PSICOLOGíA › NUEVOS MODELOS DE FAMILIA
Una investigación sobre familias formadas por dos mujeres con hijos/as releva cuestiones como de qué modo llegan a determinar cuál de las dos llevará el embarazo por fertilización asistida; cómo se procesa la aceptación, o no, por las familias de origen; las elecciones sobre fidelidad, religión, y también el “riesgo del encierro en relaciones especulares”.
› Por Ana María Fernández *
La investigación “Modos de subjetivación contemporáneos: diversidades amorosas, eróticas, conyugales y parentales en sectores medios urbanos” (Proyecto UBACyT, en curso en la ciudad de Buenos Aires) incluyó entrevistas a familias formadas por dos mujeres con hijos/as. Se constata que una de las primeras cuestiones a resolver para la formación de estas familias fue cuál de ellas llevaría el embarazo. En algunos casos se resuelve por la más joven o por la más apta físicamente para la fertilización asistida. En otros casos, una de ellas expresa su falta de interés, dificultad o rechazo a sostener las transformaciones corporales de un embarazo, la experiencia del parto, etcétera. Si bien las entrevistadas expresan que son siempre decisiones tomadas de común acuerdo, algunas veces puede inferirse una mirada un poco envidiosa frente a la gestante. En algunos casos, expresan que para un próximo embarazo les gustaría que cambiara la gestante. Quien expresa este anhelo suele ser la que ha gestado y parido, más como una oferta de paridad a su compañera que por desagrado frente a la experiencia vivida, que, muy por el contrario, es relatada como de gran felicidad (contrastan con esta felicidad los relatos de embarazos por fertilización asistida que realizan las mujeres heterosexuales, quienes transitan los sucesivos intentos con esperanza pero con mucha angustia y temores).
En otros casos, a la hora de pensar en tener hijos, la adopción puede ser una de las opciones imaginadas. Una entrevistada expresa: “Lo hablamos un montón, nos reímos. Nos parece una locura, pero por otro lado no. Hoy en día yo no tengo ganas de tener hijos, pero creo que en algún momento me va a dar ganas... Hoy no tengo esa sensación, ella tampoco. Ella me carga y me dice que tendría que ser yo la que tenga el bebé. A ella le da mucha impresión, no podría estar embarazada. Le da mucha impresión el embarazo. No podría tener ella el bebé, pasar por un parto...”. Luego la entrevistada vuelve sobre el tema: “También tenemos la posibilidad de adoptar. Es algo que vemos viable en un futuro... no que necesariamente sea un embarazo de ninguna de las dos”.
Obsérvese la construcción de la última frase. Posiblemente habría querido decir “... no necesariamente que el embarazo sea de alguna de las dos”. En la construcción gramatical que compuso posiblemente se exprese una de las más duras claves del conflicto. ¿Podría ser que, en las latencias que sostendrían este acto fallido, la tensión a dirimir fuera “para que no sea de alguna de las dos... que no sea de ninguna”?
En estas familias también suele coincidir que quien lleve adelante el embarazo disminuya o interrumpa su vida laboral y se dedique más a la crianza, como en la mayoría de las parejas actuales constituidas por una mujer y un varón. En nuestras clases medias está muy naturalizado que, con la llegada de los hijos, la mujer deba disminuir o detener su vida laboral. Además, la mayoría de las entrevistadas generalmente han alcanzado altos niveles educativos y de capacitación laboral, o al menos viven en un medio donde las credenciales educativas y los éxitos laborales suelen ser objeto de alta valoración. Por tal motivo es de suponer que el repliegue por la maternidad sea vivido con tensiones muy específicas, aunque no siempre explicitadas con claridad.
En realidad, llama un poco la atención que este imaginario colectivo y sus prácticas se replique en toda su naturalización en algunos matrimonios de dos mujeres. Es tanto lo que han tenido que transgredir de la heteronorma e inventar por fuera de ella, que la eficacia y eficiencia de este imaginario maternal clásico ameritará futuras investigaciones. También habrá que esperar a lograr casuística de paternidades de dos varones y ver allí desde qué nuevos imaginarios paternales se organizan las prácticas cotidianas de la crianza.
