PSICOLOGíA
› JUEGO, HUMOR Y FICCION EN LA PSICOPROFILAXIS QUIRURGICA CON CHICOS
¿Pensaste que la nariz te aparecería en otro lado?
Ayudar a los chicos a prepararse para operaciones quirúrgicas angustiantes es, según el autor de esta nota, ayudarlos a construir una ficción, una trama argumental en la que la operación pueda quedar incluida. Para esto, siempre a partir del “dale que...”, hay distintos recursos, que incluyen el “decir disparatado” y la presencia de investigadores tan agudos como “Snoopy”, capaz de preguntar si los dinosaurios no están cansados de tanto saltar.
Por Carlos Peláez *
Los padres de Martín consultan cuando su hijo de nueve años debe ser operado de adenoides. Son derivados por el cirujano que observa excesiva ansiedad en los padres y, además, comenta que no suele operar niños. Es el médico quien percibe cierta imposibilidad de los padres en sostener a Martín ante la operación, al tiempo que aparece en él una pregunta acerca del saber hacer con los niños en la práctica quirúrgica. Los padres se muestran distantes ante la situación, deseando que todo sea rápido para “sacarse el problema de encima”, ya que en dos meses tienen planeado un viaje familiar. Agregan que Martín ha hecho una lista de juguetes que espera le compren cuando sea operado.
En el primer encuentro con él, me relata algunos de sus temores, como despertarse durante la operación, que lo pinchen; pregunta si le van a cortar la nariz y cómo le va a quedar. Le comento: “¿Vos pensaste que te iban a cortar la nariz y cuando te despertabas te aparecía en otro lado?.” “Pero no, ¡qué decís!”, me responde. El miedo queda de mi lado y su temor comienza a disiparse en mi decir disparatado.
Relata que en un viaje al sur construyó con otros chicos un hombre de nieve y que con una tapita le hicieron la nariz. La ficción comienza a mediar entre Martín y la operación; el hombre de nieve puede perder la nariz; él también, pero jugando. En otro encuentro me pregunta si hablé con su doctor, si lo van a pinchar o si sólo le van a poner una máscara.
Previo a los análisis clínicos de rutina, comparamos jeringas para chicos y grandes, las dibujamos. También relacionamos el pinchazo con el de un mosquito gigante. A partir de su gusto por los héroes intergalácticos, la mascarilla para la anestesia y la sala de operaciones empiezan a transformarse en una nave espacial que vamos dibujando encuentro tras encuentro. El cirujano será el capitán de la nave, las enfermeras sus ayudantes, y Martín tendrá una nueva misión en el espacio. Me pregunta si es de verdad que la máscara parece de astronauta. Su pregunta inaugura un campo ficcional, a la manera del “dale que era como de...”. Al salir le dice a su papá: “Hablamos dos palabras y jugamos”.
Le comunico al médico y a los padres lo que construimos con Martín acerca de la nave y su misión espacial para que ellos puedan acompañar y sostener esta ficción. Ficción que implica modelar, dar forma, representar y de ahí preparar, imaginar, disfrazar y suponer. A través de esta maniobra ficcional, Martín da forma y se prepara para la operación. El disfraz le permite cubrir su cuerpo y presentarse con otros ropajes.
El día de la intervención me comunico telefónicamente con Martín a la clínica donde está internado. Me comenta que el lugar es muy grande para ser una nave espacial pero por teléfono ajustamos algunas medidas. A distancia podemos continuar nuestro juego de construcción. Con su lista de juguetes y su “aventura espacial” Martín llegó a la operación.
Gianni Rodari, pedagogo y escritor italiano, plantea que “hay dos clases de niños que leen: los que lo hacen para la escuela, porque es su ejercicio, su deber, su trabajo; y los que leen para ellos mismos, por gusto, para satisfacer una necesidad personal de información o para poner en acción su imaginación. Para jugar con las palabras. Para nadar en el mar de las palabras según su capricho”. (Niño-que-juega. Apuntes para una estética de la infancia, La marca editora. Buenos Aires, 1993).
Con relación al juego no hay niños tipificados, sino que todos juegan en principio; cuando no pueden hacerlo, nuestra intervención consiste en restaurar la posibilidad de jugar. La conflictiva estará a cargo del juego, su trama y sus personajes. Jugar a que jugamos, proponiendo un argumento y personajes acordes a aquello que se condensa en la problemática del niño, es ya una intervención posible y tendrá su efecto en el interior del juego mismo. Este efecto recaerá sobre el niño y sobreaquello de lo cual padece. El juego mismo tomará entonces como propio el malestar en cuestión, permitiendo al niño tomar distancia del sufrir.
