Jue 05.05.2005

PSICOLOGíA  › HAY FETICHES EFICIENTES Y FETICHES QUE PERDIERON SU EFICACIA

“Ponete la bombachita”

El caso de un hombre que entró en crisis cuando la mujer que deseaba confesó ser travesti (“y mostró el órgano respectivo”) permite reexaminar la noción de fetichismo, a partir de conceptos de Freud y de Lacan, y llama la atención sobre una de las funciones que puede cumplir la prenda interior femenina más íntima.

Por Sergio Rodriguez*

Un muchacho, bastante picaflor, en análisis conmigo, contaba su problema. Se trataba de un obsesivo común y corriente, simpático. No se presentaba original, sino como la mayoría de los varones. Casado, tenía un par de hijos. Con su señora no se llevaba demasiado bien, pero tampoco demasiado mal. Sin embargo, había un detalle: no podía tener relaciones sexuales si ella no tenía puesta la bombacha. En cambio, con todas las otras damas no tenía ningún problema. A él se le había hecho presente la disociación de la vida erótica de la que habla Freud, pero con una particularidad: en su discurso no aparecía ese respeto por la santa mujer. Con ella se divertía bastante, siempre y cuando estuviera esa bombacha puesta. El, burlonamente, se declaraba un fetichista encubierto.
Un día, la sorpresa. Vino desesperado, se le acabó la simpatía, lo atractivo de la neurosis común –por un tiempo, no mucho–: durante un viaje de trabajo al exterior y siguiendo sus costumbres, se había ido a un cabarute. Una mina que le había hecho saltar los tapones. La invitó al hotel, ella no quería saber nada. Desesperado, la acompaña hasta la casa. Ya en la puerta quiere entrar a toda costa, estaba absolutamente sacado, casi la quería violar. Entonces la mina le dice: “Soy travesti”, y le muestra el órgano respectivo. Lo que le hizo saltar los tapones fue que él seguía desesperado por tratar de volteárselo. Como en el film El juego de las lágrimas.
En relación con el fetichismo, Sigmund Freud, en La escisión del yo en el proceso de defensa, escribió: “El varoncito no ha contradicho simplemente su percepción, no ha alucinado un pene allí donde no se veía ninguno, sino que sólo ha emprendido un desplazamiento”, descentramiento de valor. Vuelve a aparecer la palabra ‘valor’, ha transferido el significado del pene a otra parte del cuerpo; para lo cual ha venido en su auxilio, de una manera que no habremos de precisar aquí, el mecanismo de la regresión. Por cierto que ese desplazamiento sólo afectó el cuerpo de la mujer. Respecto de su pene propio nada se modificó”.
Quiero analizar este planteo freudiano:
1) afecta a lo que manifiesta evidentemente la diferencia de los sexos, no a cualquier cosa. De ahí el valor fálico, que va más allá del pene.
2) afecta porque el sujeto parte de la premisa incorrecta: todos deberían tener. Recordemos a “Juanito” –el niño cuyo historial escribió Freud– conmovido, no porque no haya un pene donde debería haberlo, sino porque él cree que tendría que haber un pene en determinado lugar y ese pene no está. Entonces, afecta a una creencia previa del sujeto.
A ese pene, Lacan lo llama falo imaginario porque es un efecto, respuesta del imaginario de la criatura. Se responde a lo que se ve en función de la creencia previa que queda desmentida. A la vez, por el desplazamiento de valor se desmiente parcialmente lo que se ve. Por eso prefiero la palabra renegación, ya que habla de una doble negación. El desplazamiento es de valor: se le otorga valor de falo, por ejemplo, a una bombacha. Ella, la bombacha, quita la diferencia, para la visión, de varón y mujer.

No era el pene

Freud hizo una jugarreta lacaniana. No usa significado del pene como sentido, sino como valor. Desplazamiento de significado equivale a desplazamiento de valor. Es decir, el fetiche no se confunde con el pene. Para el muchacho de mi relato, la bombachita no era el pene que su inconsciente extrañaba en su esposa, sino que había tomado el valor de aquello que tenía que estar; si no estaba, él quedaba inhibido. Con Freud, verificamos parcialmente que con respecto al pene propio nada se modificó, pero apareció el temor de perderlo. Por lo tanto, hubo una modificación.
Otro elemento importante: la renegación recién se constituye como mecanismo de defensa cuando el yo ya se ha constituido. Porque se constituye cuando a la criatura el pene se le hace real y aparece entonces el temor de castración. El yo ya está constituido; el estadio del espejo va de los seis meses al año y medio, más o menos. Ubicamos la renegación como posterior estadio del espejo, y en función del falo.
El falo tomó la posta de la imagen del espejo como ordenador psíquico. Lacan le da valor fálico a la imagen especular. En la imagen del espejo no aparece la diferencia sexual anatómica, pero toma una carga libidinal que después, como valor, se desplaza al falo y puede intercambiarse con él. De ahí que la doble creencia sobre su existencia divida al yo, en el proceso de defensa. La doble creencia implicada en saber que no está, pero al mismo tiempo mantener un monumento conmemorativo de esa presencia divide al yo. Divide, escinde, cliva; no lo fragmenta. Por lo tanto, hace que el yo pierda su supuesta capacidad de síntesis. Ahí Freud pone en cuestión la teoría sobre la función sintética del yo: queda herido lo imaginario en su articulación como lo real. El fetiche anuda por el recurso de lo simbólico: desplaza ese valor que imaginariamente no encuentra en lo real, a un elemento X. Este elemento toma entonces el valor simbólico de representar (no de presentar) aquello que supuestamente tenía que estar en lo real y no estaba.
Tomemos el caso del muchacho al que me referí más arriba: se había considerado heterosexual toda su vida, sin ningún lugar a dudas, pero estaba tan sacado que estaba dispuesto a voltearse al travesti, o sea, iba a pasar a un acto homosexual. ¿No hubo ahí una transformación y un desplazamiento de la angustia hacia la excitación sexual? Además, el afecto no aparece en tanto funcione exitosamente el fetiche, pero, por ciertas razones, a veces el fetiche pierde eficiencia. Cuando la pierde, se arma una escena en la que el fetiche está ausente o aparece una angustia insoportable.
Para volver a pensar ese tema, podemos remitirnos a una película, Peppermint frappé. Su protagonista es un señor fetichista. En una escena, visita una vieja casona con amigos de la infancia. Entre ellos, estaba una mujer a quien él gustaba fetichizar: le arreglaba las uñas, las pestañas... Suben al viejo tobogán de la infancia y repiten una diversión de su niñez. El juego consistía en subir al tobogán con un palo en la mano y largarse. Bajando, tenían que embocar el palo en una especie de agujero. Cuando el protagonista sube al tobogán, la angustia le transforma la cara. La renegación escinde al yo en dos creencias, de las cuales una queda inconsciente y metaforizada, metonimizada en el fetiche.

* Fragmento de En la trastienda de los análisis, volumen 2: el diagnóstico psicoanalítico como recurso para la cura.

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