Jue 04.07.2002

PSICOLOGíA  › NUEVOS HALLAZGOS VINCULAN LA PSICOLOGIA Y LAS NEUROCIENCIAS

Placer y dolor forjan el cerebro

Una psicoanalista examina recientes datos procedentes de las neurociencias, según los cuales las primeras experiencias infantiles podrían causar cambios en el funcionamiento y aun en la forma del cerebro.

Por Isabel Lucioni *
Aunque los neurocientíficos están lejos de reconocernos a los psicoanalistas como predecesores, vienen realizando descubrimientos que constatan las más antiguas tesis del psicoanálisis: nuestro psiquismo no es otra cosa que una articulación de memorias, una complejísima estructura simbólica que une lo biológico con lo histórico-cultural. Siendo así, el cerebro debía mostrar, tarde o temprano, su plasticidad a la experiencia. Y así es. En consonancia con el psiquismo del que es soporte, el cerebro está historizado por su experiencia, por sus aprendizajes cognitivo-emocionales, por sus percepciones en el placer y el dolor.
Martín H. Teicher en un artículo titulado “Neurobiología del maltrato en la infancia” publicado en la revista Investigación y Ciencia de mayo del 2002, resume investigaciones propias y ajenas demostrando que el maltrato infantil de diferentes órdenes –físico, sexual o emocional– supone siempre descargas neurovegetativas de angustia que, reiteradas o sostenidas, producen alteraciones en el sistema límbico del cerebro, centro esencial para la regulación de las emociones y la memoria.
Dentro del sistema límbico, el hipocampo tiene importancia en la formación y recuperación de la memoria verbal y emocional. En términos freudianos: tiene importancia en la formación y funcionamiento del sistema preconsciente-consciente. Dentro del sistema límbico, la amígdala cerebral es encargada principal de formar los contenidos emocionales de la memoria, es decir, está encargada de gran parte de los procesamientos afectivos. Recordemos que los afectos son en sí mismos entidades psicosomáticas (Lucioni, Actualidad Psicológica, abril del 2002).
En 1997 –señala Teicher– se informó que mujeres abusadas en la infancia presentaban una reducción en el tamaño del hipocampo izquierdo: la reducción era del 16 por ciento, y la amígdala se había empobrecido en un 8 por ciento. Se habían empobrecido por lo tanto la formación y la recuperación verbal de los recuerdos y su procesamiento emocional. Se trataba de mujeres esquizoides, con historia de maltrato infantil.
Recordemos que los psicoanalistas trabajamos dando palabra a lo que el paciente no puede decir: en los esquizoides, como en otras patologías, tratamos de restaurar la expresividad verbal de lo indecible para que el paciente recupere ese gran organizador de su psiquismo que es el lenguaje. Las reducciones en la estructuras cerebrales mencionadas se correlacionaron con depresión, hostilidad e irritabilidad.
En el hipocampo, según descubrimientos muy recientes, se originan nuevas neuronas en tiempos posnatales. También es una de las zonas que tienen más receptores de la hormona cortisol, donde concluye la descarga neurovegetativa de angustia. El cortisol no regulado, como final de angustia, es lo más parecido a un veneno engendrado por nuestro propio cuerpo-mente: entre otras cosas deforma a las neuronas del hipocampo y puede matarlas. También mata a las neuronas en proceso de neurogénesis.
Una de las consecuencias mas impactantes del estrés o angustia y su cortisol es que altera la estructura de la amígdala modificando el receptor del neurotransmisor Gaba, que es un calmante primario de la excitabilidad eléctrica de las neuronas. Se vincula entonces con la irritabilidad psicológica.
Un sofisticado nuevo electroencefalograma da cuenta de una disminución en el desarrollo de los intercambios neuronales, sustrato de la vivacidad psicológica y si se quiere, una de las formas biológicas de Eros con traducción psicológica.
Los pacientes maltratados en la infancia tenían una disminución macro del hemisferio izquierdo cerebral, y cuando se les hacía evocar recuerdos perturbadores usaban el hemisferio derecho; en los no abusados, lo usual es el uso del hemisferio dominante, es decir el izquierdo. En los maltratados había menos integración interhemisférica, menos conexión entre lo racional-verbalizable y lo intuitivo-sensitivo, lo cual supone menos riqueza en la modulación de la experiencia y, sobre todo, disminución dela capacidad verbal para procesar experiencias cognitivas intensamente emocionales. El cuerpo calloso, que conecta los dos hemisferios, también y consecuentemente está disminuido.
Otro sofisticado y novedoso método que estudia el flujo de sangre en las diferentes partes del cerebro activo muestra que otro núcleo cerebral, el vermis, no funcionaba normalmente en personas que tenían historial de abusos: por esta insuficiencia, no podían aplacar la irritabilidad límbica en sus niveles mas altos.
La irritabilidad eléctrica límbica puede producir síntomas de agresividad, y en todo caso se correlaciona con la agresividad, exasperación y ansiedad; la actividad eléctrica anormal del lóbulo temporal se observa en personas proclives al suicidio o al comportamiento autodestructivo.
Lamentablemente, muchos neurocientíficos –como el autor que cito– piensan que estas anomalías neurofisiológicas son causa que invalida las causas psicológicas: en rigor, lo que se prueba es que el cerebro está moldeado bioquímicamente por la experiencia humana, por las condiciones ambientales y psicológicas en que le toca desarrollarse.
Existen psicofármacos para varios fenómenos de los que mencioné pero no para todos, y además el psicofármaco no elabora, no procesa una historia. Es posible (pero habrá que probarlo) que el psicoanálisis produzca remodelamiento cerebral. Si el aprendizaje se traduce en modificaciones en las sinapsis –como probó el neurofisiólogo Roberto Llinas– el psicoanálisis debiera traducirse en remodelamiento sináptico.
Es hora de que psicólogos y neurofisiólogos dejemos de disputar por un paciente tironeado como Túpac Amaru: lo que tenemos bajo nuestra responsabilidad es psiquesoma, una evolución biológica que fue capaz de lograr un funcionamiento con estructuras simbólicas. Nuestro espíritu está encarnado y nuestra carne es espiritual.

* Psicoanalista, profesora en la Universidad Abierta Interamericana.

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