PSICOLOGíA
› LA EMIGRACION COMO POSIBLE SINTOMA TRANSGENERACIONAL
Los abuelos de Ulises
Sobre la base de casos clínicos, la autora plantea la posibilidad de que algunas experiencias dolorosas vividas por argentinos emigrantes puedan considerarse síntomas, constituidos a partir de conflictos en los que intervienen las generaciones de padres y abuelos.
Por MarIa Teresa Calabrese *
Muchas veces se oye decir que “los argentinos descendemos de los barcos”. Este mito es un intento de negación de nuestra raigambre latinoamericana: si “descendemos de los barcos”, somos más bien europeos y tal vez se deba a la impericia del capitán habernos dejado varados en estas tierras del fin del mundo. Así, nada tendríamos que ver con los “cabecitas negras” del interior; nosotros, la clase media y sobre todo la intelectualidad, seríamos más bien europeos. Ya en términos clínicos, planteo que la cultura de la inmigración forzosa, de donde procede un amplio sector de la clase media y alta en los grandes conglomerados urbanos argentinos, produjo un fenómeno de masa por el cual, por medio de un rodeo generacional, la tercera generación es instigada a realizar los deseos de la primera, la de quienes inmigraron a la Argentina.
Un grupo de psiquiatras y expertos de la Unión Europea ha denominado como “el síndrome de Ulises” una serie de trastornos psíquicos que padecen los inmigrantes, rememorando las terribles amenazas a las que fue expuesto el héroe griego. Mi experiencia personal y clínica me llevó a pensar que en el imaginario de muchos argentinos está presente la idea de volver a la tierra de sus abuelos. Al lugar de donde aquéllos partieron sin desearlo y al que siempre quisieron volver. Tal vez pudieran hacerlo de algún modo en términos transgeneracionales, por medio de los hijos de sus hijos. Para que esto sea posible es necesaria una generación intermedia con una fuerte amalgama entre las funciones psíquicas denominadas ideal del yo y yo ideal, como garante de la realización de deseos de la primera generación, la de los que inmigraron.
Angel es un hombre de 32 años que me fue derivado por su dermatólogo, por presentar una enfermedad psicosomática llamada dermatomiositis. Su familia estaba compuesta por su papá, comerciante, su mamá, docente, y una hermana menor. Trabajamos durante varios meses el tema de los muchos miedos que tenía. Al poco tiempo decidió viajar al exterior de vacaciones y suspendió el tratamiento. Tiempo después, consultó nuevamente. Angel es una persona muy estructurada; aun así, en este período pudo abrirse un poco más. Mejoró notablemente de la enfermedad que había motivado la derivación psicológica. De pronto, y sin dar tiempo a pensar demasiado sobre los motivos, decidió viajar nuevamente e irse a vivir a Portugal, país del que eran oriundos sus abuelos paternos. Cada tanto me escribía y al cabo de un tiempo volvió al país y quiso retomar su análisis.
Acerca de su viaje cuenta que los primeros meses le había ido muy bien. Se había relacionado con la familia paterna y le fue muy fácil conseguir trabajo; además tenía la ciudadanía de ese país. Al principio estaba muy entusiasmado y progresaba rápido. Luego de aceptar trabajos poco calificados, le ofrecieron uno relacionado con su profesión, la arquitectura. “A partir de ahí me convencí de que me iba a quedar... pero me empecé a asustar. Empecé a andar mal.” Hizo una recidiva de su dermatomiositis y se angustió mucho. Tras unos pocos meses estaba físicamente tan mal que sus jefes lo estimularon a tomarse vacaciones y regresar al país. Estaban muy contento con él y querían conservarlo en el trabajo; pensaron que, si volvía por un tiempo a la Argentina, iba a mejorar más rápido.
Al regresar no pensaba en quedarse, pero empezó a odiar todo lo relacionado con Portugal. No obstante, sentía que, si no volvía a Europa, se iba a morir. Un día, en esta fase del análisis, dijo: “Me asusté cuando empecé a pensar en portugués, inclusive llegué a soñar en ese idioma. No quería establecerme allí ni tener hijos en ese país. Al final no me siento bien en ningún lado, ni aquí ni allá. Yo siento un algo interior que me señala que eso es lo que tengo que hacer, pero por otro lado también siento que no quiero hacerlo; hay como dos personas en mí, ¿me estaré volviendo loco?”Todo ello dio pie para entender que ese “algo”, que le señalaba que tenía que vivir en aquel país, era su padre; para él, su hijo ya estaba establecido en ese país. Pero sobre todo, eran sus abuelos paternos quienes lo instigaban (directamente o a través de su padre) a quedarse allí. Los abuelos eran oriundos de Portugal; el padre había venido de muy chico a la Argentina y nunca más había vuelto. Angel tenía muy poco diálogo con su padre pero, cuando emigró al país del cual éste era oriundo, la comunicación se hizo muy fluida. El padre lo llamaba seguido por teléfono, le preguntaba por sus cosas, hasta llegó a hablar con una joven con quien él se había puesto de novio, cosas que jamás había hecho. Pero, en cuanto él regresó al país, la comunicación volvió a ser incluso peor que antes. El padre lo ignoraba, no le hablaba: “Me mira como si estuviera enojado..., como si yo le hubiera hecho algo, o me ignora como si no existiera. Cuando vine de vacaciones él estaba muy contento y cuando me volví a ir también. En cambio, mi hermana y mi madre sufrieron mucho mi partida”.
