PSICOLOGíA › ANUDAMIENTOS ENTRE EL ARTE, LA POLíTICA Y EL PSICOANáLISIS: LA EXPERIENCIA DE UN DISPOSITIVO TERAPéUTICO
Una reflexión sobre los modos en los que el psicoanálisis se articula con la producción artística para abrirles espacio a instituciones con fines terapéuticos, que operan a contramano del actual discurso de las discriminaciones y las diferencias.
› Por Andrea P. Lemelson *
Límite para la Ciencia, inconveniente para sus pretensiones de objetividad y anhelos de perfección; el sujeto inconsciente se ubica en un espacio exterior e íntimo de la Ciencia que lo rechaza (necesariamente), para que sus estrategias objetivantes funcionen adecuadamente. Del lado del error, el sujeto molesta a la ciencia que lo objetiviza al tiempo que desubjetiviza al significante. Se sabe: el psicoanálisis trabaja justamente con ese punto, esa falla, esos detalles divinos (sueños, lapsus, síntomas), que Freud retoma cuando la ciencia los excluye.
Así las cosas, una posibilidad de hacer psicoanálisis en las instituciones es desde la posición de extimidad que, como señala Jacques-Alain Miller, es ese lugar dentro-fuera, en esa inquietante línea donde lo íntimo es lo más extraño a sí mismo. Si el trabajo orientado hacia las marcas de la subjetividad va a arriesgarse a la tensión con el discurso del amo, será necesario pensar el espacio de trabajo con la subjetividad como “base de operaciones” en el malestar en la cultura.
¿Qué se resiste al discurso capitalista de la actualidad? ¿Cuáles son, o mejor, existen manifestaciones de resistencia? En un dispositivo de producción subjetiva orientado hacia el lazo social y articulado con el arte y el trabajo, la experiencia terapéutica con personas con padecimiento psíquico pone el énfasis en la producción subjetiva en lugar de en las cifras o clasificaciones de época para hablar de la salud. Desde ahí, propone un abordaje orientado por el síntoma, cuya apuesta se instala en lo singular y en la manifestación de lo nuevo como efecto de la invención.
Hace años, Lacan afirmó que el discurso capitalista rechaza lo imposible intrínseco a la castración y hace predominar la tendencia hacia la homogeneización, propia del discurso científico. Y si el imperativo de la época alude a cómo gozar cada vez más, cómo ser cada vez más feliz, mostrando el acceso al goce como posible con el predominio de la imagen y la pomposidad del sentido; el psicoanálisis entra en los impasses del discurso del amo como resistencia a ese empuje.
De la mano del discurso científico, el rasgo que marcará la época contemporánea será la “tiranía del saber”. Por su parte, el discurso capitalista se caracteriza por la falta de límite: falta el punto de capitón que opera donde lo hace el Nombre del Padre. Ya Michel Foucault reflexionó acerca de esa invisibilización que perpetúa la técnica dentro del discurso capitalista, para dar nacimiento al poder disciplinario. En El poder psiquiátrico, relataba la escena del rey Jorge III de Inglaterra, quien fue encerrado en un asilo por un cuadro de manía: el médico destituye al rey, lo descorona; el poder disciplinario triunfa sobre el poder soberano. Este poder, el poder de la ciencia, ya no se consagra en alguien. Es un poder repartido y funciona en red: el médico del rey destituido da órdenes que quedan ocultas detrás de la técnica y de la ejecución realizada por otros. También fue la técnica la que estuvo en el cenit para que las fábricas de la muerte existieran produciendo la Shoah.
Hoy se puede afirmar que la pretensión de normalidad es la otra cara del fanatismo de la clasificación: se intenta seducir a sujetos para que sean nominados por un significante amo que les dé luego la pastillita de la felicidad. Los ejércitos dóciles de The Wall son vomitados por la máquina, también, por la máquina científica. En contraposición y partiendo de la singularidad y contingencia del síntoma, LA salud mental con mayúscula no existe: hay prácticas, quehaceres, lazos, nudos, pero no un todo homogéneo.
Pero... ¿cómo son las modalidades de inclusión de los sujetos en los dispositivos de tratamiento? ¿Cómo se entreteje el armado institucional que se sostiene por “botones”? Esos interrogantes necesitan andarse y desandarse en la práctica.
