PSICOLOGíA
› LA DIFICULTAD PARA ESTUDIAR LAS TRANSFORMACIONES FAMILIARES CONTEMPORANEAS
Todos somos una familia muy normal
La familia actual es cosa muy difícil no sólo para vivirla sino para estudiarla: la autora examina dos corrientes, la de quienes cuestionan los cambios actuales en la organización familiar y la de quienes los defienden, y propone una alternativa superadora.
Por Déborah Fleischer *
Las profundas transformaciones culturales han afectado las costumbres sociales, los estilos de vida y las relaciones de la familia. Las nuevas tecnologías que se han ido incorporando insensiblemente a la vida cotidiana de millones de personas inciden en esas mutaciones.
Distintas sociedades, con organizaciones sociopolíticas y culturales y estructuras productivas diversas, han ido conformando formas familiares y de parentesco muy variadas pero que tienen en común la función de organizar la convivencia, la sexualidad y la procreación.
La aparición en 1949 de Las estructuras elementales del parentesco, de Claude Lévi-Strauss, renovó las investigaciones sobre la familia, tanto en la antropología y la sociología como en el psicoanálisis. Con conclusiones semejantes a las de El pensamiento salvaje, del mismo autor, Jacques Lacan en sus Escritos también se ocupa de la familia en esta perspectiva.
En los últimos años, el matrimonio heterosexual monogámico ha perdido el monopolio de la sexualidad legítima en la familia occidental, y el cuidado de los hijos no ocurre siempre bajo el mismo techo. Entre los teóricos, hay coincidencia en señalar la caída del lugar del padre en la familia, sin coincidir sin embargo en sus consecuencias. Lejos de una reducción a la familia biológica: madre, padre, hijos, sostenida en el matrimonio, la familia moderna es esencialmente compleja y parece haber sufrido transformaciones en las tres dimensiones que conforman las funciones organizativas clásicas que he citado.
Estas transformaciones han sido abordadas de muy distintas maneras. En lo que respecta a sus consecuencias sobre la psicopatología y la clínica, distintos autores se sitúan en dos polos opuestos: defensores o críticos de la familia. Los primeros consideran que la causa prevalente de la patología “psíquica” es la disolución del grupo de la familia tipo y que esa disolución es uno de los signos de nuestro tiempo. Es un lugar común, que se lee y se escucha en textos doctrinarios y en presentaciones clínicas.
De un modo más o menos manifiesto, esta postura sostiene una concepción de “familia normal” como si su definición fuera obvia, como si pudiera darse con un repertorio fijo, establecido a fines del siglo pasado, y no fuera resultado de un movimiento histórico. Esta visión vigila y está alerta a las desviaciones de ese modelo.
Por el contrario, autores críticos respecto del modelo tradicional consideran que la familia es, en su rigidez, responsable de patologías, y plantean investigaciones y prácticas ligadas a una visión que pone el acento en razones puestas a cuestionar el poder patriarcal en la familia o su moral sexual. Sus esperanzas están puestas en cambios en estos registros. Encuentran, como una de las causas más relevantes de la psicopatología, la supervivencia de lo que consideran la rigidez del modelo familiar. Critican a la familia burguesa y suelen considerar que en la obra freudiana hay una defensa de la familia y de la autoridad paterna. Para ellos no habría nunca familia “normal”, porque la normalidad sería un estado múltiple, vertiginoso e indescriptible.
Lo “patológico” fue definido por Kant –en Fundamentación de la metafísica de las costumbres– como algo cercano a la pasión (pathos), en un uso del término que difiere de su uso en el campo semántico de la medicina. Para ésta, lo patológico inicialmente se refiere a un estado del cuerpo en el cual se observa un sufrimiento, una pérdida de la armonía. También los trastornos mentales, englobados en lo que llamamos psicopatología, se presentan bajo la forma del sufrimiento o de pérdida de la armonía, aspecto que examinaré partiendo de la base de que se necesita postular parámetros para diagnosticar la normalidad aunque éstos no sean unívocos a largo plazo .
