PSICOLOGíA
› LA ANOREXIA EN LOS NIÑOS, EN LAS MUJERES Y EN LA SOCIEDAD
La “Virgen negra” y el niño que comía nada
Por el camino del estudio de la anorexia, el autor examina el vínculo más primario entre el niño y su madre, comenta las “patologías del consumo” en la sociedad actual y concluye en el oscuro nexo entre feminidad y muerte.
Por Juan Ventoso *
No es frecuente que un sujeto consulte a un analista a partir de un síntoma de anorexia. Más bien suele ser la angustia de los familiares la que lleva a pedir una consulta; el sujeto, la mayoría de las veces, no experimenta ningún tipo de problema con respecto a la anorexia. A veces también, en alguien que viene haciendo un análisis o que está en entrevistas preliminares aparece, sorpresivamente y de manera lateral, una problemática de anorexia que no es presentada como tal por el sujeto mismo. Es más, mientras la anorexia es, digamos, exitosa, mientras el sujeto siente que puede controlar la ingesta de alimentos, produce casi una sensación de omnipotencia; es más bien cuando fracasa esa posición que algo de eso empieza a ser dicho.
Uno de los enfoques más conocidos de Lacan sobre las anorexias es el que figura en “La dirección de la cura...”: no es que el anoréxico “no coma nada” sino que come nada, es decir que esa nada adquiere un valor positivo, estratégico y hasta podríamos decir político con relación al Otro.
El ejemplo que allí toma Lacan es, paradigmáticamente, el de la anorexia infantil. Entre los síntomas infantiles típicos suele figurar algún trastorno del apetito, una anorexia más o menos parcial, global o selectiva. Lacan muestra cómo se trata de una maniobra por parte del sujeto, del niño en este caso, con respecto al Otro adulto. Una maniobra que pone en jaque al Otro –generalmente la madre–, pone en jaque la omnipotencia de ese Otro.
Allí Lacan diferencia necesidad, demanda y deseo, y señala los síntomas que surgen cuando estos diferentes niveles quedan trastrocados. En la madre que está muy preocupada por satisfacer las necesidades del niño puede quedar ignorada la diferencia radical que hay entre la satisfacción de la necesidad y lo que concierne a la demanda de amor. Cuando la demanda de amor queda aplastada por la satisfacción de la necesidad, puede surgir la anorexia: al rechazar el alimento, el niño rechaza la satisfacción de la necesidad para hacer valer una nada que agujerea al Otro de la satisfacción de la demanda, a la madre.
Y no es porque la madre no tenga amor por la criatura, al contrario. Lacan subraya que el niño alimentado con más amor es el que está más expuesto a este tipo de situaciones. Pero es un amor que, digamos, queda pegado a que la madre procure darle a ese niño todo lo que tiene para darle. Ese amor está del lado de “dar lo que se tiene”; ofrecer lo que se tiene y atiborrar con lo que se tiene.
No es sólo una problemática de las madres. Hay hombres que hacen exactamente lo mismo con las mujeres: él le ofrece a ella todo lo que tiene, la atiborra con lo que tiene, justamente para no dar lo que no tiene. En lugar de dar la falta, de ofrendar su castración, da el falo más denigrado bajo la forma de los bienes. Eso crea anorexias.
En el anudamiento entre necesidad, demanda y deseo que propone Lacan, se trata de preservar la separación entre la necesidad y ese más allá que es la demanda de amor: en el hueco que se abre entre la satisfacción de la necesidad y la pura demanda de amor, en ese hueco habita el deseo. En cuanto se aplasta ese intervalo, queda aplastado el deseo.
Lo que está en el horizonte es el deseo de la madre. El niño que se rehúsa a comer está diciéndole a la madre: “¡Desea algo más allá de mí!”. El acto de rehusarse es un llamado a que la madre sea deseante: no ser él lo que tapona el deseo de la madre, porque en ese mismo punto queda en impasse el propio deseo del niño; se trata, podríamos decir, del riesgo de ser devorado por la madre.
Lacan va a precisar esta perspectiva en su Seminario 11, cuando se ocupa de la causación del sujeto y habla de alienación y separación como tiempos necesarios: es necesaria la alienación, es decir, que el sujeto seconstituya en torno a los significantes en el campo del Otro; pero esa operación debe culminar en un segundo momento de separación, donde haya ese hueco en el Otro que es la garantía de que el sujeto sea un sujeto separado, un sujeto deseante; ha de encontrar su propio lugar en ese hueco en el Otro, por ejemplo en que no todo sea sabido o dicho por la madre.
