Jue 10.12.2015

PSICOLOGíA  › EL MALESTAR DE LOS QUE TRABAJAN ASISTIENDO, CUIDANDO, CURANDO

Cuidar el fuego, burnout o construcciones colectivas

El llamado “síndrome de burnout” admite muchas traducciones. Con ellas, el abordaje sobre el tema que propone esta nota incorpora la particularidad de nuestro contexto latinoamericano, además de las condiciones institucionales, las políticas públicas y el neoliberalismo como sistema totalizador.

› Por Vita Escardó *

A partir de las investigaciones de la década del 70 acerca del malestar docente, algunas miradas comenzaron a posarse sobre un malestar propio de quienes trabajan asistiendo, cuidando, curando y acompañando a personas que sufren. La canónica norteamericana llama a este tipo específico de dolencia síndrome de burnout. Algunas traducciones posibles serían síndrome de estar quemado o de incinerarse. Las denominaciones en español varían desde síndrome de desgaste laboral crónico, síndrome vicario y efecto de ser testigo, según dónde se ponga el acento.

El síndrome abarca una variada sintomatología psíquica, física, cognitiva y conductual, como resultado del contacto prolongado con la población a quien debe asistirse.

Desde 2007 coordino grupos de colectivos laborales para prevenir el síndrome de burnout. Inicié la actividad en el Programa Las Víctimas Contra las Violencias (coordinado por la doctora Eva Giberti) y la fui ampliando a diversas instituciones: universidades, sindicatos, hospitales, poder judicial, defensorías, ministerios. Desde la definición original de burnout hasta ahora, pude reconocer otras variables que inciden en el síndrome y el riesgo que los y las profesionales afrontan. Están ligados con las condiciones institucionales, las políticas públicas y el neoliberalismo como sistema totalizador.

A raíz de lo cual, el abordaje que pongo en juego propone considerar la particularidad de nuestro contexto latinoamericano, incorporando la ecología de saberes propuesto por De Sousa Santos utilizando como herramienta técnicas artísticas y de ampliación de recursos creativos.

¿Qué es burnout?

Las psicólogas Maslach y Jackson definen al síndrome de burnout como “una respuesta disfuncional en individuos que trabajan en profesiones de asistencia ligada con una tensión emocional de índole crónica, originada en el deseo de lidiar exitosamente con otros seres humanos que tienen problemas”. Este recorte resulta muy útil para aproximarse al tema, en principio en dos vertientes: por una parte incorpora la tensión emocional, es decir la emocionalidad como un aspecto propio del ámbito laboral, lo cual no era muy frecuente hasta hace algunos años. Por otra parte cita el concepto de deseo, como aspecto intrínseco de la tarea a llevar adelante. Desde aquí se comprende la implicancia profunda del deseo de “ayudar” a otros que sufren (o precisan asistencia) como aspecto que se ve jaqueado en los vaivenes de frustración que necesariamente aparecen en este intento. Se trata de una amenaza a la vocación, al ideal que sostiene el narcisismo de profesionales lanzados al encuentro con otros y otras demandando ayuda, soluciones, alivio, etc.

Maslach y Jackson desarrollaron un test del estilo listado de ítem que permite identificar grados de incidencia de burnout. En él se identifican tres variables: agotamiento emocional (AE), que se manifiesta en fatiga física o psíquica, la disminución de recursos emocionales y la sensación de no tener nada más que ofrecer a nivel profesional. La persona se queja constantemente, pierde la posibilidad de disfrutar de su trabajo y se vuelve irritable. La despersonalización (D) se refiere al desarrollo de una actitud negativa hacia las personas que deberían beneficiarse con su trabajo, tratándolas de manera insensible y deshumanizada. Aparecen reacciones de cinismo y hostilidad también hacia los compañeros de trabajo. La baja realización personal en la tarea (RP) implica a la propia percepción del trabajo realizado en términos negativos, con baja estima profesional, imposibilidad de soportar la presión, autorreproches y baja producción. El profesional se percibe como inadaptado y evita las relaciones interpersonales.

La prevalencia del síndrome se verifica cuando los valores de AE Y D son inversamente proporcionales a RP. Es decir, cuando los trabajadores se perciben sin recursos emocionales (psíquicos) para hacer frente a la tarea, las personas asistidas se perciben como objetos y, en combinación con esto, no existe una percepción de brillo fálico sobre la actividad, otrora idealizada.

Los síntomas se enumeran tan variados, que la descripción por sí sola no llega a completar un diagnóstico de burnout per se. Precisan de una mirada amplia y de una indagación sobre aspectos psíquicos ligados con las coordenadas del trabajo y las expectativas puestas allí. Más bien cabría preguntarse por el contexto de aparición de los síntomas y su frecuencia y de aquellos contenidos emocionales asociados con los mismos.

