daortiz y Henry Evans se especializan en técnicas diseñadas para aumentar la sensación de libertad, para que, en ese continuo entre “lo hice por acto reflejo” y “fui totalmente libre”, los públicos del mundo sientan algo más próximo a lo segundo durante un “forzaje psicológico”. Los forzajes psicológicos son mecanismos que los magos utilizan para influir en las decisiones y las acciones de los espectadores sin que estos noten su influencia. Utilizando estas técnicas, los mentalistas consiguen forzar, imperceptiblemente, una elección.
Un grupo de investigadores de la Universidad de Lund, en Suecia, hizo el siguiente experimento. Abordó a estudiantes en lugares públicos con una propuesta tentadora: “Estamos analizando el fenómeno de la atracción entre seres humanos; si vienen al laboratorio quince minutos, les haremos algunas preguntas inofensivas y después les pagaremos un almuerzo”. Como los estudiantes en todas partes del mundo están siempre escasos de dinero, no les resultó difícil encontrar voluntarios.
Una vez en el laboratorio, les mostraron pares de fotos de mujeres y les preguntaron cuál de las dos de cada par les parecía más atractiva. Cuando los estudiantes eligieron, les alcanzaron la fotografía seleccionada y les preguntaron por qué, pidiéndoles así que justificaran su elección. Pero, al alcanzarles la foto para que explicaran esa elección, el investigador realizó un sutil pase de magia, sustituyendo la foto por la que en verdad no habían elegido. La mitad de los estudiantes notó el cambio pero los demás no sólo no lo advirtieron, sino que justificaron por qué habían elegido a la chica que en realidad no habían elegido.
En defensa de los estudiantes, cabe decir que no estaban esperando que algo así sucediera. Sus cerebros ni siquiera concebían esa posibilidad. A fin de cuentas –asumían inconscientemente– estaban en un laboratorio de científicos respetables, que no iban a hacer bromas con sus propios cuestionarios. Pero este experimento muestra la ceguera a la elección: un fenómeno bien establecido, verificado en diferentes situaciones y cuantificado en buena medida.
El mismo grupo de investigadores suecos simuló lanzar un nuevo producto en los supermercados: un jamón. Apostados en una góndola que imitaba una marca comercial, les pedían a los clientes que probaran dos jamones para decidir cuál les gustaba más. Tras la respuesta, les preguntaban por qué, mientras, en forma sutil, cambiaban los jamones de lugar para ofrecerles una segunda degustación. Y los clientes justificaron por qué preferían el jamón que no habían elegido. Los investigadores repitieron los experimentos utilizando aromas de tés que olían muy diferente: uno muy dulce y otro amargo. También en este caso cambiaron los tés, y sistemáticamente se observó el fenómeno de ceguera a la elección, acompañado de una autoconfabulación sobre las razones de la elección.
Estos experimentos fueron objeto de críticas: sus resultados podían deberse a que se trataba de decisiones poco importantes, a las que naturalmente los sujetos no prestarían demasiada atención. Pero otro experimento, en 2012, demostró la ceguera a la elección frente a dilemas morales. Aunque los alcances y límites de este fenómeno deben ser elucidados, parece más presente en nuestro día a día de lo que imaginamos. Los sujetos debían completar un formulario y los investigadores les pedían justificar sus respuestas pero, antes, las modificaban. Y también en este caso, incluso tratándose de aspectos tan importantes e íntimos como la justificación que damos a nuestro comportamiento moral, un porcentaje sorprendente de sujetos no percibió el cambio y justificó las respuestas que él no había dado. Claro que a nadie se le puede hacer creer que ha dicho que es correcto moralmente torturar por placer, pero en un amplio abanico de temas controvertidos este tipo de manipulación se ha realizado con éxito. De hecho, creemos que sería interesante estudiar, mediante la técnica de ceguera a la elección, hasta qué punto es posible manipular las convicciones políticas, y ya estamos preparando experimentos en ese sentido.El fenómeno de ceguera a la elección parece estar más presente en nuestras vidas de lo que sospecharíamos.
La historia que nos contamos a nosotros mismos sobre las razones de nuestras decisiones tiene una denominación por demás sugestiva: autoconfabulación cognitiva. Este fenómeno se había observado hasta ahora en pacientes con ciertos tipos de lesión cerebral o en sujetos bajo hipnosis. El descubrimiento de la autoconfabulación se atribuye a quien es considerado el fundador de las neurociencias cognitivas, Michael Gazzaniga, cuyos experimentos con pacientes con el cerebro dividido en dos son para muchos los más interesantes de la historia de esta disciplina.
Hasta hace poco tiempo, la mejor manera de salvarles la vida a algunos pacientes epilépticos era cortar todas las neuronas del cuerpo calloso, esa masa de células que une e intercomunica los dos hemisferios cerebrales. Estos pacientes pueden luego llevar una vida normal, pero sus hemisferios cerebrales están incomunicados. A través de un dispositivo especial, Gazzaniga y su grupo mostraron, a personas con el cerebro así partido, imágenes que sólo irían al lado derecho del cerebro: vale decir, imágenes que sólo veía el ojo izquierdo, que es el que envía información a ese hemisferio. Y viceversa: exhibieron imágenes sólo al ojo derecho, que es el que informa al hemisferio izquierdo. Por ejemplo, muestran una imagen de una banana al hemisferio derecho de un paciente y la palabra “rojo” a su hemisferio izquierdo. Luego le preguntan qué vio y este afirma haber visto sólo la palabra “rojo”. Pero cuando le piden que lo dibuje con la mano izquierda –controlada por el hemisferio derecho– dibuja ¡una banana roja! (El video puede verse en YouTube, buscando “Michael Gazzaniga, The Interpreter”. El experimento mencionado comienza en el minuto 19.22.)