¿Era Angel la ofrenda sacrificial que su padre debía hacer para calmar los mandatos superyoicos? Para ser reconocido y amado por su padre, necesitaba realizar los deseos de sus abuelos. Cuando dice que en él hay dos personas, está dando cuenta de este teatro transgeneracional que se instaló en su mente. Y este conflicto, mortífero y enloquecedor, lo resuelve enfermándose. Con la enfermedad en el cuerpo, consigue el apoyo de la hermana y la madre, y así se siente más fuerte para desafiar a los dioses: “... Me enfermé para no sentirme culpable y poder quedarme en Argentina. De otro modo no me hubiera animado a volver”.
La somatosis en este caso está sostenida por el instinto de vida y no de muerte. En este caso la enfermedad tendría un beneficio primario interno que lo protegería de la muerte y la aniquilación psíquica.
Abuelo quería
El fin del milenio sumió a los argentinos en una crisis de identidad muy grande. Es posible que, en este contexto, un fenómeno del orden de la regresión haya llevado a valorar aún más aquellos lejanos tiempos en que llegaron nuestros abuelos inmigrantes. Pero hay algo que suele quedar escindido y es que la gran mayoría de los inmigrantes escapaban del hambre, de la guerra, de las persecuciones: más que una emigración, fue un exilio. Y esto daría cuenta de la gran añoranza de los inmigrantes por sus países de origen. Qué hijo, qué nieto no ha escuchado las historias cargadas de nostalgia sobre los pueblos de origen de sus abuelos. Los deseos, casi nunca realizados, de volver a la madre tierra, impregnaron el ideal del yo de la generación siguiente.
Se puede hipotetizar que los hijos de inmigrantes son depositarios de un ideal del yo que insiste en que el yo (sus propios hijos) realice los deseos frustrados del ello (los abuelos emigrados-exiliados). ¿Será ésta una explicación posible para el sentimiento, en muchos argentinos, de ser más europeos que latinoamericanos? ¿Será ello una explicación posible para algunas emigraciones actuales? Porque, si bien la emigración puede ser un camino a la exogamia, en algunos de mis pacientes se pudo ver claramente un retorno a la endogamia; la añoranza de padre y madre o la añoranza de padre y madre de los propios padres.
Freud, en Psicología de las masas y análisis del yo, escribió que la eficacia del ideal colectivo proviene de la convergencia de los ideales del yo individuales. Las relaciones del superyó con el yo reflejan la ambivalencia: tú debes ser así (como tus abuelos inmigrantes), tú no tienes derecho de (gozar, trabajar, disfrutar en tu propia tierra). Si ellos (nuestros padres) no pudieron ser felices en su tierra, nuestros hijos tampoco lo serán en la de ellos. Esto abriría por un lado la necesidad de repetir en los hijos el destierro que sufrieron los padres, y por el otro la misión de repararlos, volviendo a la tierra añorada el fruto de sus vientres. Lo cual estaría sostenido por un sentimiento de culpa muy grande. ¿Compulsión a la repetición? ¿Volver al destierro, a la desmembración familiar, al sufrimiento del desarraigo? Basta revisar cómo viven algunos argentinos emigrados, asustados por las deportaciones, discriminados por los nativos, escasos de ingresos y con trabajos poco calificados. La compulsión a la repetición es un intento desesperado por unir aquello que quedó des-unido, des-ligado, a la vez que, en cada nueva puesta en escena, hay un monto de placer que proviene del masoquismo erógeno, y, también, la ilusión de poder reparar aquello que generó el trauma.
* Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). Fragmento del trabajo “Un aporte desde el psicoanálisis a la comprensión de la crisis argentina: ¿profecía autocumplida?”, presentado en el Congreso de la Federación Latinoamericana de Psicoanálisis, México, 2004.