PSICOLOGíA
› A PARTIR DE UNA CONFESION DEL ACTOR ALAIN DELON
Vejez del amado por todas las mujeres
› Por Leopoldo Salvarezza *
Hace pocos días se difundió la noticia de que Alain Delon, el actor que encarnó el arquetipo del galan seductor adorado por todas las mujeres, en que lo colocaron los franceses para competir con la imagen del James Dean americano, al cumplir 70 años está deprimido y quiere suicidarse. Una entrevista que concedió a la revista Paris Match resulta interesante para establecer la relación entre el temor a envejecer y la muerte.
Los ídolos populares, y Alain Delon entre ellos, no son tales porque se lo propongan, sino que son colocados en ese lugar por el imaginario popular y sostenidos por los medios de comunicación masivos. Y, una vez entronizados, ya no se pueden salir de él sin pagar un alto precio.
Tal lo que le ocurre a nuestro actor, que se encuentra en la encrucijada entre la realidad y la imagen que debe sostener, entre el ser y el representar. El, el amado por todas las mujeres, parece no haber podido tolerar el hecho de que su última mujer, Rosalie, 32 años menor que él, lo haya abandonado por otro hombre, y esto se traduce en un dolor insoportable “justo en esa parte de mi ser –explica– que siempre fue la más sensible, el corazón”. La somatización es la depositaria del drama de su vida y sintetiza la suma de los duelos que lo acosan: duelo por la juventud pasada, duelo por su enfermedad, duelo por tener que renunciar a su trabajo, duelo por su esposa perdida y, sobre todo, duelo por tener que renunciar a la imagen de sí mismo impuesta por el imaginario popular. Sin la mirada complaciente del Otro que le asigna el lugar destinado, Delon está obligado a renunciar a la imagen, al parecer para enfrentarse con su ser, ahora maltrecho. Y aquí aparece la idea del suicidio. ¿Cómo lo entendemos?
Un psiquiatra francés, Jean Maisondieu, nos da una clave cuando dice que hay un momento de horror donde “el hombre que envejece toma conciencia, de repente, de la cruel realidad; una buena mañana, observa en el espejo ese rostro arrugado que es el suyo y que miraba casi distraídamente. Y el concepto de muerte se le revelará súbitamente como un hecho efectivo”. Esta toma de conciencia de la efectividad de la mortalidad, ese reencuentro con su muerte anunciada por las arrugas en el reflejo especular se constituye en un momento patético donde se entrevé la desaparición que se avecina, y conmueve al sujeto. Si puede asimilar el shock y puede entender que la ley de la vida es que siempre se termina por la muerte, será capaz de aceptar su vejez y vivir el fin de la vida como un espacio de tiempo a ocupar plenamente y no como un callejón sin otra salida que la muerte, de donde hay que intentar escaparse por todos los medios ya que no hay manera de dar marcha atrás.
Si no es así, bajo el efecto traumático de la revelación, puede decidir poner fin a su vida. Más apegado a su parecer que a su ser, estima que su vida no va más porque él no puede aceptar la nueva imagen que da de sí y que los otros no quieren, y destruye su cuerpo para salvar las apariencias. Pone fin a su vida para conservar un buen recuerdo de sí. Este pasaje al acto es también motivado por la ilusión de ser más fuerte que la muerte. Este suicidio narcisista, en nombre de la dignidad, es una victoria a lo Pirro sobre la muerte, en tanto significa matarse para no verse morir. Suprimir la vida para no afrontar el horror es también el testimonio de una reivindicación de inmortalidad que se derrumba trágicamente en este pasaje al acto. Mortal paradoja destinada a evitar que la muerte se lleve a la vida.
Este es el dilema y el drama de Alain Delon frente a sus 70 años, pero esta mera cifra no puede explicar su apelación al suicidio, que hay que atribuir más bien a su imposibilidad para correrse del lugar donde fue colocado por el imaginario popular y para aceptar que, con el paso del tiempo, las cosas esenciales pueden seguir siendo iguales aunque sus formas sean distintas.
* Profesor de posgrado en psicoterontología en I-Salud.