Sí pueden constatarse diferencias significativas al interrogar sobre la división de tareas domésticas. Suelen expresar que no es un tema conflictivo. “Cada una hace lo que más le gusta” es la respuesta que más se reitera. Tampoco expresan tensión o dificultades respecto del dinero que aporta cada una. Frecuentemente, ni las responsabilidades domésticas ni la “propiedad” del dinero han tenido que ser conversadas o consensuadas. Relatan que todo esto se ha ido dando en la convivencia con naturalidad. Las más jóvenes, en convivencia pero sin hijos, pueden plantear que mantienen cuentas separadas, pero que aportan según lo que se va necesitando. Ante las repreguntas de quien entrevista, suelen sonreír o sorprenderse de que las cuestiones de reparto de tareas domésticas pudieran ser tema de conflicto.
En general, en las entrevistas de mujeres en relación con mujeres puede percibirse el intento de hacer visible a quien entrevista que todo funciona muy bien. Con independencia de las distancias que suelen producirse entre los relatos y las prácticas en cualquier entrevista, es probable que en estos casos esté presente ese efecto de triunfo, de entusiasmo, que suele animar a los o las pioneras de cualquier innovación social. La alegría de los logros personales, sociales y legales que en este momento acontecen posiblemente ponga esa dosis de potencia subjetiva imprescindible para sostenerlos, pero que necesariamente minimiza las dificultades o conflictos.
Quisiera detenerme en un detalle. En nuestra investigación, en el grupo de mujeres en pareja con mujeres, en más de una ocasión se presentaron las dos integrantes a la entrevista, aun cuando la consigna había sido muy clara en cuanto a que la entrevista era individual. Esto no ocurrió con ningún entrevistado gay ni con hombres o mujeres heterosexuales. Si bien en general contestaba el cuestionario una sola de ellas, la otra asentía, hacía gestos, tenían miradas de complicidad. Pareciera que ir a todos lados juntas sería una modalidad habitual. Al señalárselo quedan sorprendidas, suelen verlo como algo muy natural. Ninguna ofreció retirarse. Su actitud no era de incomodidad por haberse equivocado al presentarse ambas, sino, por el contrario, aprovechar la oportunidad de mostrar qué excelente relación han constituido, que no se separan en ningún momento...
¿Este detalle será indicio de un modo de vinculación específico de algunas relaciones mujer-mujer? ¿Desde qué posicionamiento subjetivo-vincular se organiza tal especificidad? ¿Cómo se configura tal naturalización? ¿A qué costo? ¿El orgullo que algunas evidencian de ir a casi todos lados juntas correrá el riego del encierro en relaciones especulares?
No puede evitarse la posiblemente incorrecta comparación con las parejas mujer-varón. Si en una entrevista a una mujer en pareja con un varón éste se hiciera presente y permaneciera, si él no ofreciera retirarse, si la entrevistada buscara en él aprobación de lo que expresa, etcétera, ¿no circularía en quien realiza el trabajo de campo cierta idea de un hombre posesivo y controlador, de una mujer con significativa impronta subjetiva de subalternidad?
En general, en las entrevistas de relaciones mujer-mujer tomaron mucho más lugar las vicisitudes previas acerca de cómo informaron a sus familias su “condición”, que las posteriores situaciones de comunicar que se irían a vivir juntas, que se casarían o que habían decidido tener un hijo. La no aceptación de las familias, por lo menos en un principio, es narrada en todos los relatos como tránsitos realizados con miedo, dolor, sufrimiento. Pero una vez constituidas ellas como familia, algunas tienen trato muy frecuente con ambos grupos familiares de origen, van a pasar los domingos y feriados, reciben ayuda económica para comprar su casa o su auto, nos dicen que todos se alegran con la decisión del embarazo y la llegada del nieto o nieta.