Hasta aquí, podríamos pensar en características personales que generen mayor labilidad para la prevalencia del síndrome. Sin embargo, entre los factores de riesgo se cuentan ciertas condiciones organizacionales, grupales y de estilos de liderazgo, además de las individuales.

Retomando la definición de burnout propuesta desde la escuela norteamericana, pienso que otros dos aspectos de la misma implican su causa. Se trata de los conceptos “respuesta disfuncional” y “lidiar exitosamente”. Según la concepción eficientista típica de las lecturas norteamericanas, habría una respuesta “funcional” ante el contacto repetido con la frustración. Una lectura psicoanalítica criticaría inmediatamente este criterio, bien sabemos que el vínculo con el otro y el Otro puede ser muchas cosas menos “funcional”. Aun suponiendo que esto pudiera lograrse, queda por interrogar al Otro en juego en la vincularidad. Los contextos institucionales, políticos, sociales tienen una enorme incidencia en la aparición de la quemazón psíquica de los y las trabajadores. Otro tanto podemos plantearnos respecto de la idea de “lidiar exitosamente” con otros que sufren. ¿En qué consistiría tal “éxito”? ¿En el alivio del sufrimiento? Sin duda. Pero cómo no contemplar las condiciones entramadas y complejas que generan tales sufrimientos en poblaciones vulnerables desde múltiples ángulos. ¿Cómo podría una intervención profesional aliviar además cuestiones como trabajo, vivienda, red social?

Quemándonos desde el Sur

¿Podemos pensar que tal particularidad es privativa de la quemazón psíquica de profesionales de esta zona del mundo? No necesariamente. Lo que intento subrayar es que los modos y contextos para abordar la incidencia del síndrome dependen de nuestra mirada e historia de abordajes colectivos. Inclusive varían región por región, cuestión que aprendí recorriendo el país con este tema a disposición. Si bien la uniformidad neoliberal golpea siempre a los mismos aún podemos arrogarnos la libertad de afrontarlo con estilo propio.

La globalización, las nuevas nosologías, la precariedad socioeconómica y laboral, las tecnologías, el cambio de paradigma acerca de las profesiones de asistencia y sus contextos de abordaje forman parte de la ecuación que atraviesan los colectivos de trabajadores que asisten a otros (y otras) que sufren.

Abogados, psicólogos, trabajadores sociales, médicos, enfermeros, operadores, administrativos y una extensa gama de profesionales enfrentan problemáticas que van desde la violencia de género, a veces entramada con el abuso sexual infantil, hasta las personas en situación de calle. Incluyendo discapacidad, minoridad, enfermedades terminales, adicciones, etc. Con una formación cada vez más especializada y técnicas ahora incorporadas a las políticas públicas, forman parte de quienes están en el terreno, allí donde las personas precisan ser acompañadas. Pero no se trata necesariamente del contacto con ellas y ellos lo que les quema la cabeza. La realidad institucional socavada por años de neoliberalismo y retiro del Estado los deja en la situación paradojal de tener que dar respuesta como cara de una institución de la cual no obtienen los recursos necesarios. Ellos y ellas también atravesados por exceso de horas de trabajo y de público a asistir, pero con falta de recursos, sueldo, personal...

La paradoja entre el exceso y la falta sumados al mandato de dar respuesta a las demandas constantes de colectivos socioeconómicamente vulnerables. Aquí es donde el síndrome de burnout deja de ser un tema individual. Si el trabajo es el resultado de vencer las resistencias que el medio nos plantea y en ese esfuerzo se genera un sufrimiento psíquico que es también transformador, un trabajador de manera individual frente a la realidad socioeconómica está ante un molino de viento.

En una oportunidad, una colega me convocó para capacitar acerca de esta temática en una clínica médica de cuyo personal formaba parte. Me explicó que cuando llegó a su consultorio el cuarto trabajador de la institución con un cuadro similar de estrés laboral, percibió que el malestar se ligaba con el contexto de la institución en la que se nucleaban, más allá de la fragilidad personal.

Sostener la llama sin quemarse

En mi experiencia, el abordaje grupal, entre pares y por áreas, con intención de prevenir burnout, genera además una serie de condiciones que mejoran las posibilidades y el clima laboral de los colectivos laborales. En el espacio compartido surgen los aspectos conflictivos ligados con la tarea y también aquellos relacionados con las condiciones de producción de la tarea. Muchas veces se moldean propuestas para modificar el contexto laboral nocivo. Se abre la posibilidad para una toma de conciencia acerca de los recursos propios y compartidos que se despliegan cada día. Y puede aparecer la necesidad de capacitarse de cara a las múltiples novedades que el terreno depara a estos profesionales: nuevas leyes, condiciones, derechos. No olvidemos que en los últimos años el reconocimiento de diversas identidades y problemáticas de género y la última reforma del Código Civil, por ejemplo (entre otras) modifican la intervención profesional. Resulta palpable a quienes así lo hacen que promulgar leyes no implica una inmediata internalización del nuevo paradigma sino que implica una tarea constante y de re aprendizaje tomar el paso de nuevas miradas.

