Jue 20.01.2005

PSICOLOGíA  › LA AFASIA Y SU “AISLAMIENTO COMUNICATIVO”

“Me daba el troforitro”

Un recordatorio de las barreras psicosociales que –por desconocimiento o por intolerancia del “compañero de conversación”– afectan a las personas que padecen afasia. Y un pantallazo sobre sus perspectivas de rehabilitación.

Por Alejandro Lipcovich

“Aunque parezca irónico, el personal de los hospitales, incluso profesionales, ignora qué es un afásico. Hay que esclarecer este tema en la gente, difundiendo qué es un afásico, cómo se lo trata, cuáles son sus problemas.” Así dijo a Página/12, en su reciente visita a la Argentina, el profesor Chris Code –de la Universidad de Exeter, Inglaterra– sobre las dificultades con las que se enfrentan las personas que padecen afasia. Aldo Ferreres –profesor titular en la Facultad de Psicología de la UBA– destacó, por su parte, el impacto de factores externos análogos a las “barreras arquitectónicas”; en el caso de la afasia el problema es la comunicación: el interlocutor no sabe comunicarse con el afásico que, así, se enfrenta con grandes problemas en los lugares donde realiza sus compras, trámites, o donde controla su salud: “Lo que ocurre con los afásicos es muy similar a lo que ocurre con los viejos, que también sufren la impaciencia del otro. Estas personas son muy lentas para construir las oraciones, y entonces el otro se impacienta y le dice las palabras, anulándolo. El efecto es el aislamiento comunicativo. Con el interlocutor, trabajamos para que respete los tiempos del paciente, le ofrezca alternativas, le dé señales para posibilitar la corrección cuando no se entiende”. Gracias a la rehabilitación, incluso personas que requieren de un gran uso del lenguaje en su trabajo, como un vendedor, obtengan estrategias para proseguir con su actividad.
Los afásicos sufren la situación de que su síntoma se confunda con otro trastorno: “Muchas veces confunden a alguien que no puede hablar con un demente, o que tiene un retardo o está drogado”, remarcó Code. Ferreres lo ejemplificó: “A una persona le pregunté por qué había venido al consultorio y me dijo: ‘Lo que pasa es que yo estaba allí y me preguntaron que aquí, que allá. Entonces yo les dije que tenía un problema en la vista, y que me daba el troforitro –haciendo el gesto de inyectarse–, y yo hace 35 años que lo tengo’. Este discurso es incoherente y podría confundirse con el de un alienado, pero lo que trataba de decir era: que era diabético, causa por la cual tenía un problema en la vista; usaba insulina (“troforitro”) inyectable, y padecía su enfermedad desde hacía 35 años. Como él bien sabía, la diabetes es un factor de riesgo cerebrovascular, y había tenido un infarto cerebral. El tenía una idea muy clara de lo que quería transmitir, pero su lenguaje no era adecuado para tal fin. Este cuadro se corresponde con un tipo de afasia, la de Wernicke”.
La afasia es la alteración del lenguaje a causa de una lesión cerebral. Esta lesión puede darse en cualquier momento, ya que es debida con frecuencia a traumatismo de cráneo o accidente cerebrovascular (ACV) en las llamadas áreas del lenguaje. Existen distintos tipos de afasias y distintos grados de severidad: puede haber mayor dificultad en la comprensión o en la producción oral. Según el tamaño de la lesión y su localización precisa, puede ir acompañada de hemiplejia del lado derecho, y a veces de trastornos del campo visual. Es preciso distinguirla de otros problemas, como los debidos a parálisis de los instrumentos fonoarticulatorios, es decir la lengua o la boca.
¿El afásico tiene alterada su capacidad de pensar? “No es una alteración del pensamiento –respondió Ferreres–. Algunos autores clásicos pensaban la afasia como un trastorno del pensamiento, y otros, más recientemente, la identificaban con una pérdida de la capacidad abstracta. Sin embargo, el afásico muestra un pensamiento absolutamente conservado. En su conducta, y ante toda medición de inteligencia en forma de pensamiento no verbal, el sujeto funciona muy bien. Un paciente puede decirle ‘lapicera’ al lápiz, o ‘copa’ a la taza, pero cuando necesite dibujar usará un lápiz, y cuando quiera tomar leche la servirá en una taza. Ahora bien, muchas operaciones, tales como cadenas de razonamiento, se apoyan en el lenguaje, de manera que ésas sí podrán estar afectadas.”
