PSICOLOGíA
› “UN MODO PARTICULAR DE PADECIMIENTO”
La crueldad es familiar
La “clínica de la crueldad” procura tratar a personas que, marcadas en su infancia por la experiencia de lo cruel, pueden quedar capturadas en esa “tragedia siempre presente”.
Por Ana M. Fernández *
A partir de las nociones sobre la temática de la crueldad elaboradas por Fernando Ulloa, me referiré a lo que podría llamarse una clínica de la crueldad. No se intenta con ello demarcar una entidad clínica en sí misma, sino distinguir un modo de padecimiento psíquico por el que transitan personas con historias de infancia donde “lo cruel” (Fernando Ulloa: La crueldad como sociopatía y su infiltración en los dispositivos asistenciales) ha instituido particularidades específicas en la conformación de sus psiquismos. Estas características pueden atravesar cualquiera de las “entidades” clínicas establecidas.
En los últimos años, los diferentes abordajes clínicos con víctimas del terrorismo de Estado, los estudios en violencia familiar, los estudios de género, la creciente puesta en visibilidad y enunciabilidad de situaciones de maltratos y abusos en niños/as crean condiciones para repensar cuestiones clínicas y teóricas. A menudo debemos abordar tratamientos de personas que podrían considerarse sobrevivientes de procesos familiares donde prevalecieron prácticas de crueldad por algún progenitor/a o ambos, algún hermano/a mayor, etcétera. Castigos físicos rayanos en la tortura, climas de ferocidades y amedrentamientos, padres o madres que ejercían prácticas de aislamiento, apoderamiento y captura tanto psíquica como material de sus hijos y/o cónyuge. Humillaciones, agravios, denigraciones, castigos desmesurados, encierros prolongados. Vínculos tiránicos aunque no se recurriera a la violencia física; maltratos frecuentes e imprevisibles que arrasaron con las posibilidades de instalar confianza para crecer.
Los motivos de consulta pueden ser muy diversos y estas cuestiones no siempre aparecen en las primeras sesiones. No se trata aquí de fantasmas de flagelación infantil, en el orden de los que Freud describió en su artículo “Pegan a un niño”. Cuando efectivamente pegan a un niño/a hasta lastimar, éste/a no solo se aterra frente a los golpes o llora por el dolor físico: registra realmente la malignidad de quien lo castiga y, en ese momento, su deseo de eliminarlo/a. Qué hace con esos “flashes” de lucidez insoportable, es otro tema. Pero convivirá con esta particularidad: ha registrado que alguien, de quien esperaba amor y cuidado, pudo eliminarlo, contando con todas las condiciones de impunidad —subjetiva y objetiva— para hacerlo. El término “violencia familiar” suele no tener suficientemente en cuenta esta cuestión central en la organización psíquica: el registro no ilusorio de que la muerte propia o de otro familiar es posible, en cualquier momento y por cualquier motivo. Junto con ello –y no menor en importancia–, dichas infancias transitan en intensas afectaciones de terror; en algunos casos, desde los primeros meses o días de vida. Pero puede suceder que los climas de terror y amedrentamiento se instalen sin el recurso de la violencia física.
Las situaciones de mayor complejidad se presentan cuando, al mismo tiempo, ese progenitor o familiar cercano ha ejercido prácticas que la persona considera de “cuidados amorosos” muy significativos en su infancia. Esto genera mucha confusión en sus juicios, donde suelen tomarse como expresiones de afecto prácticas de apoderamiento, “una mirada que no cesa, que fascina y retiene”, un lazo afectivo que opera por “tentáculos” (Ulloa, ob. cit.). En suma, desde el principio suele confundirse amor con captura o apresamiento. Con esta situación de partida, se abre el camino de las repeticiones en cualquiera de los posicionamientos de la escena cruel.
Estos/as adultos/as presentan muy diversas formas de desmentir y desafectarse del horror. En muchos casos, desmentida y desafectación operan desde la instalación misma de estos modos de circulación familiar. Pero los avatares de su constitución psíquica sólo pueden ser analizados caso por caso. Frente a la impunidad en el ejercicio maligno de la crueldad, el otro progenitor puede haber sido copartícipe de la malignidad, o inductor/a de violencia; puede haber sido arrasado/a o paralizado/a a su vez; o bien, puede haber operado como figura que defiende, ampara e instala terceridad. Todo esto hace a la diferencia.
