PSICOLOGíA › TODAS LAS VERDADES ACERCA DEL CLIMAX
Una vez más, en febrero, la página de Psico levanta sus represiones: esta vez, los secretos del orgasmo se irán manifestando, uno por uno, hasta inundar al lector y a la lectora con una catarata de revelaciones inefables.
› Por JONATHAN MARGOLIS *
El clítoris se compone de alrededor de ocho mil nervios (dos veces más que el pene); además, el diez por ciento de las mujeres cuenta con más nervios en los labios vulvares que en el mismo clítoris. Se cree que hoy en día el clítoris es más grande que en el pasado; aparentemente, posee dos “brazos” que no se habían detectado y que se extienden aproximadamente nueve centímetros hacia el interior del cuerpo y hacia la parte superior de la ingle.
El pene del ser humano es enorme en proporción con el resto del cuerpo; mucho más grande que el del gorila, cuyo penoso aparato reproductivo alcanza sólo los cinco centímetros en estado de erección. Unicamente el bálamo posee un pene de mayor tamaño en relación con su cuerpo (esto se debe a la vida sedentaria que lleva, por lo que el pene debe ser capaz de alcanzar al aparato reproductivo de la hembra. Además, el bálamo desecha su pene una vez al año, pero le vuelve a crecer).
La masturbación masculina es una forma sencilla y natural de calmar las exigencias y presiones que viven los jóvenes. Sin duda, es un método mucho más económico y seguro que drogas como la ritalina y otros tranquilizantes, usualmente recetados para estos comportamientos antisociales. El antropólogo Lionel Tiger (La búsqueda del placer, Paidós, 1993) se sorprende al ver cómo sucesivas comunidades han castigado con tanta severidad la masturbación: “Mientras que el intercambio sexual masculino provoca un aumento de testosterona, comúnmente asociada con la firmeza y la violencia, la masturbación no altera los niveles de esta importante sustancia. Incluso puede reducir la tensión y el sentimiento de frustración tan común entre los adolescentes”. Tiger agrega que las mujeres que se masturban a diario también experimentan el cambio que produce la liberación de las tensiones y el estrés.
La suposición de que los hombres tienen un mayor impulso sexual y de que las mujeres necesitan ser persuadidas e influenciadas probablemente sea una falacia. Uno de los factores que provoca confusión es la edad a la que ambos sexos alcanzan el pico más alto de deseo y capacidad: a los diecinueve años los hombres y a los cuarenta las mujeres.
El órgano más grande es la piel. Como afirmó Lionel Tiger, la piel “no es sólo el sobre que envuelve a la persona, también es un medio de comunicación”. El contacto presexual incluye muchas partes del cuerpo además de los genitales; los amantes experimentados tratarán de evitar el contacto con la vagina y el pene, o incluso con la zona de la entrepierna, en las etapas preliminares del coito. El tacto es un sentido tan erótico que las caricias presexuales pueden ser un atajo impensado hacia el orgasmo. Muchas personas de ambos sexos pueden alcanzar el clímax con una simple caricia en la espalda o los pies.
Los lóbulos de la oreja son otro elemento periférico a la hora de marcar el camino hacia el orgasmo. Cuando los lóbulos se hinchan, desarrollan gran capacidad erótica. En una época no se los consideraba de gran atractivo, pero actualmente han recobrado tal importancia que muchos hombres y mujeres logran alcanzar el orgasmo a través de la estimulación de los lóbulos, en particular con la boca, la lengua y los dientes.
La erección no relacionada con el orgasmo es habitual en los hombres. Se ha estimado que el hombre medio en Occidente tiene once erecciones por día causadas por estímulos imaginarios. Pero el aumento del flujo sanguíneo durante el período anterior al acto sexual también afecta a otros tejidos eréctiles o semieréctiles del cuerpo: los labios, tanto en el hombre como en la mujer, se hinchan y enrojecen (el lápiz de labios es un símbolo socialmente aceptado de los cambios precopulares).
Según investigadores modernos y textos de la antigüedad, los hombres están capacitados para experimentar el orgasmo múltiple, que no está necesariamente relacionado con la eyaculación, si aplican la técnica adecuada. Los investigadores William Hartman y Marilyn Fithia (del Centro de Estudios Maritales y Sexuales de Long Beach, California) sostienen que el secreto para lograr orgasmos múltiples consiste en aprender a controlar la eyaculación mediante el músculo púbico, que libera o retiene la orina. Una vez que adquirió la fuerza necesaria, puede controlar la eyaculación: justo antes del momento de la eyaculación, uno contrae el músculo púbico y lo mantiene tenso hasta que pase la necesidad de eyacular, unos quince segundos aproximadamente. Barbara Keesling (How to Make Love All Night, ed. Harper Collins, 1994) ha identificado tres tipos de orgasmos múltiples masculinos: en el primero, llamado “orgasmo no eyaculatorio”, el hombre alcanza el orgasmo pero detiene la eyaculación por medio del músculo púbico, y sólo eyacula después de varios orgasmos; en el segundo, llamado “multieyaculación”, el hombre tiene varias eyaculaciones parciales sucesivas; y el tercero es cuando el hombre alcanza un orgasmo intenso, eyacula y luego experimenta varios espasmos postorgasmo.