Se puede poner en paralelo esta división entre detractores y defensores con la que Umberto Eco propuso en 1965 en sus investigaciones sobre medios masivos, cuando enfrenta dos bandos irreconciliables, los llamados apocalípticos y los integrados. Si bien en estos dos polos quedan caricaturizados los artistas y la industria del entretenimiento, por un lado, y por el otro las ligas religiosas y los grupos de defensa de la familia, en realidad la división, de una manera más sutil, se extiende a las investigaciones universitarias del fenómeno.
Lo esencial de la tradición, al decir de Anthony Giddens, es que no hay que justificarla, contiene su propia verdad, una verdad ritual que el creyente considera justa. Claro que otro tanto podría decirse de la fe en el determinismo de las profecías revolucionarias. En ambos, a la patología le queda poco espacio, pues lo ocupan la moral y la idea de justicia respectivamente. Ambas perspectivas alientan el riesgo de acomodarnos, o al sencillismo del prejuicio, o al prejuicio del desprejuicio.
Habría un tercer riesgo, no contemplado en esta polarización: el de considerar que, ante la complejidad del tema, lo más sabio es abstenerse de tomar posiciones.
Sin embargo, en los últimos años, en el análisis de la familia moderna surgió y adquirió valor operativo un tercer abordaje, el de las transformaciones familiares, debido, entre otras influencias, a los nuevos enfoques de la historia social. Estos, más atentos a las fuentes documentales, no toman la familia burguesa de la sociedad occidental como norma necesaria, ni consideran a priori que la historia social progrese a grandes saltos hacia una felicidad inexorable.
Así, el término transformación comienza a cobrar fuerza en estos últimos años en sincronía con el eclipse de los críticos que dominaron la década del 60. Los tradicionalistas sobreviven hoy como fondo del debate. Parece, pues, evidente la necesidad de sistematizar los resultados de las investigaciones más recientes y los aportes de la clínica en esta área, abordando las transformaciones familiares para determinar qué lugar ocupan en las prácticas psicoanalíticas y psicológicas.
Frente a la plasticidad de las representaciones sociales sobre la familia, cuestionadas por algunos y avaladas por los que critican esta posición, existe entonces un tercer abordaje, el de las transformaciones familiares, que intenta pensar márgenes más amplios para la vida de la familia moderna sin por eso dejar de considerar que hay también patología en sus tránsitos de cambio. Advertir estos márgenes tiene incidencias sobre la clínica. Además, permite poner en práctica lo que el mismo Eco plantea finalmente en su área de investigación: “Es profundamente injusto encasillar las actitudes humanas, con todas sus variantes y todos sus matices, en dos conceptos genéricos y polémicos como son ‘apocalípticos’ e ‘integrados’”. La noción de transformaciones permitirá ver lo arbitrario de esta separación.
El abandono de modelos, de metas fijas que fueron garantes de la normalidad familiar, no implica el estallido de las categorías diagnósticas supuestas en las deconstrucciones sin regreso de la psicopatología clásica. Lo que sí les exige es mostrar las transformaciones de los síntomas, desbaratando lugares comunes y prejuicios, entre los que podemos encontrar las supuestas formas patológicas atribuidas a la disolución del grupo familiar clásico.
El psicoanálisis toma en cuenta el estudio microscópico, que tiene a su favor la observación cuidadosa e intensa del detalle que permite analizar la complejidad y a veces adelantarse a la detección de lo nuevo. La clínica del caso por caso puede enseñar mucho sobre las maneras en que el sujeto ha encontrado en la actualidad cómo construir su novela familiar. así como sobre las condiciones y fracasos que pueden amenazar en las nuevas formas de filiación. Cabe señalar que el psicoanálisis nunca gozó de la simpatía unánime de los grupos tradicionales, pero tampoco puede decirse que la totalidad de sus practicantes haya promovido la oferta de una permisividad que implicara el “todo vale”. No encontró razones ni para sumarse a la defensa incondicional de la autoridad del padre y de la familia, ni para recomendar su liquidación. El psicoanálisis ha dadonoticias, ya, desde el “Caso Schreber” (Sigmund Freud), de lo devastador que puede ser para un sujeto, tanto sufrir a un padre que se identifique con su función, como estar sometido a un deseo anónimo. Me refiero al psicoanálisis en tanto método de observación, y no al psicoanálisis como abordaje único de la familia.
* Fragmento del trabajo “Clínica de las transformaciones familiares”.