Que algún otro vínculo cercano, tío/a, abuelo/a, algún hermano/a mayor, vecinos o amigos, haya sido capaz de construir un cerco –siempre acechado, siempre tambaleante– de empatía, miramiento y buen trato, donde el sujeto haya podido recibir y dar ternura, será una de las condiciones para que, desde el dispositivo psicoanalítico, se pueda intentar quebrar el linaje de la crueldad. Dice Ulloa que “la ternura crea el alma como patria primera del sujeto” y ubica allí el circuito de la empatía, el miramiento y el buen trato como base de la constitución del sujeto ético.
La clínica de la crueldad encuentra allí un exceso hiperrealista: prácticas históricas y/o actuales realmente acontecidas de trato cruel (destratos, abusos, amedrentamientos, exigencias tiránicas y/o maltratos físicos) que conforman un más allá de los temores neuróticos a nuestras figuras fantasmales. Desde ya, habrá fantasías neuróticas entrelazadas, enmarañadamente, con estos terrores y demás efectos subjetivos de la crueldad, pero será necesario distinguir lo más posible lo uno de lo otro.
Esa “tragedia siempre presente” (F. Ulloa) circula en estos grupos familiares de un modo muy particular: el asesinato por venir. Todos están en riesgo, nunca se sabe con quién se va a ensañar ese que es maligno y que, a fuerza de impunidad, ejerce un poder despótico. Luego, en muchas familias, el suicidio por venir: todos están en riesgo, nunca se sabe quién lo cometerá; una vez que ha habido uno, los otros temen que les pase lo mismo. Se aterran como cuando eran niños. Se alivian secretamente de no haber sido él o ella esta vez. No siempre reconocen, en el torbellino de emociones despertadas, lo familiar y extraño de dichos terrores reactualizados.
La escena cruel también puede pensarse con tres posicionamientos intercambiables. Aquel que ejerce activamente la crueldad, quien es objeto de prácticas crueles y el/los que miran aterrados y/o cómplices, suponiendo que la próxima se ensañaran con él o ella o que, afortunadamente, esta vez no le tocó. Pero también pueden salir heroicamente en defensa de quien es objeto de trato cruel.
La clínica de la crueldad cuenta con relatos minuciosos de la reiteración de prácticas crueles a las que fueron sometidos/as o fueron testigos. En ella el mecanismo, más que operar por represión, operaría básicamente por desmentida. Esta puede actuar desmintiendo la significación cruel de los actos que se relatan:
“¿Entonces su padre fue un padre violento?”, luego de relatos pormenorizados de todo tipo de torturas.
“Eso lo dice usted. Para mí fue un padre severo.”
La desmentida también puede actuar desalojando las afectaciones o sus intensidades: terror, humillación, odio homicida a su vez, ira, donde las narraciones transcurren en su minuciosidad pero como si contaran una película donde sólo quien escucha está en condiciones de horrorizarse.
Desmentida y desafectaciones otorgan fuerte capacidad de desplazamiento y proyección para “lo cruel” que, por horroroso, no ha podido tramitarse psíquicamente de otro modo.
Han desmentido y desalojado toda una vida. Sólo así han sobrevivido. De lo contrario hubieran sucumbido en el marasmo o hubieran muerto por el ejercicio directo o indirecto de las crueldades mencionadas.
Punto ciego
Ulloa ha insistido sobre el “buen trato”. Es este un punto central, estratégico en este tema. Con frecuencia, las personas que han transitado lo cruel reproducen modalidades crueles sin tener registro de ellas. Aun cuando no actúen violencias físicas, suelen presentar cierta ferocidad en el decir, un particular modo de herir que habitualmente queda sin registro o en un subregistro, bajo el argumento de “decir la verdad”, “hacer mi vida”, etcétera. Juzgan severamente lo incorrecto de los otros. Como dice Ulloa, golpean con las palabras. En sus interacciones, suelen no medir lo que hay que callar o decir suavizadamente para no lastimar. No es que el destinatario de sus opiniones, juicios o críticas no les importe. Tal vez todo lo contrario. Sólo que conscientemente no registran que dañan. Carecen de registro de la dimensión de su hostilidad o, mejor dicho, de su propia crueldad. En muchas instancias de su vida, no saben cuidar ni cuidarse.
