PSICOLOGíA
“Hacemos como que creemos que les interesa”
El Dokter esperaba a algún paciente angustiado, o algún impaciente apurado por ir al baño. Y esta vez ¡sorpresa! Alguien golpeó la puerta con femenina delicadeza y, casi con dulzura, preguntó:
–¿Puedo pasar?
–No, mejor no pase –respondió–, me temo que este es el sitio equivocado.
–¡Siempre lo mismo, siempre lo mismo! –la voz de la joven estaba ahora teñida de un leve tono de pena, y un tinte, casi imperceptible, de enojo.
–¿Siempre se equivoca usted de sitio? –preguntó el Dokter, ahora levemente intrigado. ¿Sería esta mujer una futura paciente?
–No, yo no me equivoco, los que se equivocan son los demás.
–¿Ponen el sitio erróneo delante suyo, no adivinan a qué lugar quería ir usted, la llevan adonde no desea ir? –preguntó el Dokter, interpretando salvajemente, siempre del otro lado de la puerta; inaugurando, quizás, una extraña técnica que podría ser llamada “puertanálisis”?
–Dokter, los hombres se equivocan conmigo...
–Bueueeeeno –dijo el Dokter, aliviado, sintiendo que él ya no era sólo un baño para ella–. Tiene usted que comprendernos. Los hombres nos pasamos la vida entera tratando de entender qué quieren las mujeres, y llegamos a viejos sin descubrirlo.
–¿Sabe qué, Dokter? –el tono de la joven era entre incrédulo y enojado—. ¡Yo no creo que sea así de verdad! Yo creo que a los hombres no les interesa en lo más mínimo entendernos, que “hacen como que les interesa” y nosotras “hacemos como que creemos que les interesa”. ¡Ellos se dedican a hacer lo que quieren, o lo que creen que Dios quiere, o lo que quieren que Dios quiera que quieran, o cualquier cosa menos lo que queramos nosotras!
–¿Y por qué los hombres íbamos a hacer lo que quisieran ustedes?
–No lo sé, Dokter, eso lo dijo usted. Si de mí se tratase, yo no necesito que ningún hombre se dedique a tratar de adivinar lo que yo quiera.
–¿Será posible? ¡Yo no adivino... yo in-ter-pre-to!
–Bueno, tampoco a interpretar, ni a comprender, ni nada. ¡No necesito que ningún hombre diga ni sepa lo que quiero!
–Sin embargo, ahora quiere ir al baño, y cree que yo no la estoy dejando ir, pero ¡yo no soy un baño!
–¿Baño? ¿Quién dijo eso? ¿¡Ve que usted es igual a todos! ¡Yo lo vine a ver a usted, Dokter, porque quiero ser escritora!
–¿Y yo qué tengo que ver con los baños, ni con la literatura?
–Nada, ya lo sé pero ¡a mí me dijeron que usted es la persona que hace que uno cumpla sus deseos! ¡Hágame escritora!
–El baño es allá –dijo el Dokter señalando a la derecha, y volvió a su lectura. Ni siquiera había señalado correctamente. Pero era lo mismo. Ella sin duda seguiría su propio camino.