Jue 28.09.2006

PSICOLOGíA  › DESARROLLOS EN LA TRAYECTORIA DE GOLDENBERG

“Llevar la asistencia al hospital general”

› Por Wilbur Ricardo Grimson

En la historia de la psiquiatría, el asilo surge como una defensa social. Al privilegiar esta función no promueve tanto los esfuerzos de la terapéutica como el mantenimiento de la segregación. De ahí que la ciencia de los fenómenos de la mente haya mantenido hasta fines del siglo XIX, y aun avanzado el siguiente, una actitud de observación pasiva de los fenómenos. La ruptura que significa la aparición del psicoanálisis implica una transformación de una epistemología de la observación de fenómenos por una de interacción entre observador y objeto observado. De aquí deriva la fundación de la subjetividad personal. Y la generación de las ciencias de la conducta que se acomodan en el seno de la salud mental. Como joven psiquiatra de 40 años, Goldenberg dejó el hospicio y se instaló en el policlínico de Lanús. Inauguró así una psiquiatría dinámica que practicaba la asistencia ambulatoria, externa a los muros del hospicio.

Hace 50 años, luego de obtener por concurso la jefatura del Servicio de Psiquiatría en el Policlínico de Lanús, convocó a una generación de jóvenes profesionales que buscaba dar otra respuesta a las necesidades de atención del campo psiquiátrico. Lo mismo se venía realizando, desde la Segunda Guerra Mundial, en Francia, Inglaterra y Estados Unidos. Por esa época se difundió el libro de Ken Kessey que daría lugar a la película Atrapado sin salida, de amplia difusión. Por su parte, las ciencias sociales recibían el aporte de Erving Goffman, fruto de haberse internado voluntariamente en un asilo.

La concepción que guió a Goldenberg implica que la mayoría de los enfermos mentales pueden beneficiarse con tratamientos de duración transitoria y que son curables: lo contrario de lo que por esa época sostenía la práctica de los hospicios, con promedios de internación de 10 años.

El mensaje era atractivo y planteaba la posibilidad de obtener beneficio para los pacientes mediante los avances conceptuales de la época en las terapias grupales, el psicodrama, los aportes de la farmacología, los avances en comunidades terapéuticas y la proyección hacia la comunidad. Goldenberg le dio lugar a todas estas modalidades en un equipo rico, diverso y creativo que él condujo insuflando su capacidad de gestión y su extraordinaria capacidad docente. La riqueza de sus lecciones daba por tierra con los argumentos que suelen oponerse a las clases magistrales.

A su lado, nuestro aprendizaje era cotidiano y permanente. Podía darse en un pasillo o respondiendo a una consulta; para dirimir un diagnóstico o para indicar un camino terapéutico. No sólo recibíamos información, sino que podíamos observar su intensa empatía con el padecimiento de pacientes de todo tipo. Insuflaba en todo el equipo y en los pacientes optimismo terapéutico.

Su ascenso en la carrera docente universitaria en la UBA le fue bloqueado injustamente cuando merecía la titularidad por concurso de la cátedra de Psiquiatría. Esa arbitrariedad forma parte bochornosa de nuestra historia de la psiquiatría y, junto con situaciones políticas especiales, llevó al alejamiento de Goldenberg hacia el extranjero.

En 1983, Raúl Alfonsín le ofreció dirigir la salud mental en el país, pero él prefirió asesorar al Ministerio de Salud. Había hecho lo suyo. Lanús se multiplicó a lo largo y lo ancho del país como ejemplo de una posibilidad de trasladar la asistencia psiquiátrica a los hospitales generales. También creó, en el ámbito de la ciudad de Buenos Aires, diversos centros de Salud Mental, unidades integrales vinculadas con las necesidades del vecindario.

Como toda gran hombre, debe ser medido por lo que hizo y por lo que hizo hacer. Apadrinó proyectos de investigación, ya que era consciente de la necesidad de una epidemiología que diera cuenta de la salud mental. Como José Bleger y David Liberman, estuvo ligado al origen de la carrera de Psicología. Formó gente que ocupó cargos en la gestión pública nacional e internacional. Su accionar tuvo amplia repercusión en la Organización Panamericana de la Salud, que le encomendó el Seminario de Salud Mental de las Américas en 1965 y luego lo nombró asesor para Venezuela y el Caribe.

Hoy podemos recordar –como se recordó hace pocas semanas, cuando se impuso su nombre al Servicio de Psiquiatría por él creado– su generosidad, su hombría de bien, su coherencia, su tolerancia a la adversidad; su modesto ejercicio del talento.

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