Code –que visitó la Argentina, gracias al apoyo del British Council, en el marco de las VIII Jornadas de Afasiología, auspiciada por la Fundación Argentina de Afasia– subrayó a Página/12 la importancia de las acciones concretas para propiciar el mayor acceso de los afásicos a la vida social. “Un ejemplo lo encontramos en localidades de Irlanda del Norte, donde voluntarios de una ONG trabajaron recorriendo cada negocio, cada banco, cada restaurante, cada bar, inquiriendo qué sabía la gente acerca de la afasia. Después contrataron a una terapista del lenguaje para que los instruyera explicando qué es la afasia, qué no es, qué se debe hacer. Luego chequearon los resultados, poniendo incluso a algunos pacientes afásicos para que probaran cómo los trataban, cómo reaccionaba la gente ante ellos.”
En cuanto a la rehabilitación, el grado de estimulación es de vital importancia. Code contó la historia de “Patricia Neal, una actriz muy famosa, que tuvo un ACV y quedó afásica. Entonces, su marido, un escritor también famoso, Roald Dahl, junto con otros allegados, consiguieron que un montón de gente, sus amigos, parientes y conocidos, la visitaran y estuvieran con ella todo el tiempo. La estimulaban continuamente, diciéndole ‘qué es esto, di esto, escribe esto’. El resultado fue que ella recuperó su lenguaje y pudo volver a filmar”.
Ferreres indicó que “con frecuencia aparece depresión y ansiedad, tanto en el paciente como en la familia, vinculada a si se recupera o no se recupera, cuánto tiempo va a tardar. Esta ansiedad se transmite al paciente e influye en forma negativa. Hay que informar a la familia sobre las expectativas y los plazos de manera realista, de forma tal que no haya fantasías de una recuperación extraordinaria, ni tampoco visiones catastróficas. También es preciso aliviar la sobrecarga de aquellos que emergen como cuidadores del paciente o se hacen cargo de la información. Hemos visto hijos que dejan de estudiar para estar con el padre o la madre. Hay que calmar la ansiedad, decirle que se los puede dejar solos”.
La rehabilitación no comprende sólo al paciente, ya que el entorno también debe participar. “Es lo que llamamos terapia indirecta: trabajar sobre el interlocutor. El paciente falla, y nosotros nos comunicamos con él mucho mejor que el entorno no entrenado, porque sabemos cómo falla. Tenemos hipótesis de lo que quiso decir al equivocarse, además de que sabemos esperarlo, o darle señales para que corrija su error. Es muy frecuente, y muy malo psicológicamente, que el afásico sufra la intolerancia de su compañero de conversación. Es muy similar a lo que ocurre con los viejos, porque estos pacientes son muy lentos para encontrar las palabras, para construir las oraciones, y entonces el otro se impacienta y le dice las palabras, anulándolo. El efecto es la anulación y el consiguiente aislamiento comunicativo del otro, ya sea el viejo o el afásico. Con el interlocutor trabajamos para que respete los tiempos del paciente, le ofrezca alternativas y le dé señales para posibilitar la corrección cuando no se entiende”, explicó Ferreres, quien es jefe de la Unidad de Neuropsicología del Hospital Eva Perón.
Ferreres advirtió que “la obtención de la mayor autonomía posible es fundamental, y puede lograrse incluso con cosas que aparentan ser mínimas”. Por ejemplo, “un farmacéutico cuyo problema consiste en la incapacidad de pronunciar la palabra correspondiente a un número. Tiene una noción muy clara del concepto de número, sabe cuándo un número es mayor que otro, pero si tiene que pronunciar ‘mil uno’ sólo puede decir uno-cero-cero-uno. Esto le generaba una complicación en su trabajo, porque no podía decirle al cliente el costo del remedio. Empezó entonces a usar entonces una calculadora con impresión, entregando así el papel con el precio. Esto, tan simple, le permitió seguir trabajando en su farmacia”.
La continuidad del paciente en el trabajo que realizaba antes de quedar afásico suele ser esencial, ya que “para la gente que tiene un uso importante del lenguaje la pérdida es mucho mayor que para alguien que trabaje, por ejemplo, como artesano”, observó Ferreres. Pero existen tácticas para adaptarse a la nueva situación: “Un hombre era un gran vendedor en una mueblería y, a causa de habérsele caído un caño en la cabeza, quedó afásico. Para él tenía mucha importancia seguir con su trabajo y el tratamiento apuntó especialmente a esa área, entrenándolo y repitiéndole las palabras que necesitara para vender, creando estrategias para disimular ante los clientes, y mecanismos de ayuda, tales como listas y dibujos. Tiempo después, el mismo paciente fue a litigio por la tenenciade su hija. Tenía que presentarse ante el juez, y estuvimos dos meses trabajando en aspectos legales, para que pudiera expresarse correctamente. Nos preocupaba qué sabía o no el juez acerca de la afasia y la impresión que su deficiencia en el lenguaje pudiera causar en alguien que ignorara el asunto”.

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