Luciana tiene ocho años. Padece desde su nacimiento las consecuencias de un síndrome genético (síndrome de Náger) que ha afectado sus maxilares y, entre otras complicaciones, su fonación y deglución. Los padres relatan que Luciana quedó internada desde las primeras horas de vida, ya que se le tuvo que practicar una traqueotomía y, durante su primer año y medio, se alimentó por una sonda. La mamá comenta que el primer año fue muy malo y que “vivían a los saltos”, especialmente por los reiterados paros respiratorios de su hija, teniendo que “salir corriendo” a una clínica cercana en busca de oxígeno. Luciana fue operada de maxilares y oído a los tres y cinco años. Ella sólo emite sonidos y palabras en su casa y con su fonoudióloga.
Muchos profesionales la atendían: el cirujano, la endoscopista, la ortodoncista y el genetista. Yo me pregunté cómo ubicarme en esta serie. Quizás mi inclusión tenía que intentar descubrir a la nena de ocho años escondida detrás de un síndrome. El apremio de la situación imposibilitaba a los padres hablar de ella, de sus juegos e intereses, como de una nena: era importante recuperarla desde ese lugar, para que una niña pudiera ser operada.
Entre las tramas argumentales de sus juegos, los dinosaurios atacaban y se comían a los animales del zoológico. Reiteradas veces los animales y otros personajes caminaban y bailaban dando saltos. Intervengo con un Snoopy que, con su lupa, investiga por qué saltan así, y averigua si no estarán cansados de tanto salto. En otra oportunidad, hay que llevar con mucho cuidado el huevo de una tortuga que está por nacer. En los encuentros anterior y posterior a la operación, nos dedicamos a desarmar, cortar, medir, atornillar, pintar y arreglar autos. Al finalizar cada encuentro, le ofrezco a Luciana un juguete que irá con ella a su casa y traerá la próxima vez.
Si bien algunos sonidos comenzaron a escaparse, nuestros intercambios fueron a partir de señas y juegos. Como ya había sido operada dos veces, supuse que sabría de qué se trataba; decidí, con la niña y sus padres, favorecer y posibilitar espacios de juegos. Me sorprendí cuando en sus dibujos aparecieron formas armónicas y colores. En una entrevista posterior, la mamá comentó que, luego de la operación, Luciana quiso volver rápido a la escuela.
Escribe Octave Mannoni (La ilusión cómica o el teatro desde el punto de vista de lo imaginario, Amorrortu, Buenos Aires, 1990)
que algunos pueblos africanos sostienen que “en otros tiempos (la infancia) se creía en las máscaras. La expresión ‘creer en las máscaras’ no tendría ningún sentido si quisiera decir que creemos en las máscaras como algo verdadero o real; por ejemplo, que tomáramos a las máscaras por rostros verdaderos. Lo cual en realidad daría como resultado que no hubiese para nada efecto de máscara. Una máscara de lobo no nos asusta a la manera del lobo, sino a la manera de la imagen del lobo que llevamos en nosotros. Decir que antes se creía en las máscaras significa que antes, en cierta época (en la infancia), lo imaginario reinaba de una manera distinta que en el adulto”.
Para el niño, el juego tiene este efecto de máscara, ya que es allí donde, como héroe o princesa, podrá temer y atravesar peligros, pero será otro, el personaje (actor) o un juguete, quien sufrirá por ello. Será en el juego donde el niño se apropiará de aquello que acontece y lo determina, dando su versión original a la trama.
Ficcionalizar lo inesperado, el temor o el sufrir será nuestra labor en el trabajo de psicoprofilaxis con los niños, posibilitando que cada uno construya un argumento particular: en Luciana, aquel “andar a los saltos” entra en el juego y adquiere otros sentidos, más allá de lo apremiante desus primeros años de vida; Martín, con su máscara de astronauta, comienza una nueva misión espacial. Ambos logran enfrentar la intervención quirúrgica mediando una ficción.
No sería acertado plantear que todo niño a ser intervenido quirúrgicamente necesite un trabajo previo de psicoprofilaxis. Se trata de contar con la posibilidad de armar una trama significante, por la vía del juego, a la cual el niño podrá recurrir, o no, cuando, a partir de un acto médico, se opere sobre lo real de su cuerpo. Es aquí donde interviene la ficción, en tanto podamos construir una zona lúdica de protección y amparo. El ámbito ficcional permitirá extraer inquietud, desconcierto y perplejidad tanto del niño como de sus padres, y reintroducir la situación en la seriedad del campo lúdico, gracias a la posibilidad, sostenida por los adultos, de jugar con aquello que angustia. A partir de este recurso, la intervención quirúrgica podrá quedar incluida en una trama argumental.
* Integrante del Equipo de Interconsulta (servicio de hipertensión) y psicólogo suplente de guardia del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez. Extracto de un trabajo aparecido en la revista Psicoanálisis y el Hospital, Nº 21.
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