Jue 19.01.2006

PSICOLOGíA  › SOBRE LA CULPA Y LA ANGUSTIA SOCIAL

Superyó a la japonesa

Un breve pero variado recorrido en relación con la “angustia social”, que se padece ante los otros, y con las particularidades que el superyó puede tomar según las diferentes culturas.

› Por SERGIO RODRIGUEZ *

Hay un tiempo en que, para el chico, la diferencia entre el sujeto y el Otro es muy pequeña, lo que genera en él la creencia de que los adultos pueden adivinarle los pensamientos. A este tiempo corresponde la angustia social, previa a la internalización del superyó. Lo interesante es que aparece también en adultos y no siempre en psicóticos; por ejemplo, en algunas neurosis obsesivas. A ese fenómeno se refieren Freud en El malestar en la cultura y Lacan en Formaciones del Inconsciente. Me parece interesante que Lacan lo refiera también a la Biblia. En el primer capítulo del seminario “Encore” aconseja leer el Eclesiastés. Dice el Eclesiastés (“Eclesiastés” es el significante que se deslizará a “Iglesia”), en el versículo 20 del capítulo 10: “Ni aun en tu pensamiento dirás mal del Rey, ni en los secretos de tu cámara dirás mal del rico porque las aves del cielo llevarán la voz y las que tienen alas harán saber la palabra”. Esto apunta a algo que aparece siempre como paradoja en los análisis: la gente se siente culpable de aquello que no hizo. Sin embargo, el superyó se ha dado por enterado de que él tiene esa culpa.

El filósofo Hitoshi Oshima, en un reportaje que le hice en la revista Psyché, preguntado por la cuestión del sentimiento de culpa en los japoneses, contestó que prácticamente no hay sentimiento de culpa al estilo del que hay en los occidentales: “Para un japonés lo malo es lo sucio, lo impuro pero no lo sucio interior, sino lo exterior, visible. Lo importante es lo que la gente ve, cómo nos ven los demás. Desde la infancia estamos educados así: ¿qué van a pensar los demás? No sabemos quiénes son, pero son una mirada fuerte que nos presiona. Cuando uno hace algo mal ante los demás se siente muy mal, muy avergonzado” (ver nota aparte). Entre ellos la culpa, más bien la vergüenza, surge cuando el otro descubre la falta. ¿Qué diferencia a los japoneses de nosotros? Oshima contesta que los educan diciéndoles siempre “...qué van a pensar los demás”, pero cualquier hijo de familia italiana, judía o española ha sido educado de este modo. ¿Puede ser que no hayan internalizado el superyó, que se hayan quedado en el momento de la angustia social? Tampoco. Es evidente que esa sociedad funciona bajo la ley de prohibición del incesto, igual que cualquier otra. Entonces, tal vez los padres porten la ley bajo la forma particular de sujeción a la mirada del Otro.

Lacan inventó un neologismo, lalengua, que sería el modo particular en que hablan los sujetos, sustrayéndose a las generalizaciones de la lengua: el castellano no es el mismo en Buenos Aires que en Madrid. Oshima explica que el japonés no funciona al modo de las lenguas occidentales, por la precipitación de conceptos, sino por la precipitación de efectos de sentido en relaciones permanentemente metafóricas. El castellano es denotativo, sentencioso, absolutizador, maniqueo, igual que el resto de las lenguas occidentales. El castellano pontifica su realidad. El japonés da un lugar muy importante a la cortesía. Una de las cosas que más impresionaron a Oshima en Occidente, y especialmente en la Argentina, fue cuando lo llamaban por teléfono: “Hola, qué tal. Te invito a cenar esta noche”. El se quedaba totalmente sorprendido porque, para los japoneses, antes de llegar a la proposición hay todo un recorrido de cortesía, muy largo. A él le producía sensación de extrañamiento, de enajenación, encontrarse de golpe con la propuesta.

Freud, por otro lado, hace referencia a que en “pueblos primitivos”, los contratiempos, en vez de generar, como ahora, culpa, generaban enojo y castigo contra el Tótem. Estas diferencias –el enojo contra el Tótem en los primitivos, el sentimiento de culpa en los occidentales, la vergüenza ante la mirada del otro en los japoneses–, ¿qué relación pueden tener con el funcionamiento de la lengua en cada lugar? Al plantear esto, me excluyo de las cuestiones del sentido como sustancia, y en cambio apelo a los mecanismos de lenguaje que se ponen en juego.

Freud plantea la idea de que el superyó pena al yo pecador con los sentimientos de angustia, y que castiga en función de la relación con el mundo exterior. “En este segundo grado de su desarrollo –dice–, la conciencia moral presenta una peculiaridad que era ajena al primero y ya no es fácil de explicar. Se comporta con severidad y desconfianza tanto mayor cuanto más virtuoso es el individuo, de suerte que, en definitiva, aquellos que se han acercado más a la santidad son los que más se reprochan su condición pecaminosa.”

Hay que pensar que quienes más virtuosos quieren ser, quienes más quieren acercarse a la santidad, tienen como ideal transformarse en el ideal del Otro. Por lo tanto se proponen algo imposible. Agrega Freud: “La experiencia enseña que la severidad del superyó desarrollado por el niño en modo alguno espeja la severidad del trato que ha experimentado, parece independiente de ella”. Un niño que ha recibido una educación blanda puede adquirir una conciencia moral muy severa. Y agrega algo importante: “Alexander ha formulado acertados juicios sobre la juventud desamparada, con respecto a los dos tipos principales de métodos patógenos de educación, la severidad excesiva y el consentimiento. El padre desmedidamente blando e indulgente ocasionará en el niño la formación de un superyó hipersevero, porque ese niño, bajo la impresión del amor que recibe, no tiene otra salida para su agresión que volverla hacia adentro”.

¿Es sólo por amor? ¿O también tiene que ver con la deuda que engendran las donaciones excesivas del padre?

* Extractado de En la trastienda de los análisis, vol. 3, de próxima aparición.

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