En esta dialéctica, la anorexia es una estrategia de separación. A diferencia de Melanie Klein, Lacan no plantea que el objeto oral sea el pecho, sino más bien esa nada; esos momentos de desprendimiento donde el bebé juega con el pezón, lo toma y lo deja, prefiguran separaciones que vendrán después, como el famoso juego del carretel que Freud comenta en Más allá del principio del placer. El momento crucial del juego es instaurar esa línea de clivaje, de separación, de corte entre el niño y el Otro. El sujeto juega con esa nada para separarse, y juega a hacer surgir esa nada en el Otro.
Y aquí podríamos hacer un contrapunto entre la posición histérica y la posición anoréxica.
La histeria también juega sobre la separación; juega a esa estrategia de hacer surgir el deseo. En un caso célebre que Lacan toma de Freud, conocido como “La Bella Carnicera”, una muchacha dice que le gusta el salmón ahumado... pero no lo quiere; lo que quiere es desearlo, no que se lo den.
Hay una proximidad entre la estrategia histérica para sostener el deseo como insatisfecho y la estrategia anoréxica. Pero la histérica, aunque juega sobre el plano de la separación, es aliada del discurso del Amo, del discurso del inconsciente. Ella juega la separación que supone la alienación previa, ha pasado por la constitución en torno al discurso del Amo y a los significantes amos. Después, en un segundo tiempo los cuestiona, los interpela. Tan aliada está con el discurso del Amo y el discurso del inconsciente, que la histérica fue, a su modo cuestionador, totalmente solidaria del descubrimiento del inconsciente; permitió que Freud efectuara el descubrimiento del inconsciente.
No podríamos decir lo mismo de las anoréxicas. No parecen tan aliadas del discurso del inconsciente ni del dispositivo analítico; más bien son refractarias a eso. Lo cual plantea un problema en nuestra práctica; una pregunta por la estrategia por la cual se podría plantear una entrada en análisis para alguien que se presenta del lado de una anorexia.
Pero además plantea un problema teórico, porque es como si jugara a una separación que es lo opuesto a la alienación: una separación que puede llegar a un punto de ruptura absoluta, radical, con el Otro; con el Otro de la palabra, con el Otro del inconsciente, incluso con el Otro paterno. Se puede dudar si el estatuto de ese rechazo es el de una forclusión o una renegación. Las anorexias plantean dificultades de diagnóstico, y muchas veces han sido colocadas entre las psicosis o las perversiones. Hay que ver caso por caso, para no confundir un síntoma que puede surgir en el desencadenamiento de una psicosis con lo que puede ser una problemática ligada a la neurosis.
“¡Gocen!”, dice el mercado
Ese rechazo del Otro podemos enfocarlo desde la perspectiva del sujeto mismo o desde la perspectiva de la época y los discursos de la época. En los años ‘70, Lacan se refería al que llamó discurso capitalista. Hoy hablamos de mercado, de globalización. Podríamos preguntarnos si lo que en la época freudiana solía presentarse en el cuerpo como conversión histérica, hoy tiende a presentarse bajo otro estatuto del cuerpo, donde no es tan evidente que un cuerpo hable sino que parecería estar en primer plano la imagen del cuerpo, el estatuto imaginario del cuerpo.
Tal vez sean nuevas formas del síntoma, como las toxicomanías; síntomas ligados a la prevalencia del consumo, patologías del consumo. El mercado regula el goce para todos. Es engañoso porque pareciera que el mercado ofrece gran variedad de maneras de gozar; multiplicidad de objetos, de gadgets, como decía Lacan, artefactos técnicos, donde pareciera que hay para todos los gustos. Además hay una pluralidad de estilos de vida admisibles, cada vez más; no tenemos ya paradigmas estrictos de cómo es la normalidad y qué cosas se apartan de ella, sino que parece haber lugar para todo el mundo con sus formas de gozar. Sin embargo, bajo esa diversidad fenoménica hay un aspecto de uniformidad tiránica, un superyó del capitalismo que ordena: “Como quieran, ¡gocen!”.
Siempre y cuando estén dentro del sistema. Siempre y cuando el plus de gozar esté encarnado en algún objeto del mercado. Con esa sola condición, está abierta la pluralidad de maneras de gozar.
Tanto las adicciones como las anorexias se inscriben en ese superyó consumidor porque son efectivamente pautas de consumo y definen al sujeto por lo que consume o por lo que se rehúsa a consumir.