Algunos relatos señalan que la primera y mejor aceptación familiar provino de alguna de sus abuelas, cuestión que sin duda pone en interrogación el imaginario de un progreso lineal de aceptaciones generacionales. Otras, pasados los años aún padecen la no aceptación de su posicionamiento o las dificultades de aceptar la existencia de su pareja: “Mi mamá casi no puede hablar del tema. Hace cinco años que estoy en pareja, pero ella no la conoce. A mi papá se lo pude contar recién hace dos años y reaccionó re-bien. Al tiempo la conoció y cada tanto me pregunta por ella. Para mi mamá es todo un tema, no puede, se resiste. Al principio fue terrible para mí. Lo sufrí un montón. Estuvimos mucho tiempo sin hablarnos. Yo fui siempre muy compinche con ella. Y de repente eso..., algo se abrió ahí entre nosotras.”
El sufrimiento, la dificultad o el miedo de comunicar a las familias su posicionamiento erótico-sexual parece estar centrado en el disgusto o la desilusión que provocaría en sus seres queridos, pero hasta ahora en ninguna entrevistada –a diferencia de tantos varones gays– hubo mención a sentirse culpables de “ser como soy”. Tampoco refieren haberse conflictuado por “su diferencia”, aun aquellas que han tenido educación religiosa. Los relatos de la ausencia de conflicto al registrar su atracción por las mujeres los hemos encontrado tanto en mujeres que desde un principio se relacionaron con mujeres como en las que comenzaron tras algunos años de relaciones con varones: “Yo siempre estuve en parejas con chicos hasta los 30 años y ahí me empezaron a gustar las mujeres y muy rápidamente me puse de novia. Es mi única pareja mujer. Hace cuatro años que estamos juntas. Yo nunca me sentí mal por lo que me pasaba. Fue como un ‘¡Uy, qué loco que me pase esto ahora, a esta edad...!’. Fue una novedad, pero nunca lo sentí como un peso. Sí me preocupaba cómo decírselo a mis viejos. No sabía cómo iban a reaccionar”.
En cuanto a su vida sexual conyugal, aquí también encontramos una similitud con parejas de mujeres-varones con hijos. Está muy naturalizado que con la llegada de los hijos disminuyen los encuentros sexuales de la pareja. Ofrecen los mismos argumentos: cansancio, falta de tiempo. Les gustaría disponer de más tiempo, pero, como es algo tan natural, no tratan de implementar estrategias para remediarlo. Simplemente es así.
Con respecto a la moral sexual, en particular la fidelidad, en algunas parejas, particularmente las más conyugalizadas, es condición indispensable, suponen que la violación de este criterio sería inadmisible y volvería inviable la pareja. Otras consideran que es un requisito difícil de cumplir en el largo plazo y están abiertas a otras relaciones. Otras, particularmente las más jóvenes, plantean que la posibilidad de otras relaciones debe estar planteada desde el principio; aquí lo importante sería no engañar, entendiendo por engaño la mentira o el ocultamiento. “Tengo una pareja estable y el planteo desde el inicio es que sea una relación abierta, lo cual implica que ambas partes podemos relacionarnos con otras personas, tanto sexual como afectivamente, sin que esto afecte al núcleo del vínculo en sí. Todo el tiempo estamos con un montón de personas. Intervenimos en lugares distintos. En todos esos lugares hay gente que nos puede atraer más o menos. Bueno, la idea es la sinceridad. Las dos estamos al tanto de las otras parejas ocasionales que tiene cada una. A partir de allí, básicamente la relación consiste en nosotras por un lado y cada una de nosotras con otras personas por el otro. Tratar de armar este tipo de relación es parte de la igualdad y la honestidad.”
Con respecto a su identidad sexual, las respuestas son muy variadas. Algunas jóvenes se autodenominan lesbianas e incluso algunas de ellas militan en organizaciones que activan en distintos ámbitos de las diversidades sexuales. Una entrevistada expresa: “Yo me defino como lesbiana. Pero no sé muy bien si sería una identidad. Las identidades tienen un montón de cosas atrás. Por ejemplo, te dicen que los afroamericanos son de tal manera, los judíos de tal otra, las mujeres tienen una determinada... Entonces, si bien me defino de esa manera, no sé si tomarlo como una identidad. Para mí es más una cuestión de objeto de amor, no mucho más. Mi objeto amado son las mujeres”. Ríe con picardía y agrega: “Sin embargo me atraen algunos varones, claro que algunos que tienen características femeninas... podemos decir que seguimos en el mismo terreno”.
