Jue 25.11.2004

PSICOLOGíA  › EL PSICOANALISIS EN LA NUEVA POLITICA

Un trabajo sin patrón

¿Cómo instituir una subjetividad fuera de las coordenadas del capitalismo, pero dentro de éste? Sobre esta pregunta avanza la experiencia de un “espacio de reflexión comunitaria” con el Movimiento de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón.

Por Julieta Calmels * y Carina Lavandeira **

Las ideas que presentamos se originan en una experiencia con un grupo de vecinos pertenecientes al Movimiento de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón, desarrollada en un barrio del conurbano bonaerense a través de un dispositivo grupal que denominamos “espacio de reflexión comunitaria”.
Nos preguntamos por lo sucedido en esta población al inaugurarse un ámbito de escucha que intenta un reconocimiento del otro más allá de su condición de sujeto de la necesidad y de la figura anónima del desocupado. El trabajo despertó también interrogantes sobre los efectos producidos en los colectivos sociales al instituirse instancias de legalidad y cohesión social que no se corresponden con las formas clásicas del período moderno, tanto en lo que hace a las prácticas políticas como a las formas de producción económica.
En las sociedades modernas existe una fuerte adherencia de los principios de la ley a las personas mismas que la encarnan. Ejemplo de ello puede ser la figura del patrón o el líder político. Entendemos que esto es producto de un período histórico que ha circunscripto la condición humana a la figura del individuo, negando de este modo la dimensión colectiva. Proceso complementario de un modo específico de acumulación del producto social del trabajo propio del sistema capitalista.
La posibilidad de subvertir el carácter personalista y verticalista de la ley resulta un desafío difícil y oscilante. En muchos movimientos sociales, este conflicto se expresa a través de procesos de disputas entre semejantes, y entre éstos y todo aquel que asuma espacios referenciados como ámbitos de poder. Nos preguntamos entonces cómo pensar el lugar de la terceridad en ámbitos políticos donde se diluye la figura del líder y el principio de vanguardia. Y cómo pensar, en el terreno laboral, las formas de producción económicas desligadas de la figura del patrón. Básicamente, ¿cómo instituir una subjetividad fuera de las coordenadas que nos ofrece el capitalismo, pero estando dentro de éste?
El MTD Aníbal Verón es un ámbito singular para abordar este problema por su doble carácter de ser una organización política a la vez que un ámbito de producción económica donde se proponen como objetivo central la creación de nuevas reglas para el intercambio de bienes materiales y simbólicos, así como nuevas formas de ejercicio del poder. Horizontalidad, autonomía, democracia de base, dignidad y cambio social son los principios político-organizativos que dan cuerpo al movimiento.
La demanda inicial por la cual se nos convocó al barrio era enunciada como “puterío”. Con este nombre se referían a la existencia de conflictos cotidianos entre los miembros de la organización, los cuales generaban la perturbación de las tareas diarias de trabajo y actividad política. Desde el comienzo, nuestra posición ética fue abstenernos de circunscribir cuáles eran sus problemas, proponiendo que fueran ellos quienes pudieran delimitarlos.
A partir del trabajo con el grupo se fueron identificando algunos conflictos: diferencias generacionales, de género y de criterios acerca de cómo llevar adelante la coordinación de los espacios productivos y políticos. Esto provocaba deserciones sucesivas de los coordinadores, quienes aducían estar sobreexigidos, con problemas que los excedían, al tiempo que el grupo les solicitaba que continuaran en sus funciones; esta situación se repetía a lo largo de los meses, dando lugar a procesos de desgaste.
Las figuras clásicas de patrón o líder político provocan efectos homogeneizantes (o de masificación) en los grupos sociales, efectos que, si bien son alienantes y desperzonalizantes, resultan en un cierto grado de efectividad para la organización de las tareas. En este movimiento en particular, la dilución de esas figuras hace evidente su heterogeneidad propia como colectivo social.
En el MTD Aníbal Verón, además, la composición de base del movimiento presenta niveles de heterogeneidad muy notorios: diferencias de género, de edades, de recorridos laborales, de competencias socioculturales y trayectorias políticas. Esta situación provocaba una fuerte dispersión en las identidades sociales de partida, la cual podía resultar amenazante de no mediar un proceso, sin duda complejo, que instituyese nuevas formas subjetivas. Para ello fue necesario crear un proyecto colectivo que inaugurara un horizonte común, sin diluir con ello la singularidad propia de los sujetos.
La tensión entre lo singular y lo colectivo es la dimensión irreductible que se presenta en todo proceso de construcción de lazo social y que, en un ámbito de estas características, pareciera visibilizarse de modo más claro. Quizá por ello, los miembros del movimiento se enfrentan de manera más directa con el trasfondo que subyace a todo proceso social, obstruido como dimensión conflictiva en las formas organizativas tradicionales. Pero, a su vez, la construcción de una nueva subjetividad social no sólo se topa con el problema de las identidades previamente constituidas, sino que se enfrenta con los modos históricamente instituidos de ejercer el poder; aquí la problemática de las normas cobra toda su densidad.
Entendemos que, en el terreno político, el principio de horizontalidad puede aproximarse al principio psicoanalítico según el cual se considera al sujeto como responsable de sus actos. Allí donde las sociedades modernas formulan la delegación del poder social como procedimiento rector, los movimientos sociales emergentes antagonizan con la época, planteando la horizontalidad como mecanismo de reasunción de ese poder. Trabajan sobre un procedimiento de responsabilización basado en instancias prácticas que ubican al sujeto ante la tensión de vérselas con aquello que históricamente estamos acostumbrados a dejar “en manos de otros”: la palabra, la discusión, la toma de decisiones. Al igual que en cualquier proceso (incluso el de un análisis individual), este movimiento sólo se alcanza luego de un arduo trabajo que supone constantes reacomodamientos y que nunca se da de una vez y para siempre. El principio de horizontalidad presenta, por lo tanto, particulares condiciones para trabajar las tensiones entre lo singular y lo colectivo, y entre la delegación del poder y su asunción.

