PSICOLOGíA
› LA ULTIMA PELICULA DE FERZAN OZPETEK
Sobre una ventana discreta
Por Marcelo Augusto Perez *
En la película Ventana de enfrente, de Ferzan Ozpetek, el significante “Simone” es el único recuerdo que aparece en el pensamiento de un anciano que es encontrado por un matrimonio italiano en las afueras de Roma. Hay dos historias –en principio, dos– paralelas: la Mujer, esposa y madre, termina sus noches observando a un joven vecino a través del cristal de su ventana. El deseo comienza a invadir poco a poco su cotidianidad. Su personalidad sería la que fue denominada como “psicosis del ama de casa”: poco a poco el espectador entenderá de qué se trata la Cosa. Ella y su Vecino se entrecruzan para seguir la pista del anciano y encontrarle paradero. Aquí las dos historias comienzan a mezclarse; poco a poco aparecerá una tercera: el Marido, también enfrentado con su deseo, con la desesperación de que hay algo que se le está escapando y la angustia que presentifica esa otra Cosa.
En esta película de Ferzan Ozpetek –el mismo director de El baño turco y El hada ignorante– pueden discernirse cuatro sujetos (la Mujer, el Vecino, el Marido, el Anciano) con diferentes modos de canalizar y vectorizar la dinámica deseante. Deseos que se conjugan con la angustia de distintos huecos: ella y su pasión amorosa junto al destino por su vocación; él y su dilema entre el amor y el ascenso laboral; un marido con un trabajo no querido y el sentimiento de vacío que le aparece cuando ella lo enfrenta con el destino de decisión: este encuentro tiene una sola cita: “Ayúdame”; y el anciano con su deseo fallido en un encuentro que lo hace ir hacia los límites mismos de la muerte y con el anclaje histórico del genocidio: cabría preguntarse qué es lo que lo enloquece realmente; si la guerra de armas o la del amor.
La ventana, el otro significante de la historia, no puede ser más connotativo. Cuando Lacan escribe el matema del fantasma lo hace entre paréntesis. Ese paréntesis es la ventana del fantasma. Esa ventana es por dónde el sujeto semblantea su objeto causa. El Cupido va hacia lo real de la pulsión, poniendo en juego desde el vamos el acontecimiento amoroso. El sujeto está preso de su deseo, capturado por su ventana: verdadero símbolo de lo inconsciente; donde no hay escapatoria. La ventana no es una puerta; no se puede saltar. Si se salta, se corre el riesgo de caer defenestrado: finestra, en el idioma del film, quiere decir ventana.
La Mujer no opta por el salto: elige no ceder ante su deseo (como Antígona con su Polinice) y eso la llevará a replantearse su futuro como Ser-en-el-Mundo, engendrando la simbolización de un real indestructible, en la travesía misma que acompaña esa fantasmagoría: vía sublimatoria (podríamos pensarla, junto con A. Juranville, como la Cuarta Estructura Existencial), la Mujer resignifica el curso laboral de su vida: no puede ser casual que el director –en una escena cuasi final– nos vuelva a mostrar ese deseo (que siempre retorna) pero ya encapsulado en el registro de la metonimia: la Mujer observa la escena con diferentes protagonistas; luego ella sigue su camino; el deseo se ha transformado en la cadena: se ha pasado desde el Instante de Ver al Tiempo de Comprender. La ventana, ese logos que comienza siendo simbólicamente real porque causa angustia, termina siendo realmente simbólico: acaso no más que una simple mentira para engañar al deseo; para sostenerlo.
* Psicoanalista.