A otras, aunque están muy seguras de que sólo les interesan las relaciones con mujeres, no les gusta la denominación “lesbiana”. No siempre saben explicar claramente por qué, pero pareciera inquietarles que la nominación pueda significar ghetto, encierro entre iguales. Otras portan la nominación “lesbiana” con naturalidad y dicen que asumirla fue un elemento importantísimo en su construcción identitaria y su autoafirmación.
Algunas siempre establecieron vínculos sexuales o amatorios con mujeres. Otras vienen de relaciones con varones y la convivencia actual es su primera o segunda relación con una mujer. Cuando la entrevista abre interrogación a cómo fue este tránsito, consultando específicamente si fue conflictivo, generalmente responden que no las problematizó. Si bien expresan que quieren estar con su novia o esposa “hasta que la muerte nos separe”, pueden no considerarse homosexuales. Se han enamorado de “esa persona” y punto.
Algunas que se autoperciben como lesbianas dicen sentirse, a veces, atraídas por mujeres en relaciones de pareja con varones: “Quedé un poco afectada de una relación que tuve hace un tiempo con una amiga que se define heterosexual y que, de modo oculto, por supuesto, estuvo un tiempo conmigo. Pero lo que yo le hacía a ella, ella no me lo hacía a mí. Nunca pudo salir de su rol pasivo. En realidad, saber que ella era heterosexual me despertaba cierto morbo pero después de un tiempo la cosa me empezó a molestar. Yo era algo así como un objeto de diversión para ella y eso no me gustaba. Las reglas no estaban claras, no eran las mismas para las dos”.
Varias relatan que fue “un flechazo a primera vista” y que desde ese momento no se separaron. Suelen considerar que la dificultad de comunicarlo y de ser aceptadas por sus familias fue mayor que con sus amigos y relaciones sociales cercanas. En el ámbito laboral suelen tomar más recaudos. Las más jóvenes, todavía en noviazgos sin convivencia, ante la pregunta por situaciones de discriminación social, suelen decir que no han sido demasiado importantes. Algunas señalan que tal vez éste sea un beneficio de la invisibilidad que las relaciones entre mujeres aún tienen en nuestra sociedad. “Dos chicas de viaje, juntas en un restaurante o en el cine, a nadie hace sospechar que son pareja”. Relatan con cierta picardía que cuando van por la calle de la mano no faltan algunos muchachos que les griten alguna grosería; también es muy frecuente que ellos se ofrezcan para formar un trío. Cuando cuentan estas situaciones, si bien registran claramente la agresión, algunas no se sienten muy atacadas; más bien expresan cierta lástima, los ven como tontos. Otras los encaran y se autoafirman cuando los muchachos “se van al mazo”. Otras se quedan rumiando su rabia, se arrepienten de “no haber encarado”.
Las que ya tienen hijos expresan que tuvieron y tienen dificultades de aceptación en la escuela de los chicos, pero entre los adultos, no con los niños y niñas compañeritos de sus hijos e hijas. Una de ellas relata una anécdota muy divertida con una niña de Lesmadres (grupo de acción política integrado por familias de lesbianas madres que decidieron tener hijos e hijas en pareja) en el jardín de infantes: “Yo tengo dos mamás”, le dice una nena a otra, que piensa un momento y responde): “Bueno, yo tengo dos abuelas”.
* Profesora en la Facultad de Psicología de la UBA. El texto es un fragmento de “Amores diversos: saberes, poderes y placeres” que integrará el libro en preparación Diversidad familiar, cuidados y migración. Nuevos enfoques y viejos dilemas (Herminia Gonzálvez Torralbo, comp.; ed. Universidad Alberto Hurtado, Chile).
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