En un dispositivo institucional con orientación del discurso analítico, un “botón” es una estructura, un punto que intenta sostener y promover lo incalculable del acto. La idea de los “botones” surge como efecto del trabajo de pensar, junto a los coordinadores de los talleres, la lógica de cada espacio grupal. En todos hay una estructura mínima que es necesario que no cambie y se sostenga para que las variaciones, del uno por uno, aparezcan del lado del sujeto.
En Maón Tipulí, el Taller de Teatro mantiene un orden de los diferentes momentos, en tanto el Taller de Artes Plásticas fija un punto de permanencia de la mano de los materiales. La búsqueda es sostener la repetición del lado de la estructura para que acontezca algo nuevo del lado del sujeto.
Otro punto de sostén es el “Acuerdo de ingreso y permanencia”, que se firma juntamente con la persona ingresante luego de atravesar la serie de entrevistas que dura el proceso de admisión, y en el que ingresante y equipo terapéutico definen la modalidad, los tiempos y los espacios en los que se incluirá. Pautas, normas, acuerdos y enunciación sostienen un no-todo, que habilita el vacío entre lo universal y lo singular, entendiendo que como escribió el psicoanalista Javier Aramburu “los derechos humanos no dicen que todos somos iguales, dicen que todos renunciamos igualmente al goce de aniquilar las diferencias”.
Si la pregunta de la subversión analítica es la pregunta por la situación del goce en nuestro mundo, la pregunta que orienta, dirige y permite la invención de nuevos dispositivos es cómo hacer lugar a las diferencias; o mejor dicho, cómo hacer lugar al detalle singular del goce de cada uno, a qué goces y cómo decir que no.
Se puede pensar a una comunidad como aquello que otorga un espacio de reconocimiento, limitada territorialmente y donde la unión está puesta en un rasgo. Este es un modo de entender el concepto de comunidad según algunos referentes de la psicología social comunitaria, como es Maritza Montero.
En Communitas. Origen y destino de la comunidad, Roberto Espósito se detiene en la etimología de la palabra latina communitas, que obtiene sentido por oposición a propio, es el límite exacto entre lo propio y lo no propio, atañe a más de uno, es público y no privado. Así se abren diferentes campos semánticos, y a lo “público” se agrega “deber”. En tanto, explica el filósofo italiano, munus significa “don” pero uno particular que indica “intercambio”. Es un don que se entrega porque así debe ser y no se puede no dar. El munus refiere sólo al don que se da, no el que se recibe. De este modo, la respuesta acerca de qué tienen en común los miembros de una comunidad se orienta hacia el lado de la deuda, la falta, el deber. La deuda es de cada uno con la comunidad, pero no está cada uno en deuda con otro ni es reclamable: los une ese deber mismo. Esta falta impulsa a los miembros a alterarse, invita a una convivencia con lo otro y a un sostenimiento en lo común de la diferencia radical.
Por su parte, el discurso capitalista destruye los límites y reintroduce los objetos mirada y voz: todo puede ser visto, dicho y oído. Así lo forcluido retorna a través de la técnica (las máquinas que todo lo ven); y lo reprimido, a través de la ciencia. En la actualidad, estos retornos pueden pensarse articuladamente con la “porosidad de lo simbólico”; en tanto, a diferencia de este discurso, el arte relocaliza los objetos: los acota, separa, los hace circular según disciplinas artísticas y objetos en cuestión.
Si estamos viviendo una “época de locos”, el delirio circula en torno a la normalidad, aunque tampoco ahí la brújula orienta. Al estallar el Nombre del Padre, como significante primordial y organizador del orden discursivo, quedan multiplicaciones rizomáticas que sostienen la permanencia del discurso capitalista. Jorge Alemán despabila sobre esta naturalización que invisibiliza que el discurso capitalista no estuvo siempre; entonces, podría no siempre estar.
Ante estas encrucijadas, un modo de respuesta es apuntar nuevamente al acotamiento. Para eso, Maón Tipulí propone un recorrido que tiene al arte como respuesta y al armado de encuentros con otros enlazados desde esta excusa. Un evento que resignifica el trabajo y les otorga un lugar, ya no a los objetos, sino a los sujetos que los producen y se producen en este mismo acto. Desde el taller de teatro, por ejemplo, se construye qué mostrar, se invita a realizar la elaboración de una ficción desde el síntoma, se arma el cuerpo con el vestuario y con la invención de un personaje, construcción de un representante que permite poner distancia y puede acotar la invasión del Otro. Al estar en una escena que permite circunscribir la mirada, se hace lazo con los otros del público, desde los lugares que la escenificación permite.