Estas modalidades pueden dar en la consulta indicadores significativos de la escena cruel que los sostiene. Aun cuando relaten detalladamente situaciones actuales que los tienen como protagonistas de todo tipo de desmesuras, no registran que son sujetos activos de maltrato o destrato.
Uno de los hilos por donde puede abrirse alguna visibilidad, en este punto ciego, es tomar expresiones que consideran formas coloquiales o chistosas de expresión. “Esa desgraciada es una perra. Me las va a pagar. Se va a arrepentir. Ya va a ver con quién se metió.” “Es un tarado total, lo voy a estrangular.” Son expresiones figuradas, sin duda, pero es importante señalar la desmesura y su carácter denigratorio, ya que puede ser el comienzo de una vía —azarosa y resbaladiza, pero posible— de conexión con sus propias ferocidades desmentidas.
Empezar a registrar la propia localización subjetiva en otro posicionamiento de la escena cruel puede producir verdaderos colapsos narcisistas. Suelen considerarse a sí mismos personas amables y solidarias pero no han advertido que sus allegados frecuentemente les temen, los evitan, los rechazan. Implacables, los linajes de la crueldad se repiten y reproducen a través de las generaciones y grupos familiares.
Que el trabajo analítico permita resignificar y reafectar el horror difícilmente evitará el colapso. Sin embargo, permite recolocar algunas cuestiones: “Me di cuenta de que lo que yo llamaba angustia durante años es miedo. Mucho miedo. Lo curioso es que se me dispara frente a cualquier tontería que tengo que enfrentar”.
Vislumbrar las dimensiones hasta ahora desmentidas de su propia crueldad, reconectar las afectaciones disociadas, frecuentemente sume a estas personas en colapsos o derrumbes donde predomina el abatimiento, una infinita tristeza, confusión, fragilidad extrema, irrupciones masivas de angustia. Suele considerarse que han entrado en depresión. A veces su estado de ánimo es de tal magnitud que puede evaluarse como una “depresión mayor”. Suelen presentar recurrentes ideas de suicidio, sin olvidar que puede haber suicidios ya efectuados en la familia.
Pero, si bien, en términos psiquiátricos, podría hablarse de sintomatologías depresivas, la fantasmática que inviste dichos síntomas puede no ser, en rigor, melancólica. Hay algunos indicadores distintivos. Concurren a sus sesiones con significativo esfuerzo físico pero con la decisión de elucidar y analizar el horror que “han descubierto” de sí mismos. Cuando trabajan sus sueños, frecuentes, no está coartada la capacidad asociativa. A diferencia de depresiones equivalentes en cuanto al abatimiento físico, puede decirse que están en análisis.
Un sentimiento predominante, más que la culpa, suele ser la vergüenza. La aparición de la vergüenza puede constituir un buen indicador cuando es acompañada de un “estar atento/a” a acciones de repetición de lo cruel, un principio de registro de sus desmesuras, incipientes percepciones de que lastiman a los que aman, intentos de restitución de “lo tierno”, tanto en la recuperación de vínculos actuales dañados como consigo mismos/as. En estas situaciones suele iniciarse un comienzo de desarticulación de la repetición del mecanismo del maltrato o destrato cruel. A veces. En medio del colapso suele ser importante introducir abordajes familiares con la mayor regularidad posible. Estos presentan numerosas dificultades. Al decir de un hijo: “El primero nos arruinó la vida y ahora tenemos que ayudarlo...”. La cuestión es desmarcar la convocatoria del mero sostén al sujeto en colapso y crear condiciones que la habiliten para que, aquellos que puedan, tramiten la implicación de cada uno en “lo cruel”. Unos/as presentarán estilos más o menos agresivos, otros/as “matarán con la indiferencia” o la denigración, otros/as buscaran desesperadamente complacer, otros/as tendrán conductas de riesgo, algún otro/a presentará trastornos psicosomáticos severos.
Reiteración de un linaje cruel en el que todos están involucrados. No sólo desde y hacia el sujeto en colapso, sino entre ellos y/o en sus vínculos exogámicos actuales, en cualquiera de las posiciones de la escena cruel.
* Profesora titular en la Facultad de Psicología de la UBA. El texto formará parte de un volumen colectivo de homenaje a Fernando Ulloa, que publicará Ediciones El Zorzal.
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