Desde el punto de vista fisiológico, el orgasmo femenino no difiere en gran medida del masculino. Incluso existe un fenómeno análogo a la erección –la zona que rodea la uretra se hincha y endurece– y a la eyaculación –la secreción de una pequeña cantidad de fluido pálido y lechoso, compuesto de un líquido similar al plasma que produce la glándula de Skene, que rodea la uretra–. Uno de los componentes más importantes de la eyaculación femenina es el líquido lubricante que se almacena en la parte posterior de la vagina y se expulsa por las contracciones orgásmicas. Como la eyaculación femenina no es demasiado conocida, a pesar de que las mujeres también experimentan sueños húmedos, generalmente se la confunde con orina. En realidad, una vez alcanzado el orgasmo, la mujer afloja la tensión, experimenta una rápida relajación muscular y libera, a menor velocidad que el hombre, la pequeña cantidad de eyaculación que retenía.
Más allá de las semejanzas fisiológicas del orgasmo femenino y masculino, hay una enorme diferencia. No sólo es el hecho de que los hombres tengan menos contracciones orgásmicas (tres o cuatro como mucho), ni que los genitales femeninos se mantengan llenos de sangre, lo cual permite repetir el placer del clímax una y otra vez. No es sólo que las contracciones que caracterizan al orgasmo en la mujer se prolonguen por más tiempo. La mayor diferencia es que las sensaciones orgásmicas masculinas se localizan sólo en el pene y en los testículos, mientras que las mujeres disfrutan del placer en toda la zona pélvica. Desde el punto de vista anatómico, el orgasmo femenino abarca un área mayor que el masculino. Esta es la razón por la que las mujeres tienen la capacidad de alcanzar el clímax en forma repetida sin agotarse.
El potencial hedonístico de la mujer constituye una función de la estructura de la pelvis baja. Mary Jane Sherfey (“A Theory of Female Sexuality”, en Sisterhood is Powerful: an Anthology of Writings from the Women’s Liberation Movement) la describe como una “red erótica” formada por el clítoris, los labios vulvares y el perineo, la vagina exterior, la región anal y el punto G (Gräfenberg); todos están al servicio de cuatro o cinco densos grupos de venas y nervios que conforman un solo órgano altamente sensitivo capaz de superar ampliamente el sencillo aparato sexual masculino. Este despliegue de los genitales femeninos fue descripto por otros investigadores como una “medialuna orgásmica” de tejido eréctil. La doctora Sherfey también aseguró que la red de conductos sanguíneos que le provee a la mujer un extraordinario potencial de respuesta sexual se vuelve más compleja con el paso de los años y con los partos: las mujeres están diseñadas para irse perfeccionando en el sexo a medida que avanzan los años.
Tomando en cuenta la compleja red de elementos que conforman el orgasmo femenino y el hecho de que el clítoris no responde suficientemente bien a la estimulación postorgasmo, corresponde señalar los diferentes puntos de placer que provocan que la mujer experimente los tres o cinco orgasmos que suele necesitar para satisfacerse. El punto G fue el primer escalón, luego el punto U (la sensible abertura de la uretra) y finalmente el punto X, situado en el cuello del útero, que según la sexóloga de Chicago Debbie Tideman, su descubridora, “es mejor y más fácil de hallar que el punto G”. Barbara Keesling descubrió un área interesante en la parte superior trasera de la vagina conocida como el cul-de-sac o fórnix. En 1999, Keesling declaró para la revista Psychology Today que se pueden alcanzar “increíbles” sensaciones orgásmicas a través de un fenómeno llamado “carpa”, que consiste en el levantamiento de los músculos y ligamentos que rodean el útero cuando una mujer se excita sexualmente; esto permite que la penetración llegue a un pequeño espacio detrás del músculo púbico. Keesling también descubrió que la estimulación del músculo púbico que rodea la abertura de la vagina juega un rol importante a la hora de alcanzar el clímax.