En este sentido son síntomas; dan cuenta del discurso imperante y le plantean ciertas objeciones. Desde esta perspectiva aparecen más bien como síntomas sociales.
Pero hay que ver si de ese síntoma social se puede hacer un síntoma para el sujeto. No parece fácil. Es más, diría que, si puede surgir un síntoma, es en la medida en que pierda algo de peso ese síntoma social; tiene que ser algún síntoma lateral, que surja por otro lado.
Mujer privada
Decimos que la anorexia, en tanto síntoma social, cuestiona el discurso imperante. Pero lo cuestiona por un lado en el que se articula con una posición femenina: elige privarse.
En el Seminario 17, Lacan pasa de privilegiar, en la histeria, el deseo insatisfecho, a considerar una problemática vinculada con el goce: de qué goza la histérica. Y pone el acento en el goce de la privación.
Por el lado del deseo insatisfecho, la histérica parecía totalmente solidaria del deseo inconsciente; es la histérica simpática, “La Bella Carnicera”. Por el lado del goce de la privación, ya no es tan simpática; puede aparecer una ferocidad.
Eric Laurent, en su libro Posiciones femeninas del ser, se detiene en el tema del goce de la privación: señala cómo resurge aquí lo que en Freud aparecía como “masoquismo femenino”, las mujeres que buscan su mal, su propio malestar. Parecen animadas por un deseo de castigo, de buscar el displacer. Esto puede encarnarse en la relación con un partenaire que las maltrate.
Hay toda una literatura psicoanalítica en torno a si las mujeres son o no masoquistas. Podemos incluso pensar ese masoquismo como un fantasma masculino, como dice Lacan. También podemos pensar cómo una mujer puede amoldarse a tener un cierto lugar junto a un hombre, aunque sea el lugar de ser maltratada; pero con tal de tener un lugar. Y hay algo más, dice Laurent, y es que en una mujer puede despertarse el goce de la privación con un carácter sacrificial: renunciar a los bienes, renunciar a todo lo que sea del orden del tener.
A Lacan le interesó en algún momento el potlach, esa práctica de algunas sociedades donde se hacía una especie de competencia anual para ver quién destruía más posesiones. La gente que quería más prestigio social hacía todo lo contrario de lo que se hace hoy en día, que es acumular bienes: no se trataba de quién tiene más, sino de quién puede destruir más. Algo en las mujeres puede ir en esa dirección. Si el propietario masculino quiere tener, lo esencial de la posición femenina no va por el lado del tener, y, para subrayar que no va por ese lado, es posible sacrificar el tener.
Me parece que hay algo de eso en la anorexia: ese sacrificio del tener, incluso de tener un cuerpo, tener formas femeninas, todo lo que suelesuponerse que sería el ser femenino: sacrificar eso para buscar el ser femenino por otro lado; un ser que no esté ligado a tener formas deseables para los hombres; no del lado de la mascarada que está destinada a engañar el deseo de los hombres. Es más una cuestión entre mujeres.
Las mujeres suelen fascinarse con otro tipo de máscaras. No son las que encantan a los hombres sino las que dejan vislumbrar que, por detrás, habría nada; una especie de vacío muy sugerente que, cuando una mujer sabe evocarlo, fascina a otras mujeres.
Claro la anorexia no se detiene en ese evocar una nada, en ofrecer un semblante, una especie de velo que deje entender que, por detrás, o hay una maravilla o no hay nada: la anorexia es más bien la nada que avanza, que se hace visible, y a veces parecen cadáveres caminando, como si fueran la muerte misma sin ningún velo.
“Vírgenes negras”, decía Jacques-Alain Miller de las anoréxicas. Vírgenes en su rechazo de la sexualidad fálica, del encuentro con el hombre. Pero esta pureza virginal está ligada con la muerte. Por eso el color negro que muchas veces prefieren al elegir sus vestimentas.
Es el erotismo mortífero, ese borde entre el Eros y la muerte. No es el de la vitalidad fálica, de las formas plenas que despiertan los fantasmas de deseo, sino algo de la pulsión de muerte. Y de la belleza. Es frecuente que, en los sujetos que están en posición anoréxica, haya una valorización de lo estético, de lo bello. En esa estética particular que es como un velo de la muerte.
* Psicoanalista. Fragmento extractado de su presentación en el ciclo de conferencias “El psicoanálisis, hoy”, que se desarrolla el Hospital de Emergencias Psiquiátricas Torcuato de Alvear.
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