“No lo conocí”

Un hecho de suma importancia antecede nuestro trabajo en el barrio: los asesinatos del Puente Pueyrredón, el 26 de junio de 2002, cuando la policía mató a dos referentes políticos, uno de los cuales, Darío Santillán, era miembro fundador del barrio en que trabajamos.
Estas muertes provocaron una fuerte idealización de estos referentes, que creció en paralelo con el avance de los conflictos interindividuales. Una de las vecinas decía: “Yo a Darío no lo conocí pero, cuando él estaba, el grupo funcionaba de otra manera: había más compañerismo, más respeto. El bajaba la información y era solidario. Ahora hace falta un dirigente, una cabeza que organice, que trasmita bien la información”.
La idealización de la figura de Darío parece implicar, entre otras cosas, el intento de restaurar una referencia externa al conjunto, que ofrezca valores ordenadores desde los cuales medir las prácticas actuales, al modo de un patrón de medida política. Pero este intento resulta fallido, en la medida que sus miembros no pueden reconocerse como formando parte de este ideal, imposibilitándose aún más las dificultades para asumir lugares de referencia política.
El asesinato de esos dirigentes, por parte de los poderes destinados a asegurar el cumplimiento de la ley, plantea, con violencia inusitada, el desmoronamiento de las normas que debieran funcionar como garantes de los intercambios. Pensamos que la imposibilidad de recurrir al amparo estatal puede haber acrecentado las tensiones interindividuales entre los miembros del colectivo, trayendo como consecuencia la emergencia de formas previas de sociabilidad donde el poder reposa en personas individuales, y donde las diferencias entre pares aparecen como irresolubles. Lo fallido de la ley como garantía última adquiere en este contexto una presencia traslúcida: no es el Estado el dador de una norma ordenadora (ya que ha develado que su ley puede tomar forma asesina), no es el mercado (que los ha declarado inexistentes), ni tampoco serán las figuras clásicas del poder (que reproducirían las condiciones de alienación y masificación de las cuales deliberadamente buscan salirse).

Impensados

La singularidad en la experiencia de la desocupación para cada sujeto podría situarse con relación a una búsqueda de no quedar congelado como excepción (des-ocupado), para buscar nuevos principios ordenadores de la experiencia que le permitan, individual y colectivamente, construir más allá de lo dado o lo no dado.
Entendemos que algo de esa apuesta está en el proyecto del Movimiento de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón, y la decisión de incluirnos en el proceso de construcción que llevan a cabo nos remite a pensar que, desde el psicoanálisis, podríamos acompañarlos en este recorrido. Entendemos que es una exigencia para el psicoanálisis retomar su condición de pensamiento crítico y transformador.
Los efectos producidos por la intervención en el Movimiento de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón nos permiten sostener que lo que opera como divisoria de aguas entre lo que es o no del orden del psicoanálisis sólo puede ser pensado con relación a su ética y no con los consensos institucionalizados de las escuelas. Abrir un espacio de reflexión sin temáticas ni consignas previamente delimitadas, apostando a un reparto comunitario en cuanto al saber, permitió el surgimiento de impensados tanto para los coordinadores como para los participantes en las reuniones.
Alain Badiou (Conferencia: “Etica y política. Reflexiones sobre nuestro tiempo”, Ediciones del Cifrado, Buenos Aires, 2000) señala que la política sólo puede ser un pensamiento si afirma que algo es posible allí donde sólo hay una declaración de imposibilidad. La imposibilidad constituye una referencia clínica concreta para el psicoanálisis. Podríamos, entonces, sustituir la palabra política por la palabra psicoanálisis y afirmar que, para que el psicoanálisis recupere un lugar activo en la coyuntura histórico-social, es necesario pensar su práctica y su alcance también allí donde, a priori, sólo podría preverse su imposibilidad.

* Psicóloga en el Hospital Argerich; docente de la Facultad de Psicología (UBA).
** Psicóloga en el Hospital Ramos Mejía.
Texto extractado de un trabajo publicado en la revista Psicoanálisis y el Hospital, Nº 26, de reciente aparición. La experiencia fue desarrollada por Carina Lavandeira, Julieta Calmels, Sebastián Holc, Lorena Corceri, Gervasio Noailles, Paula Oretraij, Roxana Amendolaro y Juan de la Cruz Mayol, integrantes de Punta del Iceberg, Agrupación Independiente de la Facultad de Psicología de la UBA.

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