Merece atención el hecho de que el orgasmo tiene diferentes significados de acuerdo con cada mujer. Según algunos testimonios, hay mujeres que creen padecer disfunciones orgásmicas que en realidad no tienen. J. G. Bohlen descubrió que hay sólo una mínima relación entre la percepción del orgasmo y los síntomas fisiológicos que se observan en el laboratorio; algunas mujeres analizadas aseguraron haberlo alcanzado sin experimentar una sola contracción muscular. En contrapartida, Hartman y Fithian examinaron a un grupo de veinte pacientes de terapia que aseguraban ser anorgásmicas: tres cuartas partes de ellas pasaron por las respuestas físicas clásicas del orgasmo. Una vez que fueron conscientes de estos cambios, todas las pacientes menos una pudieron identificar por sí mismas el orgasmo. Muchas de las pacientes habían leído acerca del orgasmo, pero aseguraron que lo que habían experimentado no se asemejaba a lo descripto en los libros. Pareciera que el culto y la mitología moderna del clímax lo han situado en un pedestal tan elevado que algunas mujeres capaces de alcanzar el orgasmo creen que están viviendo una experiencia inferior.
Se cree que la institucionalización del sexo anal entre hombres era una práctica muy habitual en culturas de todo el mundo; en comunidades como los chuckchee de Siberia, los aleuts y konyages de Alaska, los creek y omaha de los Estados Unidos y los bangala del Congo, esta práctica era legitimada a través del matrimonio religioso entre un hombre y un travestido. El sexo anal era tan reverenciado como el vaginal y se lo asociaba con la adoración de Andrógino, dios híbrido de macho y hembra. Incluso cuando comenzaron a aparecer los primeros templos en Oriente Medio, se dice que había sacerdotes que utilizaban el intercambio anal como una forma de interceder entre los fieles y sus dioses.
Una combinación de las condiciones climáticas, la confianza en su propia cultura y la fertilidad del delta del Nilo hicieron de Egipto una sociedad excepcionalmente sensual. Bajo el implacable sol, las mujeres utilizaban un vestido transparente de lino, y las esclavas sólo algunas cuentas. Los hombres se vestían con una pequeña falda plisada y, a la noche, con capas de lana que se sacaban con mucha facilidad. Las jóvenes eran generalmente desvirgadas en matrimonios arreglados a los seis años. Los hombres optaban por relaciones anales o vaginales por la espalda, para no tener que mirar a los ojos a sus esposas. Pero se creía que el sexo formaba parte de la condición humana y, como tal, no debía generar culpa. Se dice que Cleopatra le practicó la felación a miles de hombres, incluyendo a cien romanos en una noche. Los griegos la llamaban Merichane (“la boquiabierta” o “la boca de diez mil hombres”) y Cheilon (“la de los labios gruesos”). No se desalentaban ni castigaban el divorcio, la indiscreción sexual, el adulterio y el travestismo. Al amo de la casa se le permitía tener hijos con las sirvientas. No se veneraba la virginidad como un ideal. Se practicaba la anticoncepción: el papiro Kuhun, descubierto en 1860, menciona varios métodos anticonceptivos, entre ellos el uso de un tampón de estiércol de cocodrilo untado con miel y sal. Se aceptaba la homosexualidad; incluso se describe a los dioses Set y Horus en un encuentro sodomita, y en el Museo Británico se encuentra un grabado en el que dos peluqueros de la corte tienen relaciones. Incluso la zoofilia no era un tema tabú; Mendes, el dios local del sol, era representado con una cabra, y Heródoto afirmaba que los seguidores de Mendes de ambos sexos practicaban relaciones carnales con estos animales.
La cultura occidental ha comenzado a valorar el orgasmo en la vejez. Lucía Helena de Freitas, psicóloga y gerontóloga brasileña, estudió la sexualidad de un grupo de ancianos que concurrían a un club social. Su informe reveló que el 73,8 por ciento mantenía relaciones sexuales y que el 35,7 por ciento lo hacía dos o tres veces por semana. El 90,5 por ciento de los entrevistados aseguraron que el sexo era una actividad necesaria en su vida, mientras que el 95,2 por ciento creía que el deseo sexual no se extinguía con la edad. De hecho, el 40 por ciento consideraba que el impulso sexual se incrementaba con la edad. El 30 por ciento confesó que alcanzaba el orgasmo rápidamente, mientras que el 40,5 por ciento aseguró que a esa edad necesitaba algo más de tiempo. Sólo el 13,5 por ciento de las mujeres del club social experimentó algún cambio como resultado de la menopausia (algunas afirmaban que ahora alcanzaban el orgasmo con mayor rapidez). Además, únicamente el 4,8 por ciento sufría de impotencia. De Freitas llegó a la conclusión de que, al menos en el Brasil, la frecuencia sexual disminuye con la edad, pero no la calidad.
* Fragmentos de Historia íntima del orgasmo (ed. Emecé).
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