También la red vincular de los equipos de trabajo lleva atención en estos espacios de Cuidado. Una red que se vuelve rígida y desatendida deja de sostener y de filtrar. Los roles se coagulan y vemos a los demás siempre desde el mismo ángulo, empobreciendo la percepción propia y del equipo en general. Un equipo así no favorece el alivio. En esta época de términos de mercado puede resultar difícil lograr relaciones de solidaridad por sobre las de competencia. Sin embargo, la complejidad que rodea las intervenciones amerita el intento de fortalecer las respuestas colectivas. Dejours aporta un nuevo elemento a esta ecuación desde la mirada de los pares. Sostiene que en el quehacer laboral percibimos dos tipos de juicio: el de valor y el de belleza. El juicio de valor es aportado por los escalones superior e inferior del organigrama: la felicitación de un jefe o el reconocimiento de la persona atendida. El juicio de belleza, en cambio, procede del reconocimiento de los pares en términos de nuestro hacer. El mecanismo psíquico puesto en juego es el de transferir este reconocimiento desde el hacer al plano del ser. En tal sentido un espacio compartido propicia una construcción deóntica de lenguaje y percepción comunes.

Pensando en la variable Realización Profesional, el ámbito compartido es, por añadidura, campo fértil para tomar conciencia del crecimiento profesional a través de la especialización resultante de años de experiencia en terreno con casos complejos. La mirada académica prejuiciada algunas veces olvida el valor que añade la praxis a la transmisión de saberes. Por esta razón suelo estimular la producción de escritos no necesariamente del tipo paper sino del estilo del testimonio. Lo hago pensando en los y las jóvenes que, al borde de dejar la universidad con el preciado título en mano pueden abrevar de la práctica concreta de quienes los precedieron. Lo que Kaës llamaría pacto narcisista.

La creatividad es un medio, no un fin

Hay ocasiones en las cuales la promoción de la creatividad aplicada a espacios no artísticos lleva una pátina de pensamiento mágico: la creatividad permitirá encontrar soluciones impensadas para obstáculos resistentes a otros abordajes. Es posible. Pero la creatividad no es un fin en sí misma sino una herramienta. La idealización de lo creativo proviene, tal vez, de la sensación placentera que genera la creación en ámbitos donde no es estimulada habitualmente. En cambio, el proceso creativo es largo y muchas veces cargado de frustraciones e intentos fallidos. El riesgo de idealizar la función creativa radica en utilizarla para paliar el malestar, aplacando la frustración pero sin generar propuestas superadoras y a largo plazo. Se podría entonces responsabilizar a los trabajadores por su falta de creatividad al no poder dar respuesta “con lo que hay” utilizado creativamente, en lugar de generar mejoras en las condiciones de quienes están quemándose.

Dicho lo cual, retorno a lo creativo como salto que libere de la paradoja encorsetadora más arriba descripta. Una alternativa ante la repetición alienante y traumática. Posibilidad de relacionar aspectos habitualmente inconexos. En este sentido, y por mi formación artística, me resulta pertinente proponer actividades que estimulen la creatividad. Se trata de una serie de opciones que varían según la cantidad de participantes, el tiempo disponible para llevar a cabo la actividad y las características de cada grupo. Producciones narrativas, abordajes desde la plástica o dramatizaciones. La técnica es la herramienta que habilita la aparición de los obstáculos que los y las participantes perciben en su trabajo. Pero también las emociones, los símbolos, la mitología grupal e institucional activa en el día a día. La ventaja de aproximarse de esta manera, a mi modo de ver, es la posibilidad de generar una mediación entre el conflicto psíquico activo y la posibilidad de reflexionar sobre esto no solamente desde lo individual sino como síntoma colectivo de una realidad institucional y social. El encuentro con los otros del trabajo cotidiano encuentra un espacio diferenciado donde dar lugar a la reflexión sobre la tarea en sí, claro, pero además sobre la gama de elementos que no resultan tan evidentes cotidianamente. ¿Cómo llevo a cabo mi tarea? ¿Sobre qué prejuicios? ¿Qué ideología me sostiene? ¿Es compartida por los parámetros que propone la institución? ¿Y por mis compañeros? ¿Hay algunas condiciones que podrían modificarse para paliar los efectos de quemazón mental?

Desde la llama (llamada vocacional) que habilitó la elección de una profesión que implica acompañar a otros hasta el incendio de los recursos psíquicos en la picadora burocrática neoliberal pasa un extenso periplo.

La invitación es a recorrerlo con otros, circulando las palabras, los ideales, las construcciones en común. Y así sostener nuestro fuego, iluminando. Con profundo respeto.

* Licenciada en Psicología, Psicodramatista, actriz nacional.

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