Lo más sorprendente es que, cuando le preguntan por qué dibujó eso, responde: “Pensé en frutas porque pasé por una verdulería hoy a la mañana y una banana es fácil de dibujar”. Podría haber respondido también: “Es que ayer en la cena comí bananas y ahora me acordé”. El hecho es que todos, siempre, se inventan una historia a sí mismos. No dicen, aunque podrían hacerlo: “Sufrí una operación, y ustedes, que están haciendo experimentos conmigo, probablemente hicieron algo que provocó que mi mano dibujara eso”. No: responden inventando, autoconfabulando, generando una explicación consistente con sus creencias, su historia, su vida, su visión introspectiva de sí mismos.
Algo parecido sucede con los pacientes hipnotizados. En este caso se les pide, por ejemplo, que al salir de la hipnosis caminen hacia una pared cuando alguien diga la palabra “zanahoria”. Y lo hacen. Pero, cuando se les pregunta por qué fueron hacia la pared, responden cosas como: “Estoy por pintar mi casa y quería ver la calidad de esta pintura” o “Me pareció ver un mosquito y fui a intentar matarlo...”.
Para explicar estos resultados, Gazzaniga postula la existencia de un sistema cerebral exclusivo del lado izquierdo del cerebro, encargado de contarnos a nosotros mismos la historia introspectiva de nuestras vidas y nuestras decisiones. Lo llama “el intérprete”. Cuando por alguna razón las entradas (inputs) de este complejo sistema computacional fallan o no llegan a destino, el cerebro debe improvisar una explicación con los recursos a los que sí tiene acceso. En palabras del escritor estadounidense Timothy Ferris: “La mente puede gobernar el yo, pero es una monarquía constitucional: cuando se le presentan decisiones que ya fueron tomadas por otras partes del cerebro, debe de alguna manera hacer el buen trabajo de mostrar que esas medidas forman patrones coordinados y sensatos”.
En el año 2000, David Blaine, el mago norteamericano que revolucionó la magia haciendo presentaciones por la calle mientras filmaba la reacción de los espectadores, hizo un comercial para una marca de autos. En la primera imagen se lo ve sentado con un mazo de cartas. “¿Pueden ver las cartas?”, pregunta. “Piensen en una, traten de ver una carta”, dice mientras invita con sus gestos a mirar hacia la baraja que sostiene con una mano con el dorso hacia arriba. Mientras tanto, con el dedo índice de la mano libre, la que no sostiene la baraja, levanta la parte delantera del mazo para luego ir soltando una a una las cartas, que se presentan de forma tal que nos permiten verlas, una por una, durante un breve instante. La primera vez, las cartas pasan tan rápido que es imposible ver ninguna. Entonces el mago dice: “Okey, fui muy veloz, inténtenlo nuevamente, traten de ver una carta”. Y vuelve a mostrarnos una a una las cartas, esta vez a menor velocidad. Finaliza el juego mostrando que conoce la carta elegida: el 7 de picas. Algunas personas literalmente saltan de sus butacas en el cine, espantados ante la posibilidad de que se les pueda leer el pensamiento. Cuando esta magia funciona, es difícil de creer y casi imposible no experimentar una sensación de miedo e invasión de la intimidad.
En realidad Blaine mostró una carta por un brevísimo instante más que las demás y eso bastó para que muchas personas la eligieran. Lo llamativo no es que la elijan, sino que lo hacen sin darse cuenta de que casi no tuvieron otra opción, de que esa era la única carta cuyo tiempo de exposición había alcanzado para hacerla acceder a la conciencia. Nótese que el tiempo de exposición de las cartas debe ser cuidadosamente manipulado: si la carta que se quiere forzar es mostrada durante mucho más tiempo que las demás, el espectador notará la trampa; si se exhibe demasiado poco más que las demás, no suscitará la tendencia a elegirla.
En la magia existen dos tipos de forzaje: psicológicos y mecánicos. El objetivo es siempre el mismo: que el mago conozca una decisión que el espectador ha tomado sin que éste o el resto del público noten que lo sabe. Algo que se hace en los forzajes mecánicos es, por ejemplo, cambiar secretamente la carta que la persona eligió por aquella que se quiere forzar. O cambiar toda la baraja por una de cartas idénticas, de tal forma que, cualquiera sea la carta señalada, el resultado será siempre el mismo. Los forzajes psicológicos, en cambio, influyen en las decisiones y las acciones de los espectadores sin que estos adviertan su influencia. Este es el tipo de forzaje que usó David Blaine en su juego, específicamente un forzaje visual.
Los libros de magia, particularmente los de mentalismo, están repletos de técnicas diseñadas para hackear los circuitos que nos llevan a sentirnos libres al tomar una decisión. Y uno de los presupuestos implícitos en todas estas técnicas es que las personas no responden con sólo dos estados internos: sentirse libres o sentirse forzadas. Existe un continuo de estados posible, y los mentalistas cuentan con incontables técnicas para incrementar la sensación de libertad en una elección.
* Texto extractado de Neuromagia. Qué pueden enseñarnos los magos (y la ciencia) sobre el funcionamiento del cerebro, de reciente aparición (ed. Siglo Veintiuno).
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