También en los talleres habita la tensión entre lo universal y lo singular, jugándose en cada espacio de diferente manera. En el taller de escritura y lectura, por ejemplo, el trabajo permanente va desde lo universal: conocer los diversos géneros literarios, poder identificarlos, saber acerca de la gramática y la puntuación; hacia la deconstrucción de las pautas y las normas, hacia el juego libre y la invención. De alguna manera, el método incluye incomodar a cada uno en sus puntos de repetición, para que advenga una estética con rasgo propio, el estilo de cada uno: salir de la estereotipia y de esa repetición armar una diferencia, un artificio. Y así, lo que abunda casi siempre es la sorpresa y la risa; en un recorrido que ya pasó de la escritura de haikus a la literatura infantil y a la dramaturgia, y que hizo necesario construir un Otro para el que se escribe, un niño o un actor, y una elaboración simbólica que deja sus propias marcas, además de dirigirse hacia laberintos inimaginables.
Desde ese abordaje, el área laboral ofrece a los participantes un espacio de trabajo que no está ceñido por la ley del mercado y la ferocidad que encarna el imperativo social del consumo, sino que orienta a cada uno a encontrar su modo singular de producción para desempeñarse en el campo laboral. Desde esta misma lógica, se sostiene el Emprendimiento Colectivo que funciona como una cooperativa, y se intenta ubicar nuevos puntos de enganche con el Otro social desde una marca singular propia, corriendo el énfasis de la utilidad económica como exclusividad del trabajo y buscando nuevos modos de hacer con el tiempo.
Siguiendo con la metáfora de la casa en el árbol, una orientación para pensar la modalidad de intervención desde el discurso del psicoanálisis en las instituciones es abrir espacios nuevos, agujeros, con bordes, limitantes y potenciadores. Allí los analistas serán obreros de ventanas en los edificios institucionales del discurso del amo.
Desde 2006, Maón Tipulí pone en diálogo el todo y el notodo, la relación entre el universal del para todos y el singular del detalle propio, de la marca única. Maón Tipulí es un dispositivo terapéutico; y a la vez uno para cada uno, para cada sujeto que hace su propio recorrido. Articulando con el arte y el trabajo se intenta hacer lugar a la locura y se orienta hacia el armado de lazos sociales. Construido en base a los emergentes de la praxis misma, Maón Tipulí propone la invención de nuevos topos como efecto del acontecimiento, y es así como también ha ido construyendo, inventando, los distintos dispositivos internos.
La estructura del dispositivo cuenta con varias áreas, los talleres terapéuticos de arte forman parte de una de ellas. Cada espacio grupal tiene una doble coordinación: artística y terapéutica, que busca pluralizar la transferencia a la vez que focaliza y distribuye funciones. Por su parte, el grupo permite articular simbólicamente a los sujetos a un discurso, lo cual constituye –y restituye– el lazo social, permite la inserción en el Otro que puede ser de la religión, de la tradición, la pertenencia a un pueblo: ser parte de una comunidad.
Maón Tipulí empezó hace nueve años, con el taller de Teatro Leído. Al finalizar la primera experiencia, participantes y profesionales acordaron el nombre y el logo del dispositivo: un árbol con una copa frondosa y una casita en el medio. La idea, un espacio que remitía al resguardo, al cuidado y al sentimiento de tener donde ponerse a la sombra de la mirada del Otro, condición de la libertad y apuesta política. Fueron muchos encuentros elaborando esta construcción, la marca inaugural, la apertura de este espacio nuevo, creado colectivamente. Las derivaciones y las consonancias hicieron posible que el espacio fuera nominado Maón Tipulí, que en hebreo significa Morada Terapéutica. Fue La Fundación de Jabad el Otro institucional que abrazó este surgimiento, y la tierra fértil que sostiene y aloja este trabajo singular.
* Psicoanalista. Directora y fundadora de Maón Tipulí.
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