PSICOLOGíA › SOBRE LA PELíCULA LA PATOTA
› Por Ana María Fernández *
Me parece que la remake de La patota, dirigida por Santiago Mitre, atrasa con respecto a los debates que circulan en la sociedad. Se destaca en este sentido el enfoque de la situación que afronta una mujer sobre continuar o no un embarazo producto de una violación. La protagonista, a lo largo de la película y antes de la violación, ha dado argumentos acerca de sus actos; al principio, por ejemplo, debate con su padre. Incluso después de la violación va a buscar un encuentro con el responsable y da una razón, aduce que necesita entender. Pero, para esa cuestión tan fuerte que es su decisión de continuar con el embarazo, no da ningún argumento. Tampoco muestra ambivalencia o ambigüedad, es como si fuera un hecho que simplemente está ahí. No aparece su conflicto, el conflicto que le plantea la amiga: ¿no pensó que va a ver en ese niño la cara del violador? Ahí llora y se quiebra, pero tampoco aparece argumentación ninguna. Es como si ella no se hiciera preguntas al respecto, no se debate entre decisiones posibles. Eso está ahí, con la contundencia de lo que es.
Esto podría entenderse si ella fuera una católica devota, entonces sí, lo mandó Dios; pero no se lo plantea desde ahí, y no se sabe desde dónde se lo plantea. Entonces, es fuerte pero al mismo tiempo sin sustento. Porque no deja posibilidad de pensar. No se entiende qué le pasa con eso o por qué toma esa decisión. Aun las que toman la decisión de sostener el embarazo producto de una violación atraviesan momentos muy críticos hasta llegar a decidirse. En lo que presenta la película no hay libre elección; es lo que es.
Debo reconocer que por mi parte hablo desde un lugar muy situado: soy una militante por la aprobación de una ley que garantice el aborto seguro, libre y gratuito. Pero, aun con la legislación que tenemos, el aborto en un embarazo producto de violación es legal, hay incluso protocolos del Ministerio de Salud de la Nación. En este sentido me parece que la película atrasa: los debates ya no son ésos. Es cierto que una película no tiene por qué reflejar los debates de la sociedad; una obra de arte no tiene por qué reflejar una realidad determinada. En todo caso vale señalar que no se trata de la realidad de las mujeres concretas que hoy enfrentan esa situación.
Y, al no plantearse un combate interior que conduzca a una libre elección, podemos pensar que se abrió paso una concepción muy tradicional, la que atribuye a las mujeres un lugar sacrificial. La teoría de los dispositivos sacrificiales para las mujeres tiene una larga historia, y acá de algún modo se reedita. En definitiva, termina quizá siendo una versión laica de las tesis católicas sobre el tema. Y tampoco no es ajena a ciertos clichés: hay dos chicas que se divierten solas, rechazando la protección de novios o maridos, se quedan hasta tarde, toman vino, una de ellas anda sola de noche y miren lo que le pasa por no quedarse en casa bajo protección de los varones: no es muy distinto a lo que a veces se dice de las chicas que salen a bailar y entonces las violan o las matan.
Por lo demás, más allá del tema de fondo, hay en la película detalles interesantes: por ejemplo cuando, después de la violación, a ella le hacen todos los estudios, le aplican el kit completo, incluye venéreas, tratamiento antiVIH, pero no incluye la píldora del día después. Efectivamente, no se la incluye en la realidad, y es un tema interesante para abrir un debate.
Si se trata de debates actuales, a partir de la movilización “Ni una menos” el pasado 3 de junio, se generó un punto de inflexión: el tema ya no es llevado adelante sólo por grupos u organizaciones sociales, sino por la sociedad en movimiento. Esto debería generar alguna presión sobre las lógicas patriarcales tan feroces que se advierten en jueces y fiscales. Muchas veces se escucha que para dar respuesta a la violencia de género hace falta un “cambio cultural”; pero un cambio cultural puede tardar cien años y están matando a una cada treinta horas. Ahora, con la gente en la calle, es previsible que esos funcionarios, aunque sigan siendo patriarcales, tengan temor a medidas como el juicio político si siguen actuando con la impunidad con que lo han hecho.
Algo muy impresionante en la movilización fue cómo muchas mujeres les contaban a todas las personas con que se cruzaban lo que les había pasado en el orden de la violencia de género: al principio uno no entendía o le chocaba pero hay que pensarlo en términos de la producción de subjetividad: esto hace a la restitución de dignidad generada por el hecho de asumir el testimonio. Algo parecido ha pasado con las personas que van a declarar en los juicios de lesa humanidad: una restitución de la dignidad, cuando se pone en palabras públicas lo que te ha pasado en tu momento de mayor horror.
* Profesora consulta en la Facultad de Psicología de la UBA.
Testimonio recogido por